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Por: Juventino Ojito

Después que el maestro Hugo Molinares diera la señal de arrancada, tras la cuenta de cuatro, a la orquesta ¨La Verdad¨ de Joe Arroyo, aquel sábado de octubre de 1982 en Barrancas, La Guajira, empezó a fluir el concierto más promocionado del que se tuviera conocimiento, hasta ese momento, en ese municipio. El evento tenía como protagonistas a Joe Arroyo, como artista del género tropical, al Turco Gil con su conjunto vallenato, Doris Salas y su Orquesta de Venezuela y una banda de la región. Sin embargo, debido a varios inconvenientes y situaciones adversas, no había sido nada fácil que los integrantes de la orquesta -que habíamos salido, al mediodía de ese sábado, desde Barranquilla- llegáramos ahí; a esa tarima que fue la primera en la cual compartí escenario con Joe Arroyo como músico de su orquesta.

Todo empezó una semana antes, por una visita que hiciera el maestro Hugo, -quien fungía en ese tiempo como director musical de la Orquesta La Verdad-, a las instalaciones de Bellas Artes en el barrio El Prado de Barranquilla. Yo estaba realizando mi práctica rutinaria del saxofón alto; él se acercó, me saludó, e iniciamos una conversación:
-¡Hola llave!... ¿qué más, cómo está la jugada?- me preguntó. Yo estaba enterado del reconocimiento del cual gozaba el personaje. Le contesté tranquilo:

-¡Tdo bien maestro!, gracias-, e inmediatamente siguió:

-Oye, ¿tú eres Ojito verdad? Es que pregunté por un saxofonista para integrar un cuarteto que estamos armando con Jorge Guzmán, el bajista que trabaja conmigo en la orquesta de Joe, y me comentaron que tú eras ¨el tipo¨-. me dijo sonriendo.

Me sentí halagado, aunque también asustado y entendí aquel saludo como parte de un cumplido y una forma de acercarnos. Hubo risas y  chocada de manos, al estilo habitual del gremio de los músicos de la ciudad y del Caribe. Luego me soltó otra pregunta que me cayó como un jab de Pambelé:
-¿Y.… te gusta el jazz?- dijo el maestro, con un tono serio y muy atento a mi respuesta. Le contesté :

-Maestro, me gusta mucho; pero, en realidad, no tengo fogueo con repertorio de jazz, ni tampoco he tenido formación jazzcística-. Él tomó una actitud reflexiva. Pienso que, haber sido franco y directo con él, en ese momento, fue clave para que pudiéramos consolidar una amistad que aún permanece. Me respondió:

-Yo tampoco soy jazzcista; pero me gusta. Aprenderemos juntos-. Concluyó.

Nos pusimos de acuerdo para empezar a ensayar de manera inmediata y montar un repertorio con temas reconocidos, ¨standares¨, del latin jazz, de jazz y del repertorio de world music. Me entregó fotocopias de las partituras de tres temas: ¨Take Five¨, ¨Satin Doll¨ y ¨Autumn leaves¨ y quedamos que ensayaríamos en el colegio La Salle de la Carrera 41 con Calle 47,  de Barranquilla, donde Jorge, el bajista, ejercía como docente de música y gracias a eso tenía acceso a un espacio acondicionado para ensayos de pequeños grupos de música.

Cuando llegué esa tarde de jueves al ensayo citado en el Colegio La Salle, encontré todo listo. El baterista invitado para conformar el cuarteto era el maestro Emiro Santiago a quién había conocido como parte del coro de Bellas Artes que dirigía el maestro Alberto Carbonell. Emiro, tiene un inconfundible registro vocal de bajo profundo. Lo cierto es que aún no teníamos ni media hora de estar ensayando, cuando alguien entra al salón, se acerca a Jorge y le da un mensaje al oído. Se detuvo el ensayo con una señal de Hugo, quien miraba fijamente a Jorge, y con un gesto de nariz respingada y movimiento de manos le solicita informarle acerca de que se trataba el secreto que acababan de darle. Jorge le responde en voz alta:

-¡Ñerda viejo Hugo…reapareció el Joe! está llamando por teléfono y tengo que

atender la llamada en la sala de profesores! Ya Vengo. Seguramente le enviaron el adelanto y, si es así, entonces… ¡el baile de Barrancas va!-. Cabe recordar que, en 1982 no existían teléfonos celulares ni mucho menos internet.

