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'Nadie nos enseñó cómo contar nuestras historias porque ese era nuestro diario vivir', contesta Marciana Ricardo cuando le preguntan por el guión del documental que protagoniza junto a cinco mujeres más. Se trata de Las Gardenias, un largometraje que recoge sus testimonios de vida.

Provienen de diversas regiones del país, cada una tiene un acento marcado y edades distintas, pero todas tienen un punto en común: la violencia las golpeó de frente y tuvieron que empezar de cero en Barranquilla. Ellas, a su manera, han encontrado la forma de salir adelante y dejar atrás el pasado tormentoso que guardan en su memoria y que antes no podían ni mencionar en voz alta.

No hubo libretos, escaletas o un set de grabación y producción. Las locaciones eran sus propias casas y las escenas de largometraje son fieles a la realidad. Ellas, sin temor a los micrófonos, vivieron un proceso de liberación frente a un lente que las vio llorar, gritar y reír días enteros.

A pesar de vivir en el mismo conjunto, en Las Gardenias, urbanización de 11 bloques de viviendas de interés social (suroccidente de Barranquilla), ellas solo se conocieron en actividades de dramaterapia dirigidas por Jessica Northam, una psicorientadora que llegó al sector a trabajar con mujeres víctimas del conflicto.

Candelaria Martínez, Marciana Ricardo, Ruth Vásquez, Mirna Gómez, Belia Herrera y Mimi Uribe comenzaron un proceso de catarsis en el que cada día abrían un poco más su corazón.

A través de dramatizados y actividades lúdicas reconocieron sus pasados y poco a poco se apropiaron de sus historias. Como la vez que Candelaria, de 70 años, tuvo que huir de su casa en Fundación, Magdalena, porque la amenazaron con quemarla dentro de ella si no la desalojaba en 12 horas. O cómo Marciana, de 50 años, ha tenido que aprender a vivir con dos hijos muertos y uno desaparecido.

Como estos, hay otros cuatro testimonios de vida que conforman este documental de Federico Ahumada, un cineasta que se sumó al trabajo de Jessica para grabar una que otra clase del proyecto.

Este sincelejano fue recolectando, sin saber, los primeros borradores para lo que sería el producto final de Las Gardenias.

'Cuando empezamos a grabar solamente fue parte de la terapia para que se vieran frente a la cámara contando su historia. (…) Inicialmente quería hacer un corto, mostrar el trabajo que Jessica estaba haciendo, pero cuando empecé a trabajar con un editor y empezamos a ver el material encontramos testimonios impactantes, ricos en historias y tan inspiradores que ahí entré en la labor profunda de ver todo lo que se había grabado', contó Ahumada.

Así empezó una minuciosa revisión del material que incluía grabaciones hasta de ocho horas. En total fueron cuatro años de trabajo que empezaron en 2016 y terminaron a finales de 2020. Ahumada cuenta que lo que buscaba era 'darle una mirada diferente' al sector y mostrar a Las Gardenias 'desde adentro', contada por sus habitantes y no desde 'el juicio externo' que se tiene de esta zona golpeada por la delincuencia.

'Cada vez que nosotras hablábamos íbamos recordando y contábamos más. Todo era real. Jessica y Federico nos sacaron del hueco donde estábamos metidas. Me siento bien, he superado a pesar de que he tenido dos infartos: uno hace siete años y otro el 18 de diciembre de 2020', dice Marciana, que desde 2016 vive en el campo, pues fue la única del grupo que dejó Las Gardenias huyendo de la violencia e intranquilidad que allí vivía.

Para ella, vivir en esa urbanización representó estar 'encerrada en una jaula', pues estaba acostumbrada a las 58 hectáreas de tierra que le tocó abandonar en Chocó por intimidaciones de hombres armados.

'Cuando nosotros nos desplazamos yo añoraba que me dieran el apartamento acá en Las Gardenias porque creía que esto acá iba a ser un paraíso porque íbamos a vivir bien bueno y cómodamente. (…)Si uno es campesino y sale de allá del campo, ¿cómo quieren meterlo a uno en esta botella? Yo sé cómo se cría un cerdo, un pato o un pollo. Yo no hacía nada (en Las Gardenias), me estaba era muriendo porque mis hijas me mantenían y decidí irme', dijo la mujer.

Mientras ella se dedica nuevamente al campo, Candelaria, Mirna, y Ruth viven de sus negocios dentro de la urbanización. Dos son modistas y una alquila lavadoras. También asisten a las diversas capacitaciones que la Alcaldía e instituciones constantemente realizan y con las que se 'distraen'. Hoy día son mujeres líderes de su comunidad que aprendieron a vivir más allá de su dolor.