'Érase una vez un carpintero que vivía solo...'. Así es como comienza la historia de Pinocho. Y esa misma escena la que se le viene a la mente a quien entra por primera vez a la casa de Julio César Hernández Pérez, en Colosó, Sucre.
Pero a diferencia de Gepetto, como se llama en el cuento al padre del más tierno muñeco de madera, nuestro personaje, que ya tiene 83 años, talla bastones que han pasado de mano en mano por casi medio país, como él asegura.
'Dios la bendiga, niña', fue el saludo de aquel hombre cuyo rostro se escondía en unas frondosas trinitarias, el único adorno de su humilde vivienda en el corazón del barrio Las Campesinas.
Esta vez no vestía su ropa de tallador sino con una implecable ‘pinta’ para la entrevista.
El último sobreviviente
Lo primero que nos contó este Gepetto de Colosó, que como en el personaje de Pinocho vive rodeado de madera, serrucho y laca transparente, es que aprendió a leer en las noches y que de las operaciones matemáticas solo domina la suma y multiplicación. 'Las otras no porque no fui más al colegio'.
Julio César se siente orgulloso de ser el único sobreviviente de una dinastía dedicada a fabricar bastones.
Esta tradición la comenzó su abuelo Ignacio Hernández, cuya fama trascendió los Montes de María de Sucre para adentrarse a Bolívar. Su nieto cuenta que con los años, Ignacio le fue enseñando el oficio a su hijo José De los Ángeles Hernández Jaraba.
Desde los 23 años comenzó una carrera maratónica que culminó a los 104 cuando murió.
Recuerda que los bastones de los Hernández llegaron a pisar lugares jamás colonizados por otros fabricantes, como la Casa de Nariño residencia en ese entonces de los presidentes Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López Michelsen, Belisario Betancur, César Gaviria, Misael y Andrés Pastrana y un sinnúmero de ministros y otros gobernantes.
José De los Ángeles tuvo 10 hijos, pero solo dos, Antonio José y Julio César, continuaron su legado.
'Lo que me llevó a hacer bastones fue que mi hermano, borracho, se tiró de un puente y estuvo más para allá que para acá: se partió las piernas, entonces mi papá era el único que lo hacía, por lo que me puse a practicar y lo hice exacto a como ellos los hacían, y los vendí. Las ganancias las partía entre los tres', recuerda.
Para ese momento costaban entre 8 mil y 10 mil pesos, un precio, según Julio, muy bajo para el trabajo que requería. Por eso él subió la tarifa a 20 mil, e igual los vendían, pues los bastones llevaban un valor agregado: eran con figuras.
Clientes ilustres
Su padre y su hermano solo hacían dos clases de bastones, el ‘7’ y el Media vuelta, que son los comunes, pero él, llevado por su ingenio, comenzó a hacerles el agarre en forma de corazón, caballo, tucán, culebra, vaca e iniciales del nombre de sus clientes.
Los precios oscilan hoy entre 50 mil pesos y 200 mil, de acuerdo con el número de letras que lleve el bastón.
Hace cerca de tres meses que no le han encargado más, pero aún conserva seis. Uno de ellos se le mandaron a fabricar y nunca lo fueron a buscar.
La representación humana de Gepetto vive en una casa llena de pedazos de madera, serruchos y lijas, dentro de la cual siempre está listo para el siguiente pedido.
Con una risa penosa, recuerda que uno de sus clientes le pidió un bastón en forma de Pinocho, pero al final no se materializó porque no le quiso pagar los 500 mil que pedía por su obra de arte.
Sus bastones, así como los de su padre, también han estado en manos de presidentes. Álvaro Uribe recibió uno con sus iniciales que le regaló el alcalde de Colosó de la época y Julio César le regaló uno en forma de tucán, que, dice orgulloso, lució cuando estuvo incapacitado por un accidente cuando lo pisó una potranca. También en manos de gobernadores, entre ellos, Julio Guerra Tulena.
Explica que los artículos que elabora los usan adultos mayores o quienes han sufrido un accidente, no solo de Colombia sino de Venezuela, Suecia y Estados Unidos. Los expuso durante diez años en Corferias con el nombre de ‘Bastonería San José’, en honor a su padre. Cada año llevaba 130, de los cuales, 30 eran elaborados por su hermano, quien falleció tres años después de sufrir una caída en su casa.
Cuenta que tarda dos días haciendo un bastón, recalca que es empírico y que sus herramientas no son las más modernas. Sus implementos, son el taladro, serrucho, machete, escofina, vidrio, lija y laca transparente.
A su edad no usa bastón, pero cuando le toque lo hará: 'Si me lo vienen a comprar, lo vendo, aunque creo que será uno modesto, de gente pobre como yo'.
No recuerda cuántos bastones ha hecho, pero sí que le faltan muchos por hacer porque siente con mucha energía y con orgullo carga la medalla invisible de ser el único sobreviviente de la dinastía que nunca cojeó, pero que vivió apoyada de un bastón.