En Puerto Rico la frescura sabe a limonada con menta. La vida la endulzan con azúcar morena. La sazón se esconde en el guiso colorado de habichuelas con las que bañan el arroz blanco. El valor huele a anís con ron. El sabor está en la lengua.
Los nativos hablan con ritmo. No lo pierden ni para pelear. Arrastran las erres. Se las comen, las reemplazan con eles. Discuten con gracia, les sale cantao, al menos así lo demostró Rubén, un taxista borinqueño que, en el intento por llevar a una delegación de periodistas extranjeros al Viejo San Juan, terminó por serpentear las calles de Miramar en busca de una salida al vasto protocolo de seguridad que rodeó el Hotel Sheraton y el Centro de Convenciones desde la noche del lunes.
El motivo del 'alboroto': la llegada del rey Felipe VI y de la reina Letizia para participar en la inauguración del VII Congreso Internacional de la Lengua Española.
–'¡Échenle la culpa al rey!', insistió el conductor.
–'¿Y de qué?', preguntó un compañero.
–'Pues de que no pueda pasal, chico. De que tenga que coblarles más caro. ¿Que tú no ves todo lo que tuve que hacel pa’ llegal aquí?', explicó el corpulento moreno de barba espesa que, en su afán por encontrar el restaurante Ají dulce, terminó por pedirles a los pasajeros que se quedaran antes de llegar a su destino, por subirle el picante a la noche.
Rubén no era el único indignado con la visita de Su Majestad. En los pasillos del Sheraton, un par de camareros comentaban sobre la visita real. Además de preguntarse qué venían a festejar en la isla en un momento tan crítico, destacaban que el palo no estaba para cucharas. En contraste, un hombre de cabello liso manchado con algunas canas tomó la vocería en la sesión de apertura de esta fiesta de la lengua para alertar a la prensa internacional sobre un poco de su 'verdad'.
'¡Justicia para Óscar López Rivera, ¡justicia!' –se escuchó desde lo alto de una de las plataformas de grabación del evento. ¿El clamor? Piedad para el independentista puertorriqueño preso desde 1981 en Estados Unidos por supuesta conspiración y transporte de armas. ¿La queja? 'Un juicio justo'.
Mientras que en el salón central de la cumbre un sinnúmero de personajes nacionales desfiló sobre la alfombra roja, para acompañar a los insignes ponentes de la Real Academia de la Lengua Española, el voraz escritor de la novela La guaracha del Macho Camacho, Luis Rafael Sánchez, se preparaba para dar la estocada a la mañana del martes, para invitar al público a empaparse en ese río de mestizaje propio de la llamada Isla del Encanto.
Sánchez apeló a los sueños, a la democracia. Recordó que no hay nada más humano que hacerlo, soñar. Que no son los sueños ajenos los que tenemos que colmar. Volvió a mencionar a López Rivera. El auditorio se unió en una ovación. No le dio igual reconocer que más de la mitad de la población boricua vive afuera. Que cuatro millones se fueron y apenas tres se quedan. Habló en español. Respetó el español, lo disfrutó. Lo celebró. Invitó a saborear el sancocho de razas que mezclan el mamey, el cacao y la guanábana, que unen océanos y cordilleras. Que motiva la creatividad como el simple acto de producir algo de la nada.
'Somos dueños de un idioma que se extiende por cuatro continentes', concluyó Sánchez. Abanderó un sentimiento colectivo. Pasó por la ortografía y la gramática, habló de un epitafio. Subrayó que cada vez que nos leemos estamos reviviendo. Que el español lo hace posible.
La resurrección se extenderá hasta hoy, cuando los 150 ponentes invitados han debido terminar con sus presentaciones. Cuando la música vuelva a unir al pueblo al son de una misma voz. Cuando en los tragos de ron explote el sabor de la lengua, del español, de lo que nos une. Cuando el cierre indique que el culpable de esta fiesta de las letras era, es y será solo el español.