¿Para cuántas personas en Barranquilla no fue y sigue siendo un maestro Diego Marín Contreras? Docente de la Universidad del Norte y del colegio Liceo de Cervantes, secretario de cultura del Departamento del Atlántico, periodista, director de la Biblioteca Piloto del Caribe y de la Biblioteca Departamental, poeta, narrador, columnista de El Heraldo por más de dos décadas, tallerista de cursos literarios que se impartían dos veces a la semana en la modesta terraza de su modesto apartamento. Etcétera, etcétera, etcétera. Su presencia en tantos y tan diversos frentes culturales dieron fe de su vocación humanista. Pero una convicción más profunda y concreta era la que en realidad descifraba a Diego Marín.
La sensibilidad: el foco de su discurso. A partir de ella, una perspectiva ética, un relacionarse con el prójimo, con la ciudad. Qué apuesta y qué propuesta más valiosa, sobre todo en una urbe como la nuestra, en la que se anuncia cada dos por tres la apertura de un centro comercial más parecido a los de Miami o en la que cada obra de edificios que se inicia entre las carreras X y las calles Y promete culminar la estructura más monstruosa y más lujosa y más esto y más lo otro, aun cuando se describa a la misma Barranquilla que en quién sabe cuántos años no ha visto remodelaciones de peso en la cárcel Modelo o en la cárcel El Buen Pastor o en la que la luz se va sabrá uno cuántas veces a la semana.
Qué atinado resulta que un hombre se haya atrevido a divagar y a confirmar que un individuo sensible puede proveer una óptica y un sentir alternativos, que se valen del palpar al otro, del padecerlo, del disfrutarlo, del comprenderlo. Y no podría haberse esperado algo distinto de alguien como Diego, el mismo que en la terraza de su casa se emocionaba al hablar de la película italiana Novecento, el que alababa tanto a Jorge Luis Borges como a Alejo Durán en su extensísimo poema 'Los poetas de mi lengua', el que en alguna sesión puso a sonar 'Arroz con habichuela', de El Gran Combo, porque la letra le parecía una muestra de escritura creativa, el que dejaba transcurrir una mañana entre cervezas y escritura en pleno Fedecafé, el que en alguna sesión, en su terraza, leyó en voz alta a sus contados estudiantes el cuento 'Wakefield', de Nathaniel Hawthorne, mientras acompasaba la narración con el sutil golpeteo de su pie, como un metrónomo.
Diego Marín Contreras no era un hombre plano y su complejo y a veces problemático carácter era evidencia de ello. Pero ¿qué individuo valioso no debe arrastrar infranqueables contradicciones? Este mes se cumple el primer año de su muerte, que ocurrió el 30 de octubre de 2016. El difunto humanista aún tiene una deuda por saldar con la literatura: dos novelas y un poemario inéditos aguardan en su disco duro. La colección de poemas 'Ventana de tiempo', publicada en 1996, fue su único libro estrictamente literario que vio en vida. Hace más de dos décadas, el autor escribió: 'De niño soñé un caballo blanco, / y al patio humedecido iba a buscarlo; / ahora sueño aquel niño soñador, / y el caballo aquí llega galopando.' Todos podemos tener la certeza de que Diego nunca dejó de ser ese niño.
*Escrito por: Carlo Acevedo