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Nada de lo que acontezca con el presidente de la República puede considerarse un asunto privado. Absolutamente nada. Todos son asuntos de Estado. Y si ellos tienen que ver con la salud del mandatario, con más razón. Lo que viene sucediendo con Gustavo Petro ya rebasó lo comprensible, razonable y –por supuesto– justificable.

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Ante los delicados y preocupantes hechos que acompañan cada una de las ausencias –cada día más frecuentes– del jefe del Estado es necesario que los colombianos sepamos con claridad y certeza qué pasa con la salud del presidente.

Lo acontecido el pasado viernes en Montería merece una explicación sólida y creíble, tanto por parte de Petro como de su entorno más cercano. La ausencia del presidente en la Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), por “fuerza mayor”, como lo justificó la canciller Laura Sarabia, va mucho más allá de un acto grosero o descortés con varios dignatarios del Caribe, entre ellos el presidente de Panamá, José Raúl Mulino.

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¿A qué “fuerza mayor” se refiere la canciller? ¿A la misma “fuerza mayor” que obligó a Petro a perderse en París por 48 horas, mientras dejaba tirados a funcionarios del gobierno francés, en eventos oficiales y privados, en su calidad de jefe del Estado colombiano? ¿La misma “fuerza mayor” que hizo que desapareciera de varios actos oficiales en China, Chile y Davos, como narró –aterrado y avergonzado– el excanciller Álvaro Leyva en las cartas que hasta el momento ha dirigido a Petro?

El presidente de la República debe respetar no solo la dignidad que ocupa, sino a los colombianos, que depositaron en él la confianza para que estuviera al frente de la jefatura del Estado por cuatro años.

A Petro le ha costado entender la enorme responsabilidad que pesa sobre sus hombros. Cada desplante suyo evidencia el desprecio que siente por quienes gobierna. Es así de simple. Petro no es quien queda mal ante el mundo, es Colombia la que está siendo pisoteada por la persona que ocupa transitoriamente el solio de Bolívar.

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La canciller Sarabia debe saber también que alcahuetearle a Petro sus extrañas ausencias de actos oficiales, en su calidad de jefe del Estado colombiano, atenta también contra su dignidad. Después de las dos cartas del excanciller Leyva –que son documentos testimoniales oficiales, no chismes de pasillo– la salud del presidente es también la salud de Colombia.

El país no puede ser dirigido por quien no tendría plenas facultades mentales para estar al frente de la jefatura del Estado. ¿Tiene la canciller Sarabia plena conciencia de la gravedad de su conducta, en su calidad de “cómplice”, toda vez que estaría ocultando un hecho grave que va mucho más allá de la esfera particular o íntima del presidente?

¿Qué hacer ante las reiteradas ausencias oficiales del presidente Petro? ¿Debe someterse el mandatario a exámenes que determinen sus condiciones mentales y por consiguiente su idoneidad para estar al frente del Gobierno nacional? ¿Debe el Congreso actuar para determinar las reales condiciones físicas y mentales del presidente?

¿Está Petro en condiciones para desempeñarse como jefe del Estado?

Las dos cartas que Leyva ha enviado a Petro –anunció una tercera– muestran en toda su crudeza la difícil situación que atraviesa el presidente. Leyva no cuenta chismes, Leyva deja constancia histórica y rinde testimonio. Punto.

La primera carta fue escrita el 19 abril y dada a conocer a la opinión pública el 22, después de haber sido radicada en la Casa de Nariño. Dice Leyva, refiriéndose al rol de Laura Sarabia y su cercanía con Petro: “(…) Ella es la dueña de su tiempo, de algunos quehaceres suyos y que, además, le satisfacía algunas necesidades personales”. “(…) Lo que demuestra una vez más que usted sigue siendo víctima de esos cuestionados funcionarios. A lo que se suma que usted no ha logrado escapar de la personalísima trampa que lo destruye siempre más”.

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En la carta, Leyva testifica sobre un episodio que le produjo “desazón y desconcierto”. “(…) Uno de ellos, la ocasión en que usted se desapareció dos días en París, durante una visita oficial”. “Fue en París –escribe Leyva– donde pude confirmar que usted tiene el problema de la drogadicción”. “(…) Su recuperación lastimosamente no ha tenido lugar. (…)”. “Bien se sabe que ha caído usted en frecuentes tiempos de soledad, ansiedad, depresión y otras manifestaciones de difícil superación, algunas de alto riesgo”.

