En 2008, cuando su carrera ya brillaba con luz propia en la escena internacional, Shakira concedió esta entrevista en la que habló con franqueza sobre su identidad, sus influencias y su pasión por la música.
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Hoy, mientras la artista barranquillera regresa a su ciudad natal como parte de su gira mundial, recordamos aquella conversación que le permitió a Heriberto Fiorillo redescubrir a la mujer detrás del fenómeno global.
Shakira mujer
Por: Heriberto Fiorillo
La entrevista ha terminado y Shakira observa los papeles intrusos, los míos, sobre la mesa de vidrio en la sala de su apartamento.
El título de una revista con una monografía sobre Don Quijote llama su atención.
- ¿Es tuya? —me inquiere y yo asiento, medio avergonzado en el orgullo, con un leve movimiento de testa.
- ¿Cuál es tu escritor favorito? —y ahora el interrogatorio continúa suyo, en merecida revancha. (Hemos conversado una hora larga. Bueno, ella improvisa que es una maravilla y yo me he sostenido en cambio al bastón de un cuestionario previo y que soslayo con discreción cada vez que me sorprendo volando tras la paloma de su pensamiento).
- ¿Shakespeare? —digo así, no sé si en honesta manifestación de duda o más bien con el ánimo vil de recuperar, fuera de juego, el privilegio de formular las preguntas. Pero ella es árabe desde el tuétano de sus ancestros y sabe cabalgar oronda sobre un tema al que no soltará su rienda.
- ¿Te gustan sus versos?
Debí contestar que sí, aunque no recuerdo la convención del modo porque su pregunta desbocaba ya mi atención a través del túnel de la memoria. Meses atrás, ella misma había mencionado la importancia de leer a Borges antes de escribir la letra de sus Pies descalzos y me daba ahora, en esa pregunta, una respuesta generosa: la nota clave, el principio y el final de esta entrevista.
Esta será nuestra primera charla y sé que no voy a preguntarle por su próximo disco. Shakira escribe en primavera sus canciones para verano. Ahora vive en Miami, sí, pero lo suyo es de corazón, no comida rápida. A propósito, Shakira almuerza. Después nos dirá que está preocupada por las calorías que se le suben a las mejillas y buscan dar a su rostro la forma de una luna. Es de buen apetito y, como la nostalgia empieza por la comida, le hace mucha falta el sabor de Barranquilla.
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Me hace mucha falta el mar, gris y todo pero es nuestro mar. Me hacen falta las huevas de pescado, la mojarra (esa mojarra que se come ahí uno con sabor a arena, indiscutiblemente única y distinta a todas las demás que uno se pueda comer en cualquier otra parte del mundo). Me hace falta el corozo, pero me hacen falta sobre todo mis amistades y el resto de familia que todavía vive allí.
Hablamos, mientras viene Shakira, con su padre. Hace muchos años él, William Mebarak, atendía una joyería de su propiedad en la calle de San Blas, en Barranquilla, frente al hotel que entonces mi padre administraba. Se habían vuelto amigos y en ocasiones papa me llevaba de la mano a visitarlo. La verdad es que casi no lo recordaba. Yo era muy pequeño y mi rostro quedaba prácticamente pegado a la vidriera inferior donde se exhibían las joyas. A esa edad uno no ve las caras de los adultos, a menos que lo alcen o que se dignen ellos agacharse para contemplarnos a su medida. Así que mientras aquellos dos adultos conversaban, yo me concentraba en seguir las manecillas de los relojes y en comparar las formas de los demás objetos que mostraba el escaparate. Por eso casi no distingo la fisonomía de Mebarak. No recuerdo, por ejemplo, sus habituales gafas oscuras, a las que cantó en su primera canción Shakira. Lo que sí recuerdo, en cambio, son los matices de su voz pausada y virtuosa, rodando musical y precisa como una cascada de perlas sobre el submundo de objetos brillantes contra el que yo me apretaba. Y recuerdo que en casi todas aquellas ocasiones también mi padre era un escucha. El señor Mebarak tenía el don de la palabra.
Mi papá para mí es el idealismo, mi mamá es el realismo; mi papá es la locura, mi mamá es la cordura. Yo me identifico mucho con ambos porque tengo ambas partes: yo soy aire pero también soy tierra y por eso los necesito a ambos. Ahora, creo que de mi papá heredé la inquietud por las letras y quizás el don de la palabra.
Por ese lado, el paterno, todo lo árabe. Shakira tiene ojos grandes y luminosos, tan negros como su cabello, y sobre los ojos una sola ceja larga que serpentea y que ella suele afeitar en su centro, sobre la nariz, para normalizarla en dos. Si usted ha visto sus conciertos, recordará sus caderas formidables y las ondulaciones de su cuerpo, y si ha escuchado sus discos, reconocerá el vibratto largo y ciertos quiebres particulares en su voz. Todo eso es árabe. (Si ha visto las fotos en su último álbum, descubrirá que tiene torcidito el segundo dedo del pie). En su familia hay poetas, pintores y otros compositores. Su abuelo tocaba la flauta, su abuela el piano y su padre soltaba a volar, desde el tocadiscos, la música de sus antepasados. Pero a Shakira nadie la enseñó a bailar.
