Aleida no tiene boca y le salen letreros para hablar. Ya tiró el zarpazo sobre la ‘genialidad’ de Andrés Jaramillo y sus impresiones acerca de las niñas que se visten con un sobretodo y debajo tienen una minifalda. 'La dignidad de una mujer no se mide por la cantidad de ropa que lleve puesta', asesta con su cabello bicolor sentada en el sofá, su estado natural. Ya antes había dicho que 'en esta sociedad, a la mujer le hacen falta garantías y le sobran procuradurías'.
Repite sus mantras a través de una nueva agenda que protagoniza, donde no caben las pueriles intenciones de 'bajar de peso el próximo año', como si el 31 de diciembre trajera consigo las más grandes determinaciones de nuestras vidas.
En cambio, en la agenda Aleida 2014 sí cabe la idea de intentar organizar las vidas femeninas, de a ratos trastornadas, mientras se echa a llorar ante la irremediable realidad de las viñetas. No es gratuito que 'algunos prefieren cerrar los ojos para recordar, en vez de abrirlos y mirar', diría esta cuarentona que no quiere revelar su edad. Después de todo esa pregunta no se les hace a las mujeres.
Detrás de Aleida está Vladimir Flórez, o Vladdo, un cincuentón que reconoce que 'ella habla mejor que yo'. Conviven en una traviesísima dualidad apenas separada por un garabateo de esfero, o marcador, o rotulador, como cuando logró la figura femenina que buscaba en un trazo perdido hecho con una pluma Rotring, al respaldo de un individual de papel.
Aleida, de Vladdo.
Es Aleida, con su nombre sacado de las raíces griegas y que la asemeja a una deidad olímpica, la que logra rescatar a su autor de las trilladas críticas mordaces al sistema, al Gobierno, a Uribe, a eso que hace parte de la ponzoña política nacional. Es ella la que les recuerda a las mujeres la universalidad de su género, así como la falta de políticas públicas para que los misterios sexistas que las rodean desaparezcan como la edad luego de los 40.
Tiene minifaldas y babydolls. Determinación y temple. Una edad irrelevante para ser revelada, pero la justa para no rodear con prejuicios las situaciones que no lo merecen. Así llega a la cotidianidad de quienes quieran tenerla consigo en unas páginas diarias, editadas por Aguilar, 'aunque algunas no la quieran rayar porque les da pesar', como bien lo anota Vladdo.
Una tarde de sábado, un momento perfecto para regalar autógrafos, el álter ego de Aleida se sentó a marcar agendas para las barranquilleras. De ellas toma la capacidad de no perturbarse por lo innecesario –Aleida, no Vladdo– y se pone en modo inconmovible. Es su respuesta natural a una sensibilidad desbocada que nos ataca a todas, una que se busca ocultar a como dé lugar.
Aleida vive en un apartamento normal, se mueve en un carro normal, tiene una vida normal y una psicóloga normal. A fin de cuentas, como dice Gabo, 'lo único que le falta a Aleida para ser perfecta es un poco de amor'.