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Catorce minutos y medio antes de que comenzara en San Basilio el concierto de música clásica ofrecido por un grupo conformado por gitanos húngaros, una mano de palenqueros, alebrestada por el consumo de ron de caña y cervezas, armó un rebullicio que los invitados de pompas al evento -con sus guayaberas de lino almidonadas, los hombres; y las mujeres con sus vestidos de etiqueta- no se percataron, por fortuna.

El escándalo era al interior de la famosa cantina ‘Los recuerdos de ella’, ubicada diagonal a la plaza Benkos Biojó, donde se iba a dar la presentación, en el cierre del Festival Internacional de Música, del grupo de cámara de Hungría, Geza y Los Virtuosos Bohemios. Un hecho sin precedentes.

Alguien les desconectó de mala manera el picó el Rey, que sonaba a todo timbal con música de champeta criolla, para deleite de varias parejas del poblado, a las que parece es menester emborracharse todos los santos domingos de la semana hasta horas de la madrugada.

Al silenciarse el aparato, ardió Troya. Los bebedores y el dueño del establecimiento estallaron en furia. La gritería no la apaciguaba ni la cortesía de un policía sereno que les pedía a nombre del Gobernador y los invitados de honor que bajaran la voz, que el concierto iba a comenzar.

'Esa gente se va y yo me quedo sin vender mis cervezas', decía Upiano Cassini, a voz en cuello, malhumorado.

Pero la alharaca no pasó a mayores y a la hora acordada de las seis y media de la tarde subió al escenario de la plaza libertaria de San Basilio, el gitano húngaro, Gezalius Geza Hosszu Legocky, con su violín al hombro y su elegante traje de paño.

Desde el principio mostró que era un artista con ángel y no dejó su alegría un solo momento, ni cuando se presentó la nube de insectos que se desató por culpa de los reflectores y que invadió a los músicos que hacían esfuerzos para que los ‘paco pacos’ y las maripositas no se le metieran en la boca y los jejenes no los picaran mientras tocaban sus instrumentos de cuerda y el piano.

La negra Trinidad Cáceres, de moñitos en la cabeza, seria y buena, a pesar de su apariencia de ser de malas pulgas, dijo, entre el público: 'esa es la plaga de la hora, ahorita se va'.

El violinista gitano y sus virtuosos bohemios no solo atrajeron a los bichos desaforados de la noche, sino que, con el alegre repertorio de música tradicional de su patria, que tiene raíces españolas, conquistó a los palenqueros, que dejaron el bullicio de la cantina; los televisores de sus cuartos; las tertulias en las esquinas y se vinieron a la plaza a oír 'esa música rara'.

En primera fila estaban el gobernador Juan Carlos Gossaín, gestor de la idea; y los señores y señoras encopetadas, olorosas a rosas, invitados especiales al concierto. Atrás de ellos estaba África. Los palenqueros de todos los vecindarios. Viejos y jóvenes. Unos se atrevieron a traer su botella de ñeque y la terminaron mientras el gitano tocaba, festivo, su violín.

La palenquera dicharachera, de fácil sonrisa, Eleudis Valdés, estaba tan animada, que dijo: 'Me hubieran dicho antes que iba a ser esta música tan bonita y me hubiera traído a mi parejo para echarme una bailadita'.

María de Salgado, una abuela de 72 años, conservada y habladora, estaba también hechizada por la música de los gitanos.

Se atrevió a decir algo que pudiera ser un sacrilegio en la tierra de Benkos Biojó, pero aún así lo dijo, en voz alta: 'Yo si pudiera cambiaría en Palenque la música de champeta criolla por la de los músicos esos'. Pero hizo una advertencia: 'cambiaría la champeta criolla, pero no la africana. Con esa sí me quedo'.

El director Gezalius Geza, al final del concierto, dijo que estaba maravillado y que no imaginó el éxito que tuvo entre los palenqueros.

Entendió la plaga de insectos que los azotó y que hasta provocó un receso mientras fumigaban el escenario para proseguir el concierto; y entendió también que los herederos de los cimarrones africanos no suelen hablar bajito y por eso los murmullos en medio de su presentación.

'Me quedaron ganas de volver. Soy gitano y mi pueblo también fue perseguido, así que me alegra de estar en Palenque', dijo el músico.

Julia Salvi, la fundadora del Festival de Música de Cartagena, al final estaba emocionada. Sólo atinó a decir: 'Se portaron divinos. Es la primera vez y se van educando. Fue un acto de inclusión'.

De manera que así, el Festival de música culta llegó a su final y terminó felizmente con un broche afro del palenque de San Basilio.