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Es cierto que las energías del papa Francisco habían mermado luego de permanecer 38 días internado en el Hospital Gemelli de Roma, debido a los problemas respiratorios que presentaba.

Pero también es verdad que sus ganas de servir y conectar con el pueblo rebasaron cualquier dificultad, al punto de sacar las fuerzas necesarias para el pasado Domingo de Resurrección salir a la plaza de San Pedro a darle su último mensaje al mundo.

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Una de las personas que siempre estuvo supervisando su estado de salud y que lo animó incluso a hacer el recorrido en el papamóvil, después de la bendición urbi et orbi, fue su asistente personal de salud, Massimiliano Strappetti.

Emocionado al ver 50 mil almas, el sumo pontífice le comentó a su asistente que quería bajar del balcón de la Basílica Vaticana para abrazar a los feligreses, no sin antes preguntarle: “¿Crees que pueda hacerlo?”, por lo que Strappetti lo tranquilizó y le dio la confianza suficiente para que accediera a descender, a ponerse al nivel de las personas como siempre le gustó hacerlo. Para la historia quedó esa imagen en la que le entrega un rosario a una niña.

Cuenta Massimiliano que Francisco tuvo palabras de agradecimiento por haberlo animado: “Gracias por traerme de vuelta a la plaza”, unas palabras que revelan esa necesidad del religioso de haberse despedido de su pueblo.

Vatican NewsEl obispo de Roma pudo interactuar con una niña en su última aparición pública.

Néstor Pongutá, vaticanista y escritor, le contó a EL HERALDO que pese a cualquier diagnóstico, el religioso siempre terminaba consultándole a Strappetti lo que debía hacer. “Era su hombre de confianza, su enfermero personal, el que llevaba la silla de ruedas y también el que le permitía cumplir su voluntad; por ejemplo, llegaban los médicos y el personal de seguridad, y le decían: por favor padre, espere dos meses de recuperación. Francisco decía que sí, pero después le hacía una mirada al enfermero y tomaba su propia decisión. Es por eso que no tuvo problemas de salir casi en pijama un día por la Basílica apenas con un poncho encima, y eso no era para decir miren qué demacrado estoy, sino de expresar lo libre que era”.

Pongutá agrega que de hecho las últimas palabras del papa fueron de agradecimiento a Strapetti. “Tal vez para que no se sintiera culpable por exponerlo al frío de la primavera romana, pero le dijo gracias por llegar al pueblo hasta el último momento”.

Una muerte discreta

En horas de la tarde tuvo un buen descanso y cenó tranquilamente. Hacia las 5:30 a. m. (10:30 p. m. en Colombia) aparecieron los primeros malestares, con la pronta intervención de quienes velaban por él. Una hora más tarde, tras saludar a Strappetti, tumbado en la cama de su habitación en el segundo piso de la Casa Santa Marta, el líder de la Iglesia católica entró en coma. “No sufrió, todo sucedió rápidamente”, dicen quienes estuvieron a su lado en esos últimos momentos.

Fue una muerte discreta, casi repentina, sin largas esperas ni demasiado clamor para un papa que siempre había mantenido su salud en gran secreto. Su muerte se produjo a las 7:35 a. m. (12:35 a. m. en Colombia), justo al día siguiente de la Pascua, al día siguiente de haber bendecido a la ciudad y al mundo, al día siguiente de haber abrazado de nuevo, después de mucho tiempo, al pueblo.

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A propósito de lo que pensaba Francisco acerca de la muerte, se puede repasar el prefacio que escribió el 7 de febrero para el libro del cardenal Angelo Scola, arzobispo emérito de Milán, titulado En espera de un nuevo comienzo. Reflexiones sobre la vejez. “La muerte no es el fin de todo, sino el comienzo de algo”.

Su última llamada a Gaza

En la noche del Sábado de Gloria, su santidad hizo una videollamada a la iglesia de la Sagrada Familia, la única capilla católica de la Franja de Gaza. Allí se han refugiado 500 cristianos católicos que viven en Gaza desde el inicio del conflicto y reciben comida, medicamentos y alojamiento.

Captura de pantallaEl Sábado de Gloria Francisco realizó una videollamada a Gaza.

Desde su suite en Santa Marta y por WhatsApp, el Santo Padre hablaba con Gabriel Romanelli, un sacerdote argentino de la congregación de Verbo Encarnado, con su segundo egipcio, con las monjas de Sor Teresa y con algunos de los 500 refugiados cristianos que han buscado amparo en la iglesia, a los que despedía con un “Shkran” (gracias) en árabe. “Nos dijo que rezaba por nosotros. Nos bendijo y agradeció por nuestras oraciones”, contó el padre Gabriel Romanelli.