Yo nací bailando árabe y esa es una prueba contundente de que la memoria genética existe. Mis padres no son los mejores bailarines del mundo. No bailan mucho y yo nací un trompo. Desde que yo tengo uso de razón no puedo escuchar unos tambores porque ya estoy bailando. Ahora, sobre lo que canto: yo hago pop, pero digo que soy una cantante pop con un corazón rockero. Mis papás no son muy rockeros que digamos. Yo le tomé gusto al bolero gracias a ellos, pero el primer cassette que tuve en mis manos fue uno de Donna Sommers, luego vino Miguel Bosé, pero mi influencia musical más marcada viene de un proceso de exploración motivado por mi amor a la música, como cuando descubrí a Cat Stevens o a Janis Joplin, que podrían asociarse más a la época de mis padres, porque tampoco son mis contemporáneos.
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Shakira, que significa en árabe mujer con gracia, nació hace 21 años bajo el signo de Acuario. Cree en el sentido sicológico del horóscopo, mas no en el esotérico. Opina con Amado Nervo que el ser humano es el arquitecto de su propio destino, pero acepta que meterse donde no la han llamado, como ella acostumbra, es condición propia de su signo. De su madre, Nidia Ripoll, dice haber heredado la intuición y una eterna preocupación por el dolor ajeno. Más que la pobreza, lo que más preocupa a Shakira es la inconsciencia social.
Creo que todos tenemos una responsabilidad con nosotros. Que durante mucho tiempo nos hemos engañado pensando que este mundo ya no tiene solución, que quienes pueden suministrarnos las soluciones a nuestros problemas son los señores de saco y corbata que están allá en el senado, en el congreso, y no es definitivamente así. Yo creo que cada cual, desde su ángulo, puede trabajar y aportar muchas cosas valiosas a su sociedad. Tú como periodista, yo como cantante, el señor que barre la calle, si la barre con la conciencia de que está permitiendo que el suelo que pisen otros sea limpio y bello, para él y para los demás, y creo que si esa conciencia social la tuviéramos todos, este mundo tendría la mitad de los problemas que hoy en día tiene.
Por encima de la medicina, la sicología, el arte, la filosofía y la antropología, que le gustaron, Shakira escogió siempre la música. A los 10 años lo sabía. De vez en cuando todavía pinta o esculpe figuras en barro. Cada actividad tiene su encanto, pero la música es su vocación. Escribir lo que cante y cantar lo que escriba. Esa fue su decisión. Eso es lo que hoy la llena.
Me siento feliz de que Dios me haya dado esa bendición, porque puedo comunicar y transformar. Porque la música es uno de esos métodos inconscientes a través de los cuales la gente cambia. La gente se alegra y no sabe por qué, y eso es lo más hermoso. “No sé por qué estoy contenta—Shakira pone en primera persona una tercera que pueden ser todas— escuché una canción romántica hace dos minutos y no sé por que estoy romántica y tengo ganas de llorar y no sé por qué voy a llamar a ese hombre que me dejó plantada ayer y le voy a decir que está bien, que lo perdono porque acabó de escuchar una canción en la radio”. Una canción que le transmitió un sentimiento más poderoso y fuerte que ella. Eso es lo mágico, lo místico, lo misterioso de la música.
“Te busqué
por las calles
en donde tu madre
en cuadros de Botero
en mi monedero
en dos mil religiones
te busqué
hasta en mis canciones”.
Dónde estás, corazón.
Con sus Pies descalzos, Shakira arribó al ápice de la popularidad. Buena parte del mundo la escuchó. Millones y millones de copias vendidas. Un centenar de premios y distinciones. Si es por récords, ningún músico nacional ha acumulado tanto en el horizonte universal. Mucho menos en tan poco tiempo. Y con un sólo disco.
Pies descalzos es un disco honesto y personal. Ese disco soy yo con mis virtudes, con mis defectos, mostrando mi vulnerabilidad. Es un disco sensible, hecho con el corazón y con la más hermosa de las ingenuidades. Es un disco ingenuo.
La vida te da sorpresas. En 1994, lo que llamamos el país nacional había conocido a Shakira como actriz, en el papel de Luisa María, en la telenovela El oasis. Pero entonces el ojo de la crítica (si hay una crítica con ojo) que desconocía sus canciones y su esfuerzo, no quiso fijarse tampoco en sus condiciones histriónicas sino en su derrière, y la hizo elegir por el público con el ofensivo título de “La cola del 94″. Ofensivo, porque nadie es capaz de asumir ese honor. No se trata de un título sino de un apodo. De todas maneras, mi reflexión de cronista es tardía. Aquella tarde, como entrevistador, el humor era otro y le pregunté guasonamente a Shakira si semejante premio le había parecido justo. Ella capturó al vuelo la ambigüedad de mi pregunta.