Jorge salió a atender la llamada. Al regresar al salón de ensayo, inició una conversación en voz baja con Hugo y se le notaba muy preocupado.

Hugo Molinares era el director musical y Jorge Guzmán el enlace de Joe con los músicos de la orquesta para todo lo referente al tema de la operación logística: Jorge contactaba los músicos, estaba encargado de pagar la nómina después de las presentaciones, coordinaba los viajes y ensayos. La orquesta La Verdad, en 1982, la conformaban músicos que tenían residencia en tres ciudades: Medellín, Cartagena y Barranquilla y el Joe había delegado esa responsabilidad en él. Además, Jorge, había respondido bien en su oportunidad como músico de sesión: fue el bajista del álbum ¨El Campeón¨, que estaba recién grabado en ese año y del cual los temas ¨Amerindio¨, de la autoría de Joe Arroyo, arreglos de Gustavo García ¨El Pantera ¨, y ¨La Maestranza¨, autoría de Estefanía Caicedo, con arreglos de Agustín Martínez ¨El Conde¨, se perfilaban como éxitos indiscutibles de fin de año.

Debido a la responsabilidad que tenían ese par de maestros con el funcionamiento de la orquesta de Joe, el ensayo pasó a segundo plano. Nos fuimos todos a la sala de profesores y Jorge empezó a llamar a cada uno de los integrantes de ¨ La Verdad ¨ para acordar hora de salida para el día sábado, es decir: cuarenta y ocho horas después. A los músicos residentes en Cartagena: Dionicito, conguero, Cánula, trombón de vara y Ricardo Pinto, timbal, los coordinaba Víctor ¨El Güachi¨ Meléndez, corista, compadre y gran amigo de Joe durante toda su vida y quién además respondía por los fólderes con las partituras. A ellos, y directamente a través de ¨Güachi, fue a quienes Jorge intento contactar primero para comunicarles que se había confirmado, a última hora, la presentación en Barrancas.

Entró la llamada de Jorge a casa de ¨Güachi¨ pero no pudo localizarlo. Sin embargo, le dejó un mensaje de urgencia. Pidió insistentemente el favor que lo localizarán y dijo volvería a llamar en 20 minutos. Luego llamó a Henry March, el saxofonista. Nosotros, mientras tanto, hablábamos de otros temas. El rostro de Jorge, mientras hablaba con Henry, era adusto; muy serio; denotaba preocupación. Se despidió de Henry en un tono cordial a la vez que le deseaba éxitos en su nuevo proyecto. Se dirigió a Hugo y le comentó:

-Viejo Hugo, el Henry se va a trabajar fijo en un sitio nuevo que abrieron en la carrera 47 con calle 76; se llama ¨Bananas¨. Así que, él no va a Barranca- dijo, a la vez que nos hacía partícipes de la conversación a Emiro y a mi y continuó haciendo otras  llamadas.

En su segunda llamada a Cartagena, en busca de ¨Güachi ¨, le informaron a Jorge que debía llamar a otra casa, situada en el barrio Canapote, en la cual, de igual manera, ¨Güachi¨ era jefe del hogar. Jorge tenía el número, llamó, y ante la pregunta del paradero de Güachi y de los muchachos de La Verdad, alguien contestó:

-Ellos cuatro se fueron con la ¨Vaca Negra¨ pa´ San Andrés; van a tocar con Latin Brothers. ¡Uuuh Pacho!... regresarán en la próxima semana-.

¨Vaca Negra¨ era el apodo de John Jairo Murillo, cantante de ¨ The Latin Brothers ¨ que también había sido corista de la orquesta de Joe en sesiones de grabación y en vivo.

Eran las 6:00 PM aproximadamente.

El ensayo del cuarteto ya había fracasado y el maestro Hugo Molinares, en su rol de director musical de la orquesta La Verdad, empezó a tomar decisiones para tratar de solventar los inconvenientes surgidos por la ausencia de varios integrantes del personal de planta de la orquesta. A Emiro y a mi nos miro de frente y con talante casi militar nos comunicó:

-Ustedes dos van pa´ esa-.Y siguió:

-Viejo Jorge, manda a pedir el repertorio a la casa de Víctor en Cartagena. Que lo traigan mañana a Barranquilla y organicemos un ensayo. Pa´ la conga, por favor,  llama a Iván Sierra. Ya le explicaré al Joe-. Asintió.

