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¿Cómo le fue a Gustavo Petro en China? Si la respuesta corre por cuenta de los amigos del Gobierno nos dirán que el balance es extraordinario y que “nunca antes un presidente de Colombia había logrado firmar convenios comerciales de tú a tú con el mismísimo Xi Jinping”. Escucharemos, además, por enésima vez, que Petro alcanzó un triunfo histórico y que en China quedaron fascinados con su “inteligencia superior”, su oratoria y poder de convencimiento.

Pero –más allá de los balances emocionales y desbordantes de optimismo de Petro y sus amigos– lo cierto es que en su visita al gigante asiático, en su calidad de presidente pro tempore de la Celac, al jefe de Estado colombiano no le fue tan bien como dicen sus amigos, aunque tampoco se trató de una visita desastrosa, como aseguran sus enemigos.

A la hora del balance también hay que tener en cuenta un protagonista que no viajó en el avión presidencial –al igual que la canciller Laura Sarabia– pero que será determinante a la hora de medir las consecuencias del viaje de Petro a la China: Estados Unidos, con el irascible e impredecible Donald Trump a la cabeza, quien –obviamente– pasará cuenta de cobro por la osadía de Petro.

Y ello es así porque el hecho de revaluar la dependencia comercial de Colombia con Estados Unidos, como están haciendo muchos países del mundo, no significa darle un portazo en las narices a quien ha sido por décadas nuestro principal aliado comercial. Mucho menos en momentos en que China y Estados Unidos miden fuerzas no solo en asuntos arancelarios, sino geopolíticos.

Es torpe –por decir lo menos– alinearse con quien el “Tío Sam” libra una dura batalla, cuyos resultados aún son inciertos. Los daños colaterales de esta imprudencia podrían ser devastadores para Colombia. Estados Unidos es y seguirá siendo por mucho tiempo nuestro principal aliado comercial, gústele o no a Petro. En el caso de Barranquilla –por ejemplo– estamos hablando de un mercado creciente, robusto y billonario que está apenas a dos horas en avión. ¿Qué sentido tiene arriesgar una relación sólida, construida por distintos gobiernos por décadas, para apostarle a la incertidumbre de un potencial aliado comercial, tan implacable y voraz como el propio Estados Unidos? China no es una monjita de caridad a la hora de negociar y de cobrar, que lo digan los venezolanos que están padeciendo el rigor del gigante asiático