Justo sí, porque en verdad yo era la que más cola tenía entre las concursantes, pero uno como artista a veces se sacrifica por complacer al público, y el público me quería ver en ese concurso. La revista me incluyó y en ese momento creí que debía ser complaciente y quejarme no podía. Mas, ahora que lo analizo, creo que me pasé de complaciente. No me siento orgullosa de que me hubieran incluido en ese concurso. Creo que es parte de mi proceso de aprendizaje y sé que una cosa así no volverá a sucederme. Por lo menos, no permitiré que me suceda. Me hubiera gustado que resaltaran otras cualidades que tengo, un aspecto de mi personalidad y no una parte de mi cuerpo como la cola, los pies o las piernas...
Doce años atrás, el profesor de canto en el colegio La Enseñanza no dejaba entrar a Shakira Isabel en el coro de la institución y algunas amigas de la niña Mebarak asociaban su maravilloso vibratto vocal con el berrear de una chiva.
Como a los ocho o nueve años los niños suelen tener la voz blanca como se dice y mis compañeritas esperaban que yo cantara suavemente, tenue, romántica, tierna, como cantan todos los niños a esa edad. Pero mi voz era algo así como la de Pedrito Fernández, por decirte algo, una voz con mucho vibratto y con mucha potencia. Eso a ellas les causaba mucha gracia y aún hoy día hablamos de eso y nos burlamos, porque son las mismas amigas que crecieron conmigo y todavía conservo. El profesor de canto decía que mi voz era demasiado fuerte, que iba a desarmonizar el resto del coro. Nunca me dejó cantar y yo sufrí mucho. Frente a ellos defendía mi voz pero me iba a la casa a llorar. ¡Qué tal si en esos momentos no hubiera tenido el apoyo de mis padres! Después empecé a concursar y a traerle los trofeos al profesor y se los mostraba así en la cara y cuando comencé a tener nombre, saliendo en uno que otro artículo de periódico, entonces ya ahí si él quería que entrara al coro, pero no. Nunca hice parte del coro del colegio. Después todos se convencieron de que era bueno conservar la técnica del vibratto. Si mi voz no tuviera vibratto no tendría el sello personal que hoy creo tener.
Shakira revela que el ochenta por ciento del contenido de sus canciones es autobiográfico. Experiencias y razonamientos propios. El resto, la vida de otros que llaman su atención, que la hacen sentir y escribir. Pero su narrador lo conjuga casi todo en segunda persona. Shakira le canta al otro, a su ser amado. Antología, por ejemplo, es muy personal, pero Estoy Aquí es apenas solidaria con lo que vivió un amigo. No obstante, aquel ochenta por ciento ratifica una certeza: ella es una mujer romántica. Una romántica que se enamora, y se desenamora, con facilidad. Me entero que escribí la letra de “Dónde estás, corazón” en quince minutos.
Lo hice yo creo de la desesperación que uno puede sentir en algún momento cuando se encuentra enamorado. Quizás en ese instante me encontraba enamorada.
Le pregunto si sus noviazgos son tan rápidos y me dice que no. Que sus novios como que se amañan con ella y no la quieren soltar. Entonces la que se suelta es otra.
Es que yo idealizo mucho el amor y espero no equivocarme porque sigo aún insistiendo en esa noción del amor que tengo. Al hombre con el que espero estar algún día el resto de mi vida lo concibo como alguien que piense en mis intereses, para que yo también pueda pensar en los suyos y así preocuparnos cada uno por el otro, mutuamente. Pienso que eso es lo que se va perdiendo con los años. Se tienen confianza y ya ninguno de los dos cede. Se olvidan de agradarse y complacerse. De seguir conquistando a la otra persona. Entonces es cuando el amor empieza a desmoronarse como un castillo de naipes...
Quizás nos enamoramos sin amar —me aventuro a decirle.
Yo creo que me he enamorado y creo haber amado, pero aún no con A mayúscula. El amor que me gustaría experimentar algún día es ese que da sin esperar recibir nada. Y yo siempre espero. Un amor como el de una madre: incondicional. Quizás cuando tenga un hijo sentiré ese amor, pero me gustaría vivirlo sentimentalmente en pareja. Algún día. Veremos si sucede. Amar, confiar tanto en una persona que sin esperar recibir nada, ya esté dando lo que tú algún día soñaste.
“Mío será el esmero, pero suyo el elogio.
Ella, argumento de sí misma, excede lo que pueda repetir un vulgar papel”.
WILLIAM SHAKESPEARE