Laurent Simons no quiere ser un genio. No quiere ser famoso. Tampoco quiere aparecer en el Libro Guinness.
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A sus 14 años, su deseo es más simple y, a la vez, más colosal, y es evitar que la gente muera por culpa de un órgano defectuoso.
“Mi maestra de primer grado debió notar algo. Me permitieron ir directamente a la primaria, pero el ritmo seguía siendo lento para mí”, dijo.

Nació en 2010 en la ciudad belga de Ostende, y desde que comenzó a hablar, mucho antes de lo que sus padres esperaban, su mente parecía ir a otro ritmo. A los cuatro años ingresó directamente a primaria, y a los seis ya había dejado atrás la secundaria. En menos de una década, había cubierto lo que a la mayoría le lleva quince años.
“Mientras mis compañeros hacían tareas, yo miraba series o jugaba videojuegos”, dice. Porque sí, Laurent también ve Netflix y juega en línea. Su vida académica es extraordinaria, pero él insiste en seguir siendo un adolescente.
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Lo que más impacta en la historia de Laurent no es solo su velocidad para aprender, sino su claridad sobre para qué quiere aprender. Su padre, Alexander Simons, a BBC News, indicó que desde pequeño, ver a sus abuelos enfermar por problemas cardíacos le dejó una huella profunda.
“Quiero construir órganos artificiales. Si un órgano falla, ¿por qué no reemplazarlo como se cambia una batería?”, ha dicho con la lógica brutal de alguien que no acepta la muerte como respuesta.

Ese impulso lo llevó a entrar a la universidad con ocho años. La Universidad Técnica de Eindhoven aceptó su matrícula en Ingeniería Eléctrica. Pero el experimento no duró mucho. La institución no quiso acelerar su graduación para batir récords, temiendo afectar su desarrollo.
La familia no estuvo de acuerdo y lo retiró. Fue un episodio mediático, pero poco después, la Universidad de Amberes lo acogió. Laurent completó la carrera de Física en nueve meses, con honores.
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Tenía once años. A los doce, terminó una maestría en física cuántica. Hoy, colabora con centros de investigación en cinco países, entre ellos el Instituto Max Planck de Óptica Cuántica, y ya está cursando un doctorado.
A diferencia de otras figuras precoces, Laurent no está interesado en la fama. Más bien le incomoda. Lo que lo motiva no son los flashes ni los titulares, sino la ingeniería biomédica, los dispositivos cuánticos y los láseres aplicados a la salud. No quiere ser una estrella de laboratorio, quiere ser útil.
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“Cada vez que conecto ideas de distintas áreas, es como armar un rompecabezas gigante. Eso me emociona más que un premio”, explicó en una entrevista reciente.
Mientras tanto, sus padres, Alexander y Lydia, han sido sus principales apoyos y escudos. También sus mayores críticos. El debate sobre si su educación ha sido demasiado acelerada los ha acompañado desde el principio.

Pero ellos insisten: “Esto no se trata de presión, sino de darle herramientas para hacer lo que ama”.
Además de sus investigaciones, Laurent también trabaja en un programa educativo para jóvenes superdotados, visitando escuelas para hablar de sus errores, miedos y aprendizajes. No todo ha sido fácil. En algunas etapas se sintió solo, mal comprendido, incluso frustrado. Ahora quiere tender puentes para que otros niños “fuera de lo común” encuentren su camino sin sentirse “equivocados”.
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Su propósito es claro, reducir el sufrimiento humano. Hacer que nadie más tenga que perder a un ser querido por culpa de un corazón enfermo. O un pulmón. O un riñón.
“No me interesa vivir para siempre. Me interesa que otros vivan mejor y más tiempo. Eso es lo que me importa”, dijo recientemente.