Jorge siguió con las actividades relacionadas; Emiro y yo empezamos a tratar de asimilar el reto que se nos había venido encima. Emiro, por supuesto, se puso muy contento y lo confirmó con una sonora carcajada al estilo de Herman Mounster, el protagonista de la serie de televisión ¨La familia Munsters ¨. Él tenía un notable recorrido y era uno de los pocos percusionistas de la época con una formación musical importante; había trabajado con muchos colectivos y proyectos musicales de la ciudad y ejercía como docente en el colegio INEM de Barranquilla. Esos argumentos lo hacían sentirse muy seguro de su desempeño profesional. Yo, en cambio,  era novato; no me sentía seguro ni confiado. Aproveché que el maestro Hugo estaba recogiendo las partituras y le comenté:

-Maestro, de verdad para mi esto es complicado; quisiera tener las partituras y mirar bien el repertorio para tratar de estar lo mejor posible-. Hugo, en un tono lacónico, me contestó:

-Tranquilo. Esos papeles aparecerán mañana. Llama a Jorge al mediodía para que te diga el sitio de ensayo. ¡Todo va salir bien!

Al día siguiente, viernes, llamé a Jorge y me informó que solo nos veríamos hasta el sábado en la mañana en casa del maestro César Pompeyo de la carrera 14 con calle 47, Barrio Cevillar de Barranquilla, en donde tendríamos un breve ensayo. Y de ahí saldríamos directo a La Guajira a cumplir con el compromiso. También me pidió que llevara ¨una pinta chévere ¨.

Llegué a la casa del maestro Pompeyo a las 10.00 AM según lo acordado. Recuerdo que quedaba al lado de una tienda, la cual había sido tomada como ¨sede de operaciones¨ por Hugo y Jorge. Allí alquilaban un teléfono y eso les facilitaba la comunicación con Joe. También llegaron al punto de reunión Charlie Pla, que era el bongosero, y Emiro con su timbal. Saludos, anécdotas y chistes iban y venían. Yo trataba de entender la cantidad de diálogos en clave y las conversaciones de Hugo y Jorge con Joe. Todo parecía ¨divertido¨. Cuando en una de esas Jorge dice:

-Hugo, el Joe dice que ¨Yayita¨, el trombonista, no alcanza a tomar el vuelo Bogotá-Riohacha; y el segundo trompeta, ¨Toro Ñato ¨, dice que él no sabía de la presentación y ya se hizo a un compromiso. En la primera trompeta va un tal Manuel Cortés, que acaba de llegar de Nueva York, y viajará con Joe desde Medellín. ¡Y Joe dice que solucionemos acá, porque el vuelo de él va a salir y llega primero a Valledupar! -.

El maestro Hugo, con su consabida tranquilidad, lo miró fijamente y le dijo:

-Viejo ¨George¨...¿ya qué?... ¡estamos ¨embarcáo¨! Más bien, define lo del bús y vuelve a llamar a Iván Sierra, no lo veo, no aparece. ¡Pero a este ¨tigre¨ lo matamos como sea!-.

Después de varias llamadas, y luego de salir en un taxi, a ¨resolver otras vueltas¨,  llegó Jorge de nuevo al punto de reunión donde le esperábamos y nos dio un nuevo reporte:

-Compañeros-, dijo, -la situación está así: el bús que contrató Joe con Copetrán no aparece; hice unos contactos y no hay buses que quieran hacer ese viaje. El único transporte posible es un bus de línea de la ruta ¨María Modelo¨; ese bús es  propiedad de un vecino y estoy tratando de convencerlo a ver si nos lleva. Por otro lado: Iván Sierra está en Cali, no hay congueros disponibles para hacer ¨ese cruce¨ hoy en Barranquilla. No tenemos trombón ni segunda trompeta; tampoco hay ¨papeles¨ para tocar. Escucho sugerencias-.

Hubo un silencio hondo, total, en el grupo.

