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Herminia Rosa Meriño López reía incesantemente. No había motivos aparentes, pero lo hacía sin pena. Tiempo después reveló que era una forma de 'burlarse del dolor' que carga desde hace 14 años.

Esa cruz, que para ella es menos pesada al asistir a misa, la lleva a cuesta sobre su liviano cuerpo desde el 17 de enero de 2001, cuando tuvo que huir de su casa. Lo hizo por su instinto de supervivencia: sobrinos, primos y amigos formaron parte de los 27 asesinados con mazos y cuchillos en el parque del corregimiento de Chengue, a manos del autodenominado bloque Montes de María del paramilitarismo, comandando por Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena. La casa de ella fue una de las 30 que quemaron ese día.

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'Desde entonces no me quito el luto', confiesa la mujer y dice que cuando llega enero la tristeza aumenta.

Su estado de ánimo también se afecta en diciembre porque recuerda que celebraban y amanecían bailando. 'Este pueblo era feliz, no es contarlo sino haberlo vivido', expresa Meriño, quien hacía parte de un grupo de lugareños entrevistados por EL HERALDO a propósito del plan de restitución que el Gobierno Nacional puso en marcha en el poblado sucreño.

Hoy, con los achaques propios de sus 81 años, cuenta que desde la masacre solo ha regresado en tres ocasiones, a reuniones. 'Pero, no me desagrada la idea de volver y quedarme en el paraíso'.

Ella hace parte de las primeras familias, 38 en total, que hoy viven en Ovejas y que iniciaron un proceso para regresar al pueblo que 'llevamos en el corazón'. Su deseo de volver lo acompaña la Unidad de Restitución de Tierras de Sucre. (El proceso que está en marcha)

Acabaron el pueblo

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Campesinos regresan de sus cultivos luego de una jornada de trabajo.

Como si quisiera dibujar con las manos y los gestos el día de la barbarie de las autodefensas, Alejandro Oviedo Meriño rememora la madrugada en la que oyeron el ruido de las botas paramilitares y empezaron a llamar a la gente para que se levantara.

Integrantes del Bloque Montes de María llegaron a la casa vecina, por lo que sin dudarlo, pese a la oscuridad, decidió marcharse para una finca con su familia. Con el paso de las horas, desde lo alto vio cómo su terruño ardía en llamas. Hasta allá llegó un amigo que también huyó y les avisó que varios hombres estaban muertos en la plaza.

'Cuando regresé dije: se acabó el pueblo. Fue un día duro. Del miedo que todos teníamos, la gente no encontraba el camino para irse y no había transporte. Los que partieron solo lo hicieron con lo que tenían puesto. Los muertos –20 en la plaza y el resto en sitios cercanos– quedaron, ahí, tirados, solo los vinieron a recoger en un volteo, como a las 5:00 de tarde, y se los llevaron para Ovejas', relata.

La masacre dejó al pueblo en la ruina. 'El tiempo, nuestras vidas y esperanzas, todo se frenó', afirma.

Con los recuerdos de la masacre vivos, cuenta que 15 de los muertos eran primos o parientes cercanos y que 'ninguno era guerrillero', que fue la razón por la que los paramilitares justificaron los asesinatos.

Amargo recuerdo

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Esta es una de las treinta casas que incendiaron los paramilitares en enero de 2001.

Chengue en 2001 estaba conformado por 84 familias, en su mayoría, de apellidos Meriño, López, Oviedo, Mendoza y Villegas; tenía cuatro tiendas, dos billares y una gallera.

Cultivaban verduras, maíz, yuca, ñame y aguacate que vendían para todo el país, y los patios de las casas permanecían llenos de gallinas, gallos, pavos, patos y terneros. Hoy solo lo habitan 13 familias, hay dos tiendas, la extensión de los cultivos y el número de animales disminuyó, pero sus antiguos pobladores tienen la esperanza de volver.

'A mí me quemaron la casa, pero con la restitución vuelvo a Chengue. Hay que volver a vivir', añora Alejandro Oviedo.

El pueblo está a 'cinco tabacos' del casco urbano de Ovejas, dice Julio Alejandro Meriño López. Los presentes en la pequeña plaza entendieron su explicación, pero el hombre de 79 años reaccionó porque supo enseguida que la forma como él mide la distancia no sería interpreta fácilmente por otros, por lo que resolvió el interrogante con más claridad: 'Son 23 kilómetros de aquí al Municipio'.

Su relato de lo que sucedió parecía no haber sido escuchado por varios lugareños.

