Es frecuente encontrar en el ‘Metro’ visitantes, del extranjero y de otras ciudades del país, buscando la manera de ingresar. No existe ningún plan o recorrido turístico oficial para uno de los símbolos arquitectónicos de la ciudad. Si no es con un partido de Junior o de la selección Colombia no hay manera formal y transparente de conocer un lugar tan icónico de la ciudad.
O el Gobierno nacional se compromete a entregarle a la región herramientas, recursos, y, por qué no, nuevas competencias para ganar en autonomía, sobre todo fiscal, y para resolver las crisis que nos afectan, o no tendremos opción distinta que seguir empujando, presionando lo que haga falta hasta obtener un cambio de modelo territorial que sea verdaderamente efectivo, menos sumiso, más irredento, que asegure futuro posible para la totalidad de sus habitantes. En particular, para aquellos que agobiados por sus situaciones puntuales, cómo no pensar en la gente de la Mojana, exigen soluciones reales, hartos de lógicas o tópicos manidos que hacen parte de un relato que se quedó en diagnósticos, falsas promesas e incumplimientos.
Estamos en las manos de la Ungrd, tristemente degradada a un cartel de corrupción, sacudida en su interior por los efectos de un potente huracán categoría 5, herencia de Olmedo y Pinilla. La desconfianza en su gestión es proporcional a los desafueros que estos cometieron. Pese a las buenas intenciones de su actual dirección, se les echa el tiempo encima, los frentes a intervenir se multiplican y no parece que esté lista. El que todavía no sabe rezar, que aprenda cuanto antes.
El mundo tecnológico, tan revolucionario como indispensable en la vida moderna, conlleva riesgos engendrados en la incondicional obsesión por permanecer conectados 24/7. En especial si son niños, adolescentes o jóvenes, los llamados nativos digitales, que temen perderse aquello que ocurre más allá de su alcance físico, necesitan sumar likes de los demás para sentirse parte de, relacionados a o vinculados con, y a estas alturas ya no conciben existir sin compartir su vida privada, por decir algo, en redes sociales, plataformas digitales o en lo que se les parezca.
Se equivoca el presidente Petro cuando acude a su relato de división para tratar de explicar este vergonzoso episodio que cubre de fango a su gobierno. No, no se trata de cachacos o costeños, de blancos o negros, de ricos o pobres, tampoco de políticos o funcionarios de izquierda o de derecha, sino de moral. Se tiene o no se tiene. Punto. Si falla la moral se incurrirá con facilidad en conductas irregulares o ilícitas y cuando esto sucede la justicia no tiene otro camino que actuar para aplicar las leyes, de ahí el valor de la separación de poderes, garantía de nuestra democracia.