Unos minutos antes que Jorge nos entregara ese informe casi ¨letal¨, había llegado a la reunión el maestro César Pompeyo; el mismo quien amablemente nos había prestado la terraza de su casa como punto de encuentro, y, por su cercanía con el maestro Hugo, se había sentado allí entre nosotros y nos deleitaba con algunas de sus anécdotas y vivencias al lado de Daniel Santos, Celia Cruz, Bienvenido Granda y de otros grandes artistas quienes en las décadas de los años cincuenta y sesenta visitaron sitios de gran resonancia en la ciudad, como ¨La Gardenia Azul ¨, ¨El Palo de Oro¨, ¨La Ceiba¨ y otros. A todos esos artistas él los acompañó con ¨La Sonora Del Caribe ¨, la famosa e icónica agrupación que fundó y lideró por muchos años. Ese sábado de octubre, a esa hora, estaba regresando a su casa, junto con su hermano ¨Tarzán¨, también trompetista, después de un ensayo matutino y se unió a nuestro grupo para conversar. Él escuchaba todo lo que sucedía y cada vez más se le notaba interés por tratar de ayudarnos.

Pasados unos minutos, después de algunas miradas, resoplidos y quejas del grupo, el maestro Hugo retoma el liderazgo, asume la situación y nos dice:

-Muchachos, hay que cumplir la misión. No podemos dejar al Joe tiráo en ese pueblo,  porque sería muy peligroso para él. Si en esta ocasión nos tocó montarnos en ese bús pensemos que ese fue el que Dios mandó-. Y continuó:

-Si el maestro Ramón García no pudo viajar por algo será; yo se que César no nos va a dejar ir sin segunda trompeta. ¡Charlie!, brother, agarra la primera conga que se atraviese en esa tarima. Juventino, en los temas que hagamos de salsa, suelta el ¨cauchofón¨ y agarra la campana. Todos haremos coros. ¡Vamos pa´ lante! ¨-.

El maestro Pompeyo no salía de su sorpresa. Se rascaba la cabeza, hacía gestos de preocupación y de alguna forma  intentaba de deshacerse del compromiso;  pero no resistió. ¡No pudo abandonar a su discípulo, amigo y compañero de muchas batallas Hugo Molinares! Y no se atrevió a hacerlo porque lo veía al frente de una misión muy complicada y a punto de fracasar. En el mismo mecedor de madera y mimbre en donde estaba sentado, en la terraza de su casa, dejó la trompeta aún caliente por ensayo que había tenido, Entró a la casa y en menos de diez minutos volvió a salir ya listo para el viaje. Agarró de nuevo el estuche de su instrumento  y exclamó:

-¡Jóvenes! La Guajira nos espera. -.

Dicho y hecho: almorzamos lo que pudimos por allí; nos llenamos de ánimo y subimos al bús de María Modelo, cada uno provisionado con bolsas de agua y mecato para el camino.  El bús era ensamblado con carrocería de madera y zinc; pintado de azul y amarillo, colores obligados por la ruta en la que prestaba servicio; tenía ventanillas de ¨quita y pon¨; el espacio delantero interno con bastantes adornos en el panorámico e imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de La Virgen del Carmen; la silla del chofer con forro debidamente bordado; la bola del cambio transparente con una araña plástica dentro rematada con arandelas de plástico anaranjado del mismo material que se usaba, también, para enjuncar mecedores metálicos y que coincidía con el color de los bordados ornamentales.

Nunca pude saber porqué las carpetas del repertorio no llegaron desde Cartagena a Barranquilla el viernes; tampoco llegaron el sábado. Entonces: ¡no había partituras para la orquesta! A medida que avanzábamos me invadía más la preocupación. Yo llevaba como instrumentos mi saxofón Alto, el Saxofón Tenor que me prestó mi padre y la Flauta Transversa. El día viernes había revisado de oído, con el saxo alto, el mambo de ¨Pan de Arroz¨; también alcancé a revisar el tono de ¨La Rumbera¨, en el saxo tenor. Esos temas habían sonado en radio y eran ¨de combate¨ en las presentaciones de Joe, ¨La vida Va¨ y ¨El Bolobonchi ¨. Por todos los inconvenientes salimos de Barranquilla a eso de las 3:15 PM, aproximadamente.

