El entumecedor invierno francés no alcanzó a borrar de su piel las sensaciones del trópico. Sobre la memoria de Rosario Heins Finkenstaedt perdura aún –después de 14 años viviendo fuera de su natal Barranquilla– la picazón del calor, los granos de arena en sus pies, los gritos de alegría mezclados con el sonido del mar, la fuerza de los colores a través de sus lentes. Eso que cuenta su arte.
La máxima expresión del Caribe impregna cada uno de los trazos de las 30 pinturas de ‘Ambulante’, la exhibición que el próximo 20 de octubre –y hasta el 11 de diciembre– se podrá apreciar desde la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez, de Bogotá.
'Mi pintura me representa, es la prolongación del Caribe que llevo dentro mío. Lo que pinto es una prueba de la alegría de vivir. Es la metáfora de mi paisaje y mi sonrisa. Una ofrenda que dice todo de mí en cada tela'. De la misma forma que sus palabras casi poéticas, son sus cuadros hiperrealistas.
Para los de costa, sería fácil asimilar sus dibujos como una réplica de su idiosincrasia, única y diversa. Entonces, las figuras sobresalen entre la misma cotidianidad. Los ‘heladeros’ sonando la campanita, los turistas bronceándose bajo el sol, los flotadores de los más pequeños, los de las gafas, los de las chancletas, el de la bicicleta y los de las faenas pesqueras son solo algunas representaciones de los cuadros de Heins.
Hasta de la historia marcada en los robustos cuerpos de las mujeres afrodescendientes, cuyos antepasados esclavos construyeron las imponentes murallas de la Ciudad Histórica de Cartagena, donde se ubican las paradisiacas playas del gran Caribe que inspiraran las acciones de sus pinturas.
Estética diferencial. Fue precisamente durante su tiempo de vida en La Heroica donde su actividad artística terminó de desarrollarse en el tema de su actual predilección: el rebusque, sobre el que pinta hace más de cinco años.
Su técnica comienza con una concepción fotorrealista. Las imágenes de sus pinturas son fijadas primero en fotografías de su propio lente, una referencia que mantiene las pinturas fieles a la realidad. Ese es el trabajo que cada año realiza en Colombia cuando llega a bailar como monocuco en los desfiles de carnaval.
Más tarde, en el pasivo silencio de su estudio en Francia, donde vive hace más de una década con su esposo e hijas, comienza el trabajo sobre el lienzo; previa revisión del material fotográfico. 'Nunca pongo a posar, los movimientos son naturales, aunque ya muchos vendedores me conocen y me saludan cuando llego. De mil fotos sirven 100 –se ríe–. Siempre busco la estética y composición precisa que busco para mis cuadros', cuenta.
Y el reflejo de la luz, las sombras y las diagonales comienzan a marcar la parada en este punto. Pero las imágenes son más que una 'simple' reproducción. En detalles pequeños Heins pone su propia interpretación de la realidad fantástica de su mundo artístico. Contribuciones como su nombre en el carro de los helados en vez de la marca real de los mismos, o en las camisetas que visten a los hombres en vez de los reales fabricantes, o sus iniciales en la suela de las chancletas.
Aunque entre lo más llamativo está la textura que solo con los ojos se percibe. Sus cuadros son dibujos hechos con lápices de colores. Y son cuadros de gran formato, algunos de 150x150. 'Yo tengo cajas de colores con todas las gamas de colores. El rosado es el que más uso para la piel de los turistas en vestido de baño. No he contabilizado cuántos lápices me gasto en un cuadro, yo solo pinto y saco punta, así puedo estar unas 8 horas diarias', expresa.
De este tipo va a llevar 15 cuadros hechos en papel bambú –'un tipo de papel resistente a los años, al que no le caen hongos. Incluso ha ganado premios', dice– a las paredes del edificio del Fondo de Cultura Económica.
El resto de la muestra la conforman 16 pinturas en acrílico sobre lienzo. Y el salón se enriquecerá con una instalación en la que el suelo cubierto de flotadores desinflados espera transportar a los visitantes al mar de sus infancias, pese al frío capitalino.
Del Caribe al mundo. Llegar a esta estética pictórica de reproducción casi fiel tardó años de esfuerzos y búsquedas, desde sus primeros estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. Y después, varios desnudos con los que mantenía el ‘pulso caliente’ con modelos francesas que accedían a ser plasmadas sobre papel. Y de los colores sobrios de una habitación pasó a los contrastes enfáticos que da el mar.
Antes de llegar a las laderas europeas la artista de nacional colombiana y francesa vivió en San Agustín, donde las montañas andinas tampoco la alejaban de sus orígenes costeros. Y a pesar de las identidades distantes –irreconocibles, podrían parecer al otro lado el mundo- su arte lo viven con igual alegría sus vecinos franceses.
Su talento la ha llenado de prestigio y admiración en su segunda patria, donde en 2008 recibió las llaves de La Grande Motte, ciudad en la que vive, ubicada a pocos minutos de Montpellier, al sur de Francia. Y sus obras han pisado grandes salones de exposición de varias partes del mundo como Estados Unidos, Chile, Guatemala, Panamá y Suiza.