En 1960, investigadores italianos descubrieron las propiedades mucolíticas de la N-Acetilcisteína, una molécula que hasta entonces había sido utilizada como bactericida.
Su mecanismo de acción basado en romper los enlaces de disulfuro, tanto de las secreciones mucosas como de las micropurulentas llevó a, que, en 1965, comenzara el camino de su comercialización como un medicamento seguro y eficaz para tratar catarros, gripes y resfriados. No en vano, hoy por hoy, es uno de los fármacos de venta libre más utilizados para el tratamiento de trastornos respiratorios.
Sin embargo, quienes tuvieron en sus manos este importante hallazgo, jamás imaginaron el alcance que llegaría a tener esta molécula, cuyos beneficios incluyen entre otros, ser un potente aliado terapéutico ante las exacerbaciones para ralentizar la progresión de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), tercera causa principal de muerte en el mundo en 2020, según la OMS.
Además de sus efectos mucolíticos, la N-Acetilcisteína (NAC) ha demostrado tener propiedades antinflamatorias, antitrombóticas y antioxidantes, sin contar con sus efectos para reducir el daño multisistémico como consecuencia de intoxicación por acetaminofén.