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Detrás de un traje de protección, invulnerable a los aguijones de las abejas, Yina Ortiz alimenta una colmena. El enjambre y la miel son sus aliados para 'sanar' las heridas de Chengue, corregimiento de Ovejas, Sucre, brutalmente masacrado por paramilitares.

Hace 18 años Chengue, en la región de los Montes de María, se vistió de luto. Escuadrones de ultraderecha ingresaron de noche y asesinaron, con machete y piedras, a 27 campesinos a los que señalaban de colaborar con guerrillas izquierdistas.

Ortiz, de 33 años, perdió familiares y amigos. Se salvó porque vivía en una vereda alejada del casco urbano adonde la violencia no alcanzó a llegar. Pero guarda frescas las imágenes de 'gente llorando' y 'muertos tirados en la calle'.

Las vías se tiñeron de 'una corriente de sangre, eso era impresionante ver tantos muertos, uno encima del otro, allí tirados y sus familias recogiéndolos', relata a AFP. Tras la matanza, unas cien familias huyeron y Chengue se volvió un pueblo fantasma.

Casi dos décadas después de aquel horror, la vida regresa a la polvorienta y calurosa localidad a la par del vuelo de miles de abejas de un proyecto impulsado por mujeres.

'Con esto de la apicultura la gente se ha unido, han vuelto, le han tomado amor a esto de estar con las abejas', dice Ortiz mientras sopla tres volutas de humo para calmar a los insectos.

Desde hace un año, las 159 familias de Chengue alternan sus labores agrícolas con el cuidado de 500 colmenas facilitadas por el gobierno y Naciones Unidas como parte de un proyecto colectivo para los dolientes del conflicto armado.

Con la 'mielicultura' se busca 'sanar heridas', pero también es la esperanza de subsistencia de las familias cuyos cultivos de tabaco, ñame y yuca se secan cada vez más rápido por el calentamiento global, explica Ortiz.

Para final de año los pobladores esperan recoger una primera cosecha de 13 toneladas de miel. Con los ingresos crearán un fondo de sostenibilidad.