La primera carta del excanciller Leyva es desgarradora, pero por lo mismo debe ser valorada y considerada en toda su crudeza a la hora de ocuparse de las facultades mentales de Petro para ejercer la Presidencia. A juzgar por lo que cuenta Leyva –como testigo– Petro no estaría en condiciones mentales óptimas para ocupar la jefatura del Estado.

Más que un asunto personal, es una tragedia nacional

La segunda carta de Leyva a Petro consta de 8 páginas y tiene fecha del 6 de mayo. En ella reitera la grave situación que vive el presidente por cuenta de su adicción a las drogas. De acuerdo con Leyva, dicha adicción afectaría su comportamiento, su juicio y su capacidad para gobernar.

“Señor presidente Petro –escribe Leyva–, usted está enfermo. Su desaparición en París fue la reiteración de una conducta que puso de manifiesto una vez más la gravedad de su condición”. “Soy consciente, presidente, que lo que hay de por medio, dado lo que le ocurre, es una tragedia humana, en cabeza suya. Por ende, en cabeza del jefe del Estado. Sin duda, trátase de una situación infausta, desgraciada, desventurada, que nos está conduciendo a una tragedia nacional”.

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La conclusión de Leyva en su carta es categórica y demoledora: “Llegó la hora de revisar su permanencia en la Presidencia de la República”. No le falta razón a Leyva cuando se refiere a la grave situación de Petro –por cuenta de su adicción– como una “tragedia nacional”. Está en juego la suerte misma de la Nación.

La reciente ausencia en Montería, sus constantes incumplimientos oficiales, su desaparición injustificada por horas, entre otros graves episodios, lleva a pensar que es necesario revisar con responsabilidad patriótica la permanencia de Petro en la Presidencia.

Laura Sarabia: lo que va de “satisfacer necesidades personales” a justificar una “fuerza mayor”

Que sea la canciller Sarabia la que excuse a Petro de sus constantes incumplimientos genera más incertidumbre sobre lo que acontece con el presidente. Ya no se trata de su idoneidad para estar al frente de las relaciones internacionales del país, sino de la desconfianza que inspira su reprochable actuación.

Leyva se refiere a ella como la persona que “le satisfacía algunas necesidades personales” al presidente. ¿Qué tipo de “necesidades personales”? ¿Las mismas “necesidades personales” que hacen que por “fuerza mayor” Petro incumpla con buena parte de sus compromisos oficiales, en su condición de jefe del Estado colombiano? No es, pues, la canciller Sarabia una persona, ni una funcionaria, de fiar para ocuparse de un asunto de Estado tan delicado y complejo, como es la salud mental del jefe del Estado.

Ya no se trata de “cubrirle la espalda” al jefe, sino de tener plena conciencia de lo que significa ocuparse de la suerte misma de la República. ¿Tiene la canciller Sarabia plena conciencia de ello?

Ante la grave situación, es necesario que el Congreso actúe

A juzgar por la forma como Petro ha asumido las gravísimas afirmaciones sobre su adicción es muy probable que la “negación” del problema sea una vez más su escudo protector. La negación no solo lo aleja de la solución del problema, sino que lo lleva a valerse de excusas inverosímiles, como supuestos recorridos nocturnos por bibliotecas en París; o a descalificar con fuertes epítetos a quienes osan dejar en evidencia su grave dependencia.

“Es un viejo decrépito”, dijo de Leyva, a quien le cuestionó su origen oligárquico, el mismo que tenía antes de nombrarlo canciller. Petro se aferra a la figura del “revolucionario impoluto”, carente de adicciones, buscando con ello blindar su vulnerable condición de posibles ataques.

“Los revolucionarios no tenemos adicciones”, no pasa de ser una afirmación falaz, cuando cada día de por medio salen a relucir hechos que evidenciarían su grave adicción. Ante la renuencia de Petro a reconocer su condición, el Congreso de la República debe ocuparse del asunto.

Es necesario que los congresistas dejen de lado las afinidades o diferencias ideológicas y políticas para que se ocupen de uno de los mayores retos en la historia republicana del país. Para ello es necesario que el propio presidente Petro entienda la gravedad de la situación. Es él quien de forma responsable y autónoma está llamado a dar el primer paso en esa dirección. Punto.