'A mi casa no llegaron. El comandante de eso fue amigo mío y de mis hijos. Él pasaba aquí, venía a comprar aguacate', explica y hace una pausa, casi que apenado, y continúa:

'Pero después se convirtió en un malo y fue quien comandó esta vaina. ‘Cadena’ venía a comprar aguacate y los comercializaba en Medellín. Después se convirtió en lo peor, no tenía que ver ni con ma'e'.

Meriño advierte que Rodrigo Mercado era oriundo de Macayepo, Bolívar, un corregimiento cercano por lo que era habitual verlo en Chengue para comprar productos o pelear gallos.

Tiempo después- rememora- llegó a Chengue, cuando era el hombre asesino, nos brindó unas cervezas y dijo que ya sabíamos en lo que él andaba, pero que nunca se metería conmigo, que nunca sería capaz de mandarme a matar… hasta ahí llegó la conversación. En esa esquina estábamos reunidos como 10 y todos lo oyeron. Tal vez esa fue la causa para que me perdonaran la vida y la de mis hijos.

Sin embargo, el sanguinario comandante paramilitar mató a 14 de sus familiares y lo obligó a él a desplazarse.

'Hace poco, me dijeron que me van reformar mi casa. Una vez lo haga el Gobierno, vuelvo. Este pueblo era querido, aquí todo el mundo tenía su fortuna, vacas, cerdos, gallinas y también éramos buenos amigos', recuerda.

Relato de un padre

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Enrique Oviedo Meriño se ha resistido a irse de un todo de su terruño. Va con frecuencia al mismo lugar donde vio correr la sangre de sus amigos, vecinos y la de su hijo, el último en ser asesinado, quien lanzó un grito antes de morir. 'Tal vez clamaba justicia', dice.

Describe que llevaron a los hombres al parque y los llamaban para que se ubicaran en una parte alta, detrás de dos billares y una casa. El que iba no regresaba. '¡Y qué iba a regresar si los mataban con una mona (mazo)!', exclama. Enrique Oviedo tiene su explicación de por qué 'nadie oía nada'. 'El hierro en el cuerpo no suena', señala y dice que 'nadie veía porque estaba oscuro y porque todo quedaba tapado por la casa y un matorral'

Al final, entre los hombres asesinados halló a su hijo Rusbel Manuel Oviedo Barreto, quien fue sacado de su vivienda pese a que él como padre intentó bloquear con un palo la entrada e impedir que ingresaran los paramilitares.

'A mi hijo como que no le dieron bien con la mona, y gritó. Entonces dije: ‘Ya lo mataron, nojoda’. Enseguida estos tipos me dijeron que me metiera en mi casa, que estaba abierta, y ordenaron que prendieran otras viviendas. ¡Qué candelazo tan grande! Ellos salieron y como a los 15 minutos llegó la ley (la Infantería de Marina)', cuenta, mientras observa parte de su paraíso, el mismo que quieren recuperar junto a sus amigos de siempre.

Restitución está en marcha

Gina Castro, directora de la Unidad de Restitución de Tierras en Sucre, reveló que su despacho recibió en 2012 unas remisiones de la Corte Constitucional sobre algunos de los casos sucedidos en Chengue. Para sacar adelante las reclamaciones, la zona fue microfocalizada en 2013. Un año después, jueces encargados de estos procesos recibieron 38 reclamaciones, representadas en tres solicitudes de restitución que tiene pruebas suficientes para 'obtener sentencias favorables a las víctimas'.

'Nuestra meta es que el Estado atienda de manera integral a estas personas. Con la llegada de la Unidad al pueblo se da el primer paso en busca de la formalización de derechos y de 'reconstruir un paraíso perdido como han denominado Chengue'.

Advierte que la 'tarea será ardua', pero que están atendiendo a la comunidad, cuyos integrantes sienten 'duelos congelados' y que el Estado los ha 'dejado esperando' por una reparación verdadera.

Las demandas pretenden formalizar los derechos sobre la tierra, la reparación simbólica y que través de la solicitud de restitución el funcionario judicial a cargo ordene a las instituciones que forman parte del Sistema Nacional de Atención a Víctimas que actúen en favor de la comunidad que quiere retornar.

Por eso hoy, pese al cruento e inolvidable hecho, personas como Enrique Oviedo Meriño, al igual que Herminia Rosa Meriño López, Alejandro Oviedo Meriño y Julio Alejandro Meriño, quieren regresar a vivir en lo que era para ellos y sus familias un 'paraíso'.

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El abandono del parque refleja la poca atención del Estado, dicen sus habitantes.