El grupo para viajar a Barrancas quedó conformado así: Hugo Molinares piano-director, Jorge Guzmán bajo y coordinación, Cesar Pompeyo en la trompeta, Charlie Pla conga y bongó, Emiro Santiago timbal, Willy Vásquez como utilero y yo saxofonista. Pasamos por Ciénaga a eso de las 5:00 de la tarde y, como era tradicional, hicimos parada en las fruteras al lado de la vía. Esa era una parada ¨obligada¨ para todas las agrupaciones musicales cuando transitaban por esa carretera y también para muchos viajeros. El jugo de zapote y el de guanábana con leche y el guarapo de panela con piña y limón eran las bebidas más apetecidas. El patacón de guineo verde con queso, los cocteles de ostras, de camarón, y los envueltos de ¨guineo paso¨ constituían la oferta gastronómica más rápida, para ¨desembolatar¨ una cena o merienda, y retomar el camino. No existía la hoy día famosa ¨salchipapa ¨.

Volvimos al bús.

El trayecto Barranquilla-Barrancas, en un bus interdepartamental de los que prestaban servicio en aquellos años, duraba de seis a siete horas siempre y cuando fuera un transporte expreso. Sin embargo, después de recorrer de Barranquilla a Ciénaga empezaron a cambiar nuestros cálculos en cuanto a las consideraciones del tiempo que  tomaría llegar al objetivo. Los que más conocían el recorrido decían que de las dos rutas para llegar la más rápida era desviando en Dibulla ¨pa´ abajo ¨. Algunos comentaban que ese trayecto, de Dibulla a Barrancas,  estaba muy malo y, además, había muchos atracos por las pugnas entre bandas delincuenciales. El otro trayecto, recomendado por alguien en la frutera, era entrando por Fundación, bajando hasta El Copey, de ahí a Valledupar-San Juan del Cesar-Distracción hasta llegar a Barrancas. Jorge sugería que tomáramos la vía más rápida; insistió y comentó de manera reiterativa que, si no lo hacíamos, llegaríamos muy tarde al compromiso. La otra opción nos tomaría unas seis horas más, siempre y cuando el vehículo estuviera en óptimas condiciones. Todos sabíamos que ese no era el caso de nuestro bús; pero debimos aceptar la decisión del conductor: la segunda ruta.

Continuamos.

Muchos trayectos de la vía estaban destapados.

Al llegar a El Copey comenzó un calvario para nosotros; era casi insostenible soportar los brincos del bús, la brisa fuerte por la velocidad y el polvo al mismo tiempo. Sólo los chistes, las anécdotas, los comentarios jocosos y el Vick-Vaporub atenuaban la incómoda situación. A medida que avanzábamos, a mediana velocidad, nuestra preocupación se volvía mayor.

Tuvimos que hacer varias paradas. También hubo que cambiar una llanta del bús.

Finalmente, a eso de las 11:30 PM, forrados de pies a cabeza por el polvo del camino, llegamos a Barrancas, La Guajira. Apenas entramos a la población el utilero, ¨El Willy ¨, empezó a contactar con las gentes para ubicar el sitio donde se estaba llevando a cabo la actividad. Llegamos a la caseta, por cierto, estaba ¨a reventar¨. Jorge y Willy se bajaron rápidamente y contactaron a los organizadores.

Había mucha confusión: los organizadores gritaban, discutían con Jorge.

Nosotros bajamos a las carreras del bús y nos condujeron, casi atropellándonos, hasta un improvisado camerino. En un pequeño cuarto tenían a Joe encerrado junto con Manuel Cortés, el trompetista, que había viajado con él desde Medellín. Luego empezamos a entender que, con los gritos y el tono agresivo en contra de Joe, intentaban presionarle para que descontara un porcentaje del costo de la presentación, una especie de ¨cuota castigo¨, debido a el atraso de la orquesta. El acoso incluía amenazas con pistolas y guardaespaldas. Fueron momentos muy fuertes, duros, y tuvimos que intervenir todos para respaldar a Joe; sobre todo Jorge y Willy quienes asumieron, prácticamente, la defensa del Joe y del grupo en medio de la tensa situación.

El Turco Gil fue definitivo para que todo pudiera apaciguarse. Cuando él se percató de la trifulca en medio de la cual estábamos, intervino decididamente y facilitó la mediación. Gracias a la oportuna intervención del legendario juglar se calmaron los ánimos y así, el Joe y Manuel, pudieron salir del cuarto donde los tenían retenidos.

