A los 91 años se ha despedido el maestro Roberto Palma. Con su música hizo altos en el camino en medio mundo, siendo animador del ballet de Sonia Osorio, también de Totó, la Momposina, de la Escuela Folclórica de Carlos Franco y del ballet de Gloria Peña. Hubiera sido de muchos más si hubiera querido, pero bajó las velas para asentarse en la tierra firme de su grupo de millo, al que llamó Palma africana.
Alegre y bullicioso como era, solía acompañar en los desfiles de la Batalla de flores a la cumbamba 'El Gran Carajo', de Beatriz Ospino donde estuvo durante diez años, y después a 'La pollera colorá', de Max Visbal, durante otros diez, y con ellos se cansó de ganar Congos de oro sucesivamente en los Carnavales de Barranquilla.
Su comienzo fue con Juancho De Ávila, cumbiambero de Sabanalarga, en 1940 lo convenció para que se fuera a tocar el guache a 'Los Corralitos', un grupo de cumbia que tenía. Cuatro años más tarde Mariano De la Hoz, baranoero y dueño del otro grupo formal de cumbia que entonces disputaban con La cumbia Soledeña, el estrecho mercado local de fiestas y fundingues, se lo llevó para que cantara y sonara las maracas.
Su ajetreo musical era los días festivos. El resto de la semana tiraba pala y mezclaba cemento desde muy temprano. Fue en 1966 en una construcción para unos amigos en Rebolo, tenía 35 años, cuando se encontró con Paulino Salgado, el negro Batata y, conociendo sus afinidades, se unieron para consolidar un nuevo grupo llamado 'Paulino y Roberto, Palma africana', el mejor durante mucho, muchísimo tiempo, compartiendo con su compadre, heredero de la dinastía palenquera de los Batata y, años después, con Jorge Palma, su hijo, a quien Batata consideraba el mejor de sus alumnos, privilegio tambolero compartido con Yamil Cure, siempre en la voz autorizada de Batata.
Por esos días se tropezaron con Sonia Osorio, ella les hizo una prueba de destrezas acerca de manejo y conocimiento de la música folclórica, y con sus respuestas rítmicas fue suficiente para trabajar con ella en las presentaciones de su ballet folclórico en el Country Club y en el teatro Metro con alucinantes coreografías de Alejandro Obregón. Poco a poco El Ballet de Colombia, alzó vuelo. Con Sonia Osorio hicieron una gira por el interior del país, y terminaron viajando a Estados Unidos, Francia, Italia, Brasil, Ecuador, Trinidad y Tobago.
Un año después, en el 68, en una gira que se prolongó durante 4 meses fueron a Rusia y terminaron exhaustos después de dos semanas en Italia. Al regresar a Colombia el afamado ballet con sus nuevos pergaminos se estableció en Bogotá. Roberto soportó incólume dos años hasta que lo venció la nostalgia por el sol de El Valle, su barrio de toda la vida en Barranquilla. Paulino, su compadre querido, se quedó en Bogotá.
Al maestro Pacho Bolaños, gran personaje del folclor nacido en Arroyo de Piedra, lo conoció en 1974 tras una presentación en el hotel El Prado, y se fue a trabajar con él acompañándolo en sus lecturas de poesía y en sus cantos del folclore.
Fueron más de 30 presentaciones, al cabo de las cuales por muchos motivos lo recomendó con Gloria Peña para ingresar a su grupo de danzas. Como si hubiera querido dejar todo en orden, esa misma semana murió Pacho Bolaño, grato poeta que escribió las más brillantes páginas de nuestro folclor.
Queda pendiente la tarea de rescatar los cantos del maestro Palma, los de Carlos Franco, los del maestro Bolaños, algunos de los cuales fueron grabados para Bernardo Guzmán, el fundador de la cumbiamba El Gallo Giro. En este grupo también estuvo Roberto el primer año, cuando el maestro Bolaños era su director artístico.
Bailaba serenito la cumbia, y fue él quien enseñó a las cumbiamberas de este grupo a bailar con una botella en la cabeza. Guzmán organizó la cumbiamba, pero fue el maestro Pacho quien enseñaba a las parejas la manera correcta de bailar.
A donde Gloria Peña llegó con Jorge, su hijo, completando la nómina con unos músicos de Soledad. Viajaron con ella tres veces a Estados Unidos, estuvieron en Bélice y Trinidad Tobago, hicieron presentaciones en todo el país, hasta l981. Habían pasado 10 años.
La experiencia con Carlos Franco tal vez fue la mejor. En 1982 los invitó para integrar la delegación cultural que recibiría el premio Nobel para García Márquez. Jorge Palma, no tuvo inconvenientes, él, en cambio, se complicó por su alto sentido de responsabilidad.
Sus labores paralelas en el área de la construcción le impidieron cristalizar ese sueño, pero dos años después, en septiembre del 84, se repitió la invitación de Carlos, esta vez a Francia, se presentaron en Dijón, Beugne y Lombardía en La Borgoña, de ahí fueron invitados a la semana cultural del periódico Le Humanité, acompañados de Benigna Solís, y del maestro José Antonio Torres, Gualajo, músicos del Pacífico. Un año más tarde, en agosto estuvieron en Arequipa y Lima, Perú, en el Festival Internacional de la Danza
Ver a Roberto Palma de regreso de sus giras, cargado de regalos para sus nueve hijos los motivó a los menores para ingresar al grupo y aprender música. Mucho se le debe a este maestro de la construcción y del folclore en sus aportes al carnaval barranquillero. Hoy lo despedimos como a uno de los grandes de nuestros saberes ancestrales.