La sociedad barranquillera despidió a la destacada chef de ascendencia libanesa Lisette Malkún Zarut, una emprendedora gastronómica de 55 años, que partió este lunes de forma inesperada dejando un legado culinario y humano que desde ya empiezan a valorar familiares, colegas y todo aquel que probó sus delicias, en especial sus postres o su inigualable arroz de punta gorda.
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Hoy hace falta en cada mesa donde su comida árabe fue protagonista, pero especialmente será extrañada en el seno de su familia donde era considerada toda una matrona.
Hija de una familia que migró desde el Líbano y echó raíces en la capital del Atlántico, Lisette atesoró las recetas de sus tías, abuelas y bisabuelos y las cocinó para nuevas generaciones de comensales. No estudió cocina en una academia, era, como la define su hermano, el también chef Orlando Malkún, toda una cocinera empírica, autodidacta y devota de la tradición.
“Todo lo que hizo fue por las recetas de mi familia, empíricamente, por vocación y también para mantener esa conexión cultural que ya muchos habían perdido”, contó a EL HERALDO.

Orlando, uno de los primeros en probar cada creación que salía de su cocina, recordó a su hermana como su motivadora personal. “Cuando yo era muy niño, vulnerable, ella fue luz. Siempre creyó en mí más que yo. Me decía: tú vas a ser famoso, reconocido, vas a ganar muchos premios y los festejó como si fueran suyos. Esa semilla que sembró en mí hizo que hoy yo esté donde estoy. Ahora solo pienso en toda la falta que me hará ese amor”, expresó con la voz aún quebrada, pero firme, como quien honra sus abrazos y todas sus enseñanzas, esas que no se apagan con la muerte.
Endulzando vidas
Su historia con la cocina empezó de manera comercial hace más de 15 años, primero entre hornos y azúcar. Fueron los postres los que abrieron la puerta a su emprendimiento: tortas caseras, dulces de herencia árabe, y una repostería tan suya que pronto la ciudad la adoptó como sello inconfundible. Pero su sazón no se detuvo ahí, cuando el reconocimiento llegó, Lisette amplió su menú con platos emblemáticos como el arroz de punta gorda, hecho con la paciencia de quien no improvisa una receta que es sagrada.
“Ella era muy psicorrígida, todo al pie de la letra del libro de la familia. En eso chocábamos, porque yo invento, muevo, soy libre. Ella no, pero esa era su magia: amor y tradición intacta”, agregó su hermano.

La lista de clientes que se rindieron ante su cocina se extendió a figuras de renombre nacional como el exfutbolista Carlos ‘el Pibe’ Valderrama, al que Lisette llegó a considerar como su “mejor cliente”.
Y si de admiraciones hablamos, Lisette también compartió fogones simbólicos con la cartagenera Leonor Espinosa, considerada la mejor chef femenina del mundo según The World’s 50 Best Restaurants.
De espíritu emprendedor
Sobre ese legado, otras voces de la gastronomía local también se pronunciaron. La chef Silvia Ibáñez la describió como “una mujer berraca, con empuje y una calidad humana excepcional”.
Destacó platos como “su arroz de punta gorda y las torticas de plátano maduro, inigualables”, además de creaciones memorables como canasticas de quibbe con tahine y tabbouleh, su sello en celebraciones.
Ibáñez también evocó la cercanía genuina que tenían como colegas: “Perdí la cuenta de cuántas preparaciones me envió para que probara. Ese arroz de berenjena volteado en molde, con bolitas de quibbe, como su sello diferencial”.
La chef Mariangela Acosta, la recordó desde el respeto profundo: “Hacía catering 100 % árabe. No se salía de ahí, fue fiel al legado, al sabor, a su identidad. Y adoraba a su hermano Orlando, decía que no cocinaba con él porque se salía de los parámetros tradicionales, pero lo amaba demasiado”, dijo entre risas.
Por su parte, el mesero y barman Orlando Larios resaltó su espíritu emprendedor y festivo: “Sonreía, contaba chistes mientras cocinaba, celebraba la vida y su cumpleaños especialmente. Era dinámica, profesional y muy amorosa. Su partida deja un hueco tremendo”.
Y es que Lisette no solo complació paladares, sino que alimentó confianza, identidad y humanidad. Barranquilla, una ciudad, que enloquece con todo lo que tenga esencia árabe, como afirma su hermano, extrañará ahora sus platos, pero sobre todo, su forma de entregar amor en cada uno.
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La historia de vida de Lisette confirma que la cocina es más que pasión o técnica, es toda una herencia convertida en oportunidad y brillo. “Los dos somos estrellas”, le dijo Orlando a su hermana antes de su partida. Y hoy Barranquilla ratifica esas palabras para honrar a la chef que no necesitó diploma para ser eterna.





















