Un criminal empeñado presuntamente en desaparecer la risa y un periodista fabulador son los ejes fundamentales de Limpieza de oficio, la segunda novela de Sergio Ocampo Madrid, que un día renunció al ritmo vertiginoso de las salas de redacción con el sueño de dedicarse en pleno a la literatura, para explayarse con creatividad en narraciones allende de la rigurosidad periodística y el permanente compromiso ético con la verdad.
Los hechos narrados en esta obra podrían no escaparse a aquella premisa de las coincidencias entre la ficción y la realidad, sin embargo, Ocampo Madrid dice que la novela recientemente lanzada nace de una idea original que tiene su piedra angular en dos páginas de El hombre que murió la víspera, su anterior publicación. Ahora uno, o varios asesinos en serie de payasos, alternan el protagónico con ese narrador truculento y habitante permanente del bajo mundo.
'¿A quién se le ocurriría atentar contra personajes tan poco dados a la controversia como los payasos?', se pregunta el escritor nacido en Medellín, dejando de paso plantado el misterio que toma la historia y que solo habrá de resolverse durante un tránsito por el humor negro y el drama, matices contenidos en las más de doscientas páginas.
Una narración que evoca las intrepideces de los reporteros de la crónica roja, y los mitos y contundentes realidades en torno a psicópatas y criminales magnificados por la crueldad de sus actos o por el chismorreo popular. Y aunque la idea y los personajes de Limpieza de oficio son de la cosecha de su autor, han existido a través de la historia excelsos e ingeniosos cronistas, así como enigmáticos y monstruosos matones que bien podrían venir a colación.
Él, por ejemplo, refiere a José Joaquín Jiménez –Ximenez–, célebre sabueso del amarillismo de principios del siglo XX que no vivió más allá de los treinta años, pero por cuyo pródigo ingenio se llenaron cientos de hojas de papel periódico, máxime cuando el protagonista era el imaginario Rascamuelas, un pelafustán en cuya búsqueda inútil se desgastaron durante meses centinelas y generales en el inicio de la centuria pasada.
El interés se suscita y se acrecienta por el solo hecho de pensarse que redactores fascinantemente creativos como Ximenez o Felipe González Toledo pueden verse reflejados en las hojas de Limpieza de oficio, y que allí mismo ha de concurrir el enigmático forajido como un Nepomuceno Matallana, un Luis Alfredo Garavito o un Johnny el Leproso.
La trama, negramente humorística, habrá de dar giros en la medida en que, lo refiere el autor, 'se van generando circunstancias y se adquieren claridades'.
Para Ocampo Madrid la novela es una estructura en crecimiento que se va autoconstruyendo a lo largo del proceso de creación. En su caso, tiene la ventaja adicional de que por su condición de psicólogo concibe personajes con una carga importante a partir de la exploración de la conducta humana. Así creó a un reportero con un ego tan grande, que sin importarle estar metido en un mundo en el que no le es permitido mentir, termina haciéndolo.
Lo hacía Ximenez al poner, antes de que llegaran las autoridades, sonetos de amor en los bolsillos de los difuntos como recurso para su estrategia narrativa, y así, con recursos impredecibles, el narrador recreado en Limpieza de oficio tendrá que arreglárselas para sustentar sus hipótesis respecto al porqué a alguien un día se le ocurrió dedicarse a matar payasos, y no por razones de su humor inofensivo o su perifoneo al mediodía.
En ese encantamiento de la inventiva se mueve desde hace varios años Sergio Ocampo Madrid, sin desligarse de su esencia de periodista, pues sigue escribiendo columnas y artículos, y ejerce como docente en las universidades Javeriana y Externado de Colombia. Un día lo decidió, convencido de que la inmediatez y lo estricto de la información cotidiana estaban poniendo en riesgo que sus propias historias quedaran sin contarse.
Opinión
Como el buen periodismo. El periodista y escritor Juan Gossaín comenta en las solapas del libro: 'Cuando terminé de leer este libro estupendo de Sergio Ocampo Madrid, y volví a empezarlo, no sabía claramente si se trataba de una novela, una biografía, un reportaje o una parodia. Es probable que sea todo eso al mismo tiempo, porque la buena literatura, como el buen periodismo, es así: se niega tercamente a dejarse encasillar'.