Joe estaba vestido con un traje gris, camisa color rosado, zapatos negros de charol. En la oreja izquierda tenía una argolla de oro y en su cabeza, amarrada al rededor, una cinta delgada. Sostenía en su mano derecha, temblorosa, un paquete de cigarrillos Marlboro y un encendedor. Fumaba copiosamente. Trataba de enterarse quienes éramos algunos de los músicos invitados y preguntaba angustiado por el personal de Cartagena y por el repertorio; Hugo y Jorge revisaban sus instrumentos y trataban de ponerlo al tanto de la situación; él seguía saludando a todos y agradeciendo que hubiéramos llegado así fuera tarde. Intentaba transmitirnos  una aparente tranquilidad, que no existía, en medio de la caótica situación. Cuando se acercó a mi me saludo efusivamente y me dijo:

-¡Vaya Mono; vienes por Henry! Mucho gusto, Joe-. Le di la mano y le contesté:

-Joe, es la tercera vez que te veo de cerca y la segunda que nos presentan. ¡Aquí estoy!-.

Manuel, el trompetista, acababa de llegar de Nueva York a Medellín de vacaciones; él tocaba con las mejores bandas de salsa de la Gran Manzana. Joe lo reclutó para esa fecha. Estaba  vestido de estricto traje, muy elegante, y se nos presentaba tratando de superar el impacto de lo sucedido; preocupado preguntaba por las partituras de primera trompeta. Todos le saludamos dándole la bienvenida a la costa caribe. Ante su pregunta, y como no sabíamos que contestarle…  ¨nos las tiramos de locos¨.

Como pudimos empezamos a cambiarnos.

La ropa que cada uno llevaba para el show, obviamente, estaba arrugada por el viaje. Nos proporcionaron una ponchera de agua, tres rollos de papel higiénico y un par de toallas para que nos quitáramos el polvo de la carretera. También una botella de whisky Ballanttines 12 años y unas bebidas. Todo transcurría muy rápido en medio de una gran tensión. Teníamos que subir de manera urgente a la tarima porque entre el público se rumoraba que Joe no estaba allí y que la orquesta tampoco había llegado; pues existía la costumbre, en los grupos musicales ¨rankeados¨, de movilizarce en buses de lujo que al llegar a los  lugares previstos para los respectivos conciertos empezaban a pitar con sus grandes cornetas anunciando llegada. Como eso nunca sucedió, la incertidumbre cundía en el público.

La orquesta subió a la tarima y empezamos a ubicarnos para que el sonidista hiciera la labor respectiva de ¨microfoneo¨ y la ubicación de monitores. Charlie Pla gestionó las congas y pudo conseguir prestadas unas ¨Pan con Queso¨ con las que tocaba el conguero del grupo del El Turco. El público, incrédulo, nos seguía atento en todo el proceso y se preguntaban si en realidad nosotros éramos los integrantes oficiales de la ¨Orquesta La Verdad ¨. A todo esto, había que añadirle otro ingrediente: El Joe se había bajado de peso ostensiblemente y su apariencia estaba bastante lejana de la que se le veía en las fotos de la prensa y en las carátulas de sus dos discos recién publicados.

El Turco se ubicó estratégicamente al lado de la tarima; él también tenía serias dudas acerca de como sonaría la orquesta y de como sería la aceptación del público. Cuando ya todos estuvimos instalados frente a los micrófonos subió Joe al escenario, mirándonos a nosotros y de espaldas al público mientras el presentador tomaba la vocería. Hugo enfrentó el momento; cerró su micrófono y dirigiéndose a Joe, y a todos en la tarima, en tono fuerte, dejó bien claro:

-Joe, ¡no hay partituras! nunca llegaron y nadie tiene copias-. Dijo Hugo. Ese instante se sintió eterno.

A Joe y a Manuel Cortés se les querían salir los ojos y trataban de encontrar entre nosotros alguna explicación a la sentencia de Hugo. El Joe golpeaba la clave; nos miraba a cada uno tratando de encontrar un camino, una salida. Había que empezar a improvisar sobre la marcha y a tratar de tocar de oído algo del repertorio. Tomar decisiones en segundos.

El presentador ya casi remataba su anuncio.

En ese momento preciso, crucial, el maestro Pompeyo le pide a Joe que se acerque y le comenta:

-¨Joi ¨, tengo aquí las partituras de trompetas, bajo y piano de dos canciones que están de moda; pero no se si usted las conoce, o si quiera cantarlas-. El Joe:

-¿Y cuáles son maestro?-. Pompeyo le contesta:

-¨Llueve que llueve¨ y ¨Anita Tun Tun¨-.

