El sol era agobiante y provocaba desesperación en los rostros de los asistentes, que con rapidez agitaban abanicos de mano para generar un poco de frescura en sus pieles. Otros, en cambio, recurrían a los pañuelos y camisas para limpiar el sudor de sus cuerpos.
La paciencia era poca. Al punto que un niño le preguntaba a su madre con insistencia: ¿A qué hora pasan los disfraces? Ante esto, ella le respondía que dentro de poco iba a iniciar el desfile.
Los bordillos y las terrazas de los barrios Olaya, San Felipe, Los Andes y el Carmen, estaban copados de público, para recibir la edición número 14 de la Gran Parada ‘Carlos Franco’.
El evento arrancó pasada las dos de la tarde de ayer y, una vez más, dejó en claro que la tradición en los barrios por el Carnaval, está intacta.
La sirena de la Policía sonaba fuerte, lo que generó la atención de los espectadores, que formaron el vacilón y la gozadera en sus puestos. El calor pasó a segundo plano y la alegría era desbordante.
Los primeros en pasar, fueron los bailadores de la Casa Distrital de Cultura, quienes dieron un anticipo de goce y folclor, lo que vaticinaba el ambiente de Carnaval que iba tener el desfile.
Posteriormente, las marimondas de la Universidad de la Costa (CUC) dieron un desparpajo de desorden y alegría, que era acogida principalmente por los niños, que se sentaron en los bordillos.
Los más de 400 disfraces, hicieron brillar el desfile, y además le dieron el toque de humor y la popular ‘mamadera de gallo’ que caracteriza a los barranquilleros.
Entre los más destacados estaban Rafael Orozco, Joe Arroyo, Diomedes Díaz, los paramilitares, el técnico juniorista Alberto Gamero, los endiablados y la dimensión plateada de Sabanalarga, que causaron furor entre los espectadores, por el colorido que presentaban los protagonistas, y lo impactante que se veía el diseño de vestuario.
'Este es el verdadero Carnaval del pueblo', expresaba Yolima Barraza, mientras le tomaba una foto a su hijo Andrés Fernández, junto a uno de los disfraces de la dimensión plateada.
Los disfraces empezaron a dar paso a los 142 grupos folclóricos, que llevaron al éxtasis el ambiente en los espectadores.
Bailes africanos, del interior, cumbia y samba, fueron los más aplaudidos por el público, que en muchas ocasiones se colocaba a la calle a bailar con los protagonistas, por cuestión de segundos, hasta que la Policía les pedía que volvieran a las aceras.
'En este evento, podemos bailar con los comparsas como se hacía antes. Es una experiencia magnífica entre la gente y los protagonistas', señaló Wilder Acevedo.
Aseguró que la organización fue implacable, y que gracias a esto no se presentaron ningún tipo de inconvenientes en el desfile.
El desfile continuaba y las comparsas iban elevando la temperatura.
Entre los grupos que pusieron a gozar y vibrar a los espectadores podemos encontrar la cumbiamba Cumbión Costeño, la danza africana del grupo Kimbala de Cartagena, El Currucutú de Ciénaga, Los Indios Caribeños y Los Cumbiamberitos de Barranquilla.
El rey Momo vitalicio del Carnaval de la 44, Omar Torregrosa, hizo su aparición. Seguido de la soberana de esta festividad, Valeria Rocha, que fue ovacionada.
Por último, se pudo observar a Salomé Blanco y Diego Gil, reyes infantiles, que iban bailando en la calle, lo que les generó miles de aplausos y reconocimientos por parte de los espectadores.
Pasión intacta
Su alegría y emoción por el Carnaval no la podía disimular. De hecho, su movimiento de hombros y brazos la delataban por completo.
Aunque, no pertenecía a ninguna de las comparsas, ni tampoco estaba disfrazada, causó sensaciones y sonrisas en los espectadores.
Ana Elvira Tapia Medina, de 88 años, es una fiel estampa del amor de una persona hacia el Carnaval de Barranquilla.
Una isquemia cerebral hace cinco años le quitó la posibilidad de seguir bailando en los desfiles, aseguró su nieta Madeleina López, quién empuja la silla de ruedas de su abuela para que siga gozando.
'El Carnaval es todo para ella. Por eso, la sigo llevando a los desfiles para que siga disfrutándolos', manifestó López.
Agregó que cuando su abuela podía caminar se iba sola para los desfiles. 'Nos decía que nos quedáramos porque no le íbamos a aguantar el trote', expresó entre risas López.
Mientras recorría a un lado de las comparsas en el desfile, Ana movía sus hombros al compas del sonido de los grupos de millo. Este movimiento son sus señales para expresar su algarabía por la festividad, ya que perdió el habla por la enfermedad.
La Policía solamente miraba su andar carnavalero, sin darle ningún aviso para que saliera del trayecto.
La mujer que vive en el barrio San Felipe, vestía adecuada para la ocasión. Portaba una llamativa blusa negra con un mensaje alusivo al Carnaval y un sombrero de paja perteneciente por tradición a la comparsa del Son de Negro, de Santa Lucía.
Su promesa a sus familiares sigue intacta: Gozar el Carnaval hasta que el cuerpo no le dé para más.