La escritora y periodista colombiana Laura Restrepo ha dedicado su tiempo a escribir, y al mismo tiempo su vida podría ser material para múltiples libros. Ha vivido en el exilio, en Cuba y México; participó en el proceso de paz con el M-19 liderado por Belisario Betancur en los años 80 e hizo parte de un grupo trotskista en Argentina, liderado por Nahuel Moreno, por nombrar algunas de sus vivencias.
Así mismo, fue ganadora del premio Alfaguara en 2004 por su novela Delirio, y ha escrito otras obras como Hot sur y Demasiados héroes. En días pasados, Restrepo conversó con la última premio Nobel de Literatura, la periodista bieolrrusa Svetlana Alexiévich, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, en la que además habló sobre su última novela, Pecado, en la que reflexiona sobre la naturaleza del mal.
En EL HERALDO hablamos con la autora sobre su última obra y sus perspectivas sobre el actual proceso que atraviesa Colombia en la búsqueda de la paz.
¿Qué reflexiones le dejó su encuentro con la premio Nobel Svetlana Alexiévich en la Feria del Libro?
Encontré que es una persona con una calidad humana enorme, algo que no suele suceder con las grandes figuras. Ella me pareció una persona apasionada por Colombia, una persona que no solo contestaba sino que escuchaba, con una gran capacidad de seducción del público y una sencillez conmovedora. Sentí que es una mujer que entiende que su oficio es un oficio, sin ponerle una coronita al hecho de escribir. Ella hace su trabajo de manera consciente y sabe que tiene una gran responsabilidad con la gente que se expresa a través de ella.
¿Cree que aún hay barreras que separan el periodismo de la literatura?
Creo que esas divisiones en los géneros son artificiales. Decir que aquí termina la prosa y aquí empieza la poesía, o que aquí termina el periodismo y aquí la literatura es arbitrario. Si algo tiene la literatura contemporánea es la libertad de mezclar géneros. Me parece muy significativo e interesante que le den un premio Nobel por primera vez a un periodista porque echa por tierra esos viejos criterios de que el periodismo no es literatura. Hay que entender también que si uno hace una nota rápida para informar sobre un suceso, eso no es literatura, pero si ves la obra de Truman Capote, que tomó un hecho periodístico para hacer una novela monumental, ¿quién contradice eso?
Su última novela, ‘Pecado’, es una exploración del mal. ¿Qué es el mal para usted?
Creo que el mal es un concepto gelatinoso. No tenemos parámetros comunes. La exploración del libro tenía mucho que ver con eso. El libro se divide por capítulos que cuentan la historia de un pecador, una persona que la vida pone ante una situación turbia o difícil, que es el mal, pero cada personaje saca sus propias conclusiones. El juego del libro era no caer en una definición.
En el libro el mal también se presenta como algo que no cambia en el tiempo...
Claro, el mal tiene capacidad de permear los distintos momentos y lugares, reaparece como una especie de culebra que saca la cabeza, luego la esconde y la vuelve a sacar. Creo que esta es una discusión interesante para tenerla en Colombia, que es un país en el que vivimos obsesionados con el mal, y con razón, hemos pasado una cantidad de violencia y muerte, lo asociamos demasiado a nuestra propia circunstancia. Con este libro intenté mostrar el mal como algo general, no como algo de ciertos grupos o bandos, sino como cada quien con su consciencia construye su propio criterio.
En el libro, la obra de El Bosco, ‘El jardín de las delicias’, siempre está presente. ¿Cuándo decidió que esta obra estaría en cada parte del libro?
Necesitaba hilos conductores muy fuertes para que a pesar de los cambios de escenografía se estuviera contando una misma historia.
‘El jardín de las delicias’ en ese sentido es clave porque es esa obra de El Bosco que plasma en pintura la gran épica del pecado original. Allí está el paraíso con la supuesta inocencia de Adán y Eva, está Dios en medio de un paisaje de naturaleza intacta, con un aire de maravilla, de pureza, de ingenuidad. Está lo que parece ser el descubrimiento del deseo. Y luego está un tercer panel en el que el infierno y sus castigos representan lo que durante siglos nos dijeron que era todo lo pecaminoso. Todo esto representado en un tríptico. Es fascinante porque es muy antiguo, es muy imponente porque es muy grande, tú te paras delante y te queda claro que te están contando algo muy inquietante Es extraño, tiene humor, tiene horror. Para mí era importante que las piezas de mi libro tuvieran un gran telón de fondo que es este cuadro.
Retomando su comentario sobre las coronas que se le ponen al oficio de escribir, ¿considera que no las merecen?
Entiendo que el hecho de leer un libro transporta a las personas a lugares maravillosos y que eso genera admiración. Yo vivo de escribir y encuentro un gran goce en ello, me ha permitido vivir con gran pasión. Pero me parece feo ponerle una corona al oficio. Entiendo la seriedad que hay detrás de escribir y lo mágico que puede ser leer una buena historia, pero, por ejemplo, ahora mismo vivo en el campo y me gusta la sensación de estar en un lugar en el que se ha realizado trabajo ligado a la naturaleza. En ese sentido, el oficio de un carpintero me produce igual de admiración que el oficio de escribir un libro.
¿Cómo ve el proceso de paz?
Tengo toda la esperanza en que el proceso funcione con las Farc y el ELN. Me parece que avanzar con este proceso tiene que ver con la oportunidad de afianzarnos en la vida, pensar que el futuro es posible. Esas son cosas que se van borrando sin que nos demos cuenta. Es hora de serenar los espíritus y callar los fusiles para que se oiga la voz.