Cuando el famoso chef Anthony Bourdain y el ícono de la moda Kate Spade se suicidaron en espacio de tres días en junio, muchos no pudieron comprender la tragedia de dos personas que parecían tenerlo todo.
Sus muertes siguieron a una serie de desconcertantes titulares similares en los últimos años sobre las estrellas de rock Chester Bennington y Chris Cornell o las figuras de Hollywood Tony Scott y Robin Williams, por nombrar solo algunas.
La desaparición de Spade, en particular, removió los dolorosos recuerdos del suicidio de su colega diseñador Alexander McQueen, cuya vida y muerte en 2010 a la edad de 40 años se exploran en el nuevo documental del cineasta Ian Bonhote, McQueen.
El largometraje, que llegó el pasado viernes a las salas estadounidenses recurre a imágenes de archivo y nuevas entrevistas para lograr un retrato auténtico de un artista atormentado con una visión singular.
'Aunque todos los suicidios dejan un rastro de pérdida y confusión desesperantes a su paso, los de celebridades dejan una huella particularmente palpable', escribió la terapeuta y académica Denise Fournier después de la muerte de Bourdain.
'En una cultura que idolatra a las celebridades y tiene a la fama y la fortuna en lo alto del tótem aspiracional, la idea de que alguien que ha alcanzado esas alturas haya elegido poner fin a todo es incomprensible'.
McQueen fue descubierto por Isabella Blow, una mujer de la alta sociedad con olfato para descubrir talentos para la moda. En su apogeo, le diseñó el vestuario de escenario a David Bowie y vistió a estrellas como Sarah Jessica Parker y Nicole Kidman, Madonna y Rihanna.
Desde que era aprendiz de modisto en el taller Savile Row hasta su último desfile, McQueen exudó un talento creativo incomparable.
Showman de corazón, lanzó a modelos con lobos en las pasarelas, utilizó armaduras y máscaras para ocultar a algunas de las supermodelos más reconocidas del mundo o cubrió sus pasarelas de lluvia y nieve.
Experimentó con la desnudez, fabricó vestidos con cinta aislante e inventó los pantalones bumster, cortados para dejar a la vista parte de las nalgas.
'Él les dijo (a las modelos): ‘Tienes que poner tu vello púbico en la cara de Anna Wintour', recuerda el marido de Isabella Blow, Detmar.
A los 27 años, con solo ocho colecciones en su haber, McQueen fue nombrado director creativo en la venerada casa francesa Givenchy. Pero en París, nunca se sintió realmente como en casa.
Solitario, atrapado, deprimido
Él se enemistó con Blow por dinero y ella entró en una espiral que también terminó en suicidio. Al mismo tiempo, McQueen cambió su apariencia con una liposucción y estaba abusando de las drogas y el alcohol.
Vendió una participación mayoritaria de su sello epónimo a Gucci por 50 millones de dólares, pero no pudo disfrutar del dinero, pues se sentía solo, atrapado y deprimido por el suicidio de Blow y luego la muerte de su madre, Joyce.
Les había dicho a sus amigos que su colección primavera-verano 2010 Plato’s Atlantis sería la última. Para en el momento en que esta llegó a las vidrieras, McQueen estaba muerto.
Un informe del gobierno de Estados Unidos publicado en junio, más o menos en el momento en que Bourdain y Spade se quitaron la vida, reveló que los suicidios aumentaron en más del 25% desde 1999 hasta convertirse en la décima causa de muertes en ese país.
Unos 45.000 estadounidenses, en su mayoría sin diagnóstico de salud mental, se suicidaron en 2016, según el informe. Eso es uno cada 12 minutos, más del doble de homicidios ese año.
Pero los suicidios de celebridades son únicos, porque plantean el desafío de salud pública del 'contagio de suicidios', un aumento en las personas vulnerables que se quitan la vida después de una muerte de una figura de alto perfil.