El Joe ahora sudaba intensamente. Se le encendió un brillo en la mirada, esbozó una sonrisa, golpeó más fuerte la clave y dijo: -¡Qué flecha! …Fruko ¨fusiló¨ esos temas esta semana en Fuentes. ¡Me los sé perfecto! Gracias maestro… ¡eso va!-.

El presentador:

-Y con ustedes … ¡Joeeee ... Arroyooo...!

El Joe se paró delante de las 7.000 personas que había allí, aproximadamente, en esa noche y con toda tranquilidad les dice:

-¡Buenas noches!... ¡Buenas nocheeeeess!...

El público empezó a contestar tímidamente a su saludo y a esbozar un lánguido  aplauso; mirándole recelosos; todavía con dudas. Joe continuó:

-Buenas noches querido público de Barrancas, queridos hermanos de La Guajira. A pesar de muchas dificultades, y contra todo pronóstico, hoy estamos aquí con ustedes para entregarles nuestra música y nuestro corazón-.

Llovieron aplausos. Siguió Joe:

-Gracias a todos los que están aquí en esta noche, para disfrutar con mi Orquesta La Verdad, … ¡que es para bailar y gozar!-. Sonrisas. El Joe:

-Nos preocupamos mucho esta tarde cuando llegamos a esta bella tierra y caía un torrencial aguacero. Pero con todo y eso, aquí estamos reunidos. Y precisamente, -pensando en ustedes-, hoy vamos a empezar el show de la Orquesta La Verdad de una manera distinta, diferente. Vamos a iniciar con una canción que no es de mi repertorio; pero está muy de moda y se las queremos dedicar a todos los enamorados que están esta noche aquí en Barrancas. Sé que ustedes la conocen, la han bailado y espero la canten conmigo. Es de Sergio Rivero, mi amigo ,¨El Haitiano¨, y se llama ¨Llueve que Llueve ¨. ¡Dilo Hugo! …

El maestro Hugo dio la cuenta en compás de cuatro cuartos.

De ahí en adelante, el público presente esa noche en esa caseta de Barrancas cayó en una especie de éxtasis gracias a la magia de aquel hombre que nos embrujó en algún momento a todos en el caribe colombiano y en muchos sitios del mundo con su música, su estilo único y su sabor inconfundible.

Continuamos el set con ¨Anita Tun Tun¨; después ¨La Rumbera ¨, de guataca, con el público cantando, sobre un arreglo improvisado que incluía varios coros de temas folclóricos conocidos; así que el tema se extendió para el goce general. Al terminar ¨La Rumbera ¨, de algún lado aparecieron en el atril de las trompetas las partituras de ¨Pan de Arroz¨ gracias a la gestión de Willy entre los músicos que estaban allí y así pudimos interpretarlo. Luego hicimos una descarga en salsa: ¨La Descarga del Joe¨, improvisando sobre un montuno que propuso Hugo y con solos e improvisaciones de todo el grupo. El coro de la descarga decía: ¨Ay Joe Arroyo qué banda tiene usted ¨, parafraseando el famoso tema de Benny Moré.

Finalizó el set.

Al bajarnos de la tarima todo cambió: muchos saludos afectuosos, abrazos; nos ofrecían topo tipo de refrigerios, bebidas y otros. Al Joe lo abordó la prensa; también nuevos seguidores, cazadores (as) de autógrafos; empresarios interesados en nuevos conciertos. El panorama y el ambiente se tornaron mucho más amables.

Jorge se contactó con Miguel Márceles, barranquillero, del barrio San Isidro, quien esa noche tocó con la orquesta de Doris Salas, y concretó con él para que trabajara en la orquesta La Verdad a partir del mes siguiente. Efectivamente, Miguel se regresó a Barranquilla y trabajó con la orquesta, -con pequeñas intermitencias-, desde 1982 hasta 2011 el año en que murió Joe.

Cuando nos subimos al bús para regresar a Barranquilla, en el momento de la despedida, Joe se dirigió a mi y me regaló una oportunidad que siempre agradeceré. Me pidió que me quedara en la orquesta:

-Mono, quédate en la banda mi hermanito-, asintió. Y así fue.

En este mes de octubre de 2022 se cumplen 40 años de aquel concierto, el primero de muchos que hice con Joe Arroyo; pero también  el último en cual tocó ¨las blancas y las negras ¨ el maestro Hugo Molinares con la Orquesta ¨La Verdad¨.