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Los años 80 fueron el periodo más convulso en la historia de El Salvador. Hervía la guerra civil. Al comienzo de esa década, Carlos Ernesto ya hacía parte de marchas y protestas, y de las primeras organizaciones político-militares que luego conformarían el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Durante un operativo militar en la ciudad de San Martín, su vida cobraría un giro tremendo.

Su padre y su hermana fueron asesinados en su propia casa por un comando de los Escuadrones de la Muerte, y él tuvo que huir a México y luego a España para no ser también asesinado. En esta entrevista comenta el proceso por medio del cual El Salvador logró llegar a un acuerdo de paz duradero, y cómo él mismo alcanzó la paz interior con la ayuda de la poesía.

¿Cómo era su vida en El Salvador en los albores de la guerra?

Los jóvenes buscábamos la conquista de espacios políticos a través de marchas, protestas y de un accionar que se vinculaba también al movimiento armado, a las primeras organizaciones político-militares en El Salvador, que después se conformaron a finales de los 80 en lo que se llamó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Algunos de los contemporáneos míos fueron comandantes de la dirección general del frente, otros terminaron en la cárcel o desaparecidos, hay varios casos de escritores muertos en combate. Pertenezco a esa generación que aportó su cuota de sangre en esa guerra; cada uno la dio de distinta forma: unos perdiendo familiares, otros con la vida propia, pero en definitiva creo que de ese proceso hemos aprendido todos. A partir del año 1992, tras la firma de los acuerdos de paz en la ciudad de México que puso punto y final a la guerra, el FMLN se volvió un partido político legal y pasamos a lo que Mao llamó el otro plano de la guerra, que es la guerra política.

¿Esos movimientos revolucionarios en El Salvador estaban contagiados por los de Nicaragua?

Nicaragua fue el punto que marcó el mayor nivel de esperanza en los revolucionarios salvadoreños y no diría sólo de los salvadoreños sino de América Latina en su conjunto. A nosotros nos pasó con Nicaragua lo que casi dos décadas antes nos había sucedido con Cuba. Pienso que el fenómeno de la revolución nicaragüense dio oxígeno a una esperanza, que pronto se vio truncada por la derrota en el campo político del frente sandinista, momento en el que nosotros nos encontrábamos en plena contienda militar. Creo que ha habido un salto de calidad en la capacidad del pueblo salvadoreño a la hora de discutir sus problemas; hemos madurado, crecido en la capacidad del diálogo, lo cual todavía es un reto para muchos movimientos revolucionarios en América Latina y en otras partes del mundo. Que el presidente actual de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, y el anterior, Mauricio Funes, pertenezcan al FMLN y que este partido político, ahora Partido de Gobierno, haya manifestado desde su llegada al poder que impulsaría tesoneramente la unidad nacional, refleja ese proceso de maduración.

¿Cómo fue tu salida de El Salvador?

Tenía veinte años. Fue toda una epopeya, que he venido registrando en un libro que estoy escribiendo y en una película que el director argentino Laureano Clavero está preparando. Yo huí hacia México, pero allí sufrí otro atentado por parte de los Escuadrones de la Muerte, que habían penetrado a México para destruir el primer órgano de prensa de la revolución salvadoreña, que era Salpres, institución en la cual estaba trabajando. Y la única opción que me dio el gobierno de México fue trasladarme a España. Allá me reincorporé al trabajo político y pasé a formar parte de lo que era la Coordinación Europea del Sistema Radio Venceremos, que era la voz oficial del Frente Farabundo Martí.

¿Consideras que tu obra literaria tiene mucho que ver con tu lucha revolucionaria, con tus principios políticos?

La literatura nunca la he considerado el mejor vehículo para el tema político, aunque obviamente no se puede tapar lo que uno es y piensa. Al final todo depende de la forma como lo contemos. Como a mí me han tocado la realidad latinoamericana, mi propia realidad y la de mi pueblo, no puedo evitarlo a la hora de crear. Es inevitable. Pero el tratamiento de esa obra puede ser incluso, si se hace mal, contrarrevolucionario. Ya lo decía Sergio Ramírez: lo importante es cómo contamos la revolución, no que hablemos de ella. Para mí es fundamental, en cada estadio de la creación literaria, tener como norte lo que es la literatura. Y la literatura sirve sobre todo para mentir, para fabular. Me gusta esa parte que encierra el acto de escribir. Y lo que yo cuento posiblemente sean grandes mentiras basadas en grandes verdades.

¿La literatura podría cambiar el mundo, podría cambiar el orden de las cosas o ya pasó esa época en que la literatura influía en la sociedad?

La literatura no puede cambiar el mundo. Ojalá así fuera. Si eso fuera una realidad, todos los revolucionarios estaríamos escribiendo poesía las veinticuatro horas del día, pero eso es falso. La poesía en todo caso lo que puede hacer es acompañarnos, darle fuerza moral al pueblo. Yo creo que eso se ve claramente cuando la poesía es llevada a la canción. El movimiento de la canción popular latinoamericana ha sido compañera de muchos movimientos revolucionarios en América Latina. Autores como Víctor Jara o Mercedes Sosa, por solo mencionar dos.

De acuerdo a tu propia experiencia y la de El Salvador, ¿cómo ves el proceso de paz de Colombia y los diálogos en La Habana entre el gobierno colombiano y las Farc?

A la población no beligerante en el conflicto se le deben resolver los problemas de salud, educación, empleo, vivienda digna, acceso a las expresiones culturales y un sinfín de cosas por las que se ha luchado durante tantos años. Los ciudadanos colombianos no deben perder de vista que lo que salga de esas negociaciones, de ese Proceso de Paz, va a marcar por mucho tiempo su vida. Que esos diálogos se realicen en La Habana tiene una gran significación pues es reconocer a Cuba como una plataforma válida para hablar de la Paz. Así que, como latinoamericano, celebro que se esté hablando de cómo resolver el conflicto. A partir de ese momento, vendrá el proceso no menos difícil que es el de la reconstrucción, el cual deberá pasar por la reparación moral de muchas personas que han resultado afectadas por tanta barbarie.

¿Qué elementos clave en el proceso de paz salvadoreño podrían servir en el caso colombiano?

Todo proceso revolucionario tiene elementos diferentes que los hacen particulares aún cuando haya aspectos comunes que hayan llevado a la guerra. En todo caso, un elemento clave para llegar a un acuerdo puede ser la tolerancia. Eso marca una diferencia importante. Perder el miedo por el contrario y tener confianza en que las cosas se harán como se acuerden en los documentos a firmar. Estar convencidos de que no todo se conseguirá tal y como le gustaría a cada parte. Son esos los elementos que, hasta la fecha de hoy, han convertido los acuerdos de paz firmados en 1992 entre el FMLN y el Gobierno de El Salvador en un documento del que podemos sentirnos orgullosos.

Tu primer libro de poesía se titula ‘Hasta la cólera se pudre’. ¿Te ayudó la poesía para superar el odio y la rabia hacia los verdugos de tu familia y para conseguir paz interior?

Por paradójico que resulte, no creo haber albergado en mí un sentimiento de venganza hacia los verdugos de mi familia, a quienes siempre consideré parte de un sistema represivo y perverso como el de aquellos años. Mi odio, que es revolucionario, preferí dirigirlo a las grandes corporaciones (bancos, petroleras, fábricas de armas, madereras, etc.), que son quienes realmente se lucran de tanta injusticia en el mundo y que pasa por el sacrificio diario de las víctimas silenciosas de la guerra, el hambre y la extrema pobreza en el mundo. Referirme a estos aspectos en mi poesía me permite alzar la voz y, a veces, mi rabia.

Poema del autor, Carlos Ernesto García: Yo no tengo casa

La mitad de lo que amaba ya no está conmigo

Unos (casi todos) se han quedado

Otros simplemente partieron.

Mi hermano urgentemente me escribe de México:

La casa se derrumba

hay que venderla

y pienso:

¿es qué aún tenemos casa?

Mi padre se quedó sin comprarse aquella camisa

o aquel pantalón que tanto le gustaba

sin ir al cine los domingos

sin viajar al país con el que tanto soñó

y se conformó con visitar un parque

en donde mirarle el rostro al caballo

y al general que lo montaba en una estatua

Todo por comprarnos una casa

Una pequeña y modesta casa donde vivir

y a la que hoy solamente se le ocurre derrumbarse.

Por mí

que se derrumbe si quiere

Si la mitad de lo que amaba ya no está conmigo

si los niños no se amelcochan frente a la ventana

y si a mi hermana se le quebró la sonrisa frente al espejo

aquella terrible noche de junio

antes de la tormenta y el canto del gallo

si el llanto metálico de un niño

no me provoca una tremenda ternura

que haga nacer una canción de amor entre mis manos

por mí que se derrumbe;

y que vuelvan a construir un día si quieren

pero será sobre cenizas.

Mi voz no vibrará más en sus paredes

Tus cartas de amor, Mariana,

no llegarán con su olor a perfume hasta mis manos

Al caer la Navidad

estaré siempre lejos

y solitarias habitaciones poblarán la casa

que según cuenta mi hermano en su carta:

ya perdió sus primeros cristales.

Está bien

que se derrumbe si quiere

Si es así

olvidarla será mi venganza

porque yo hace tiempo

mucho tiempo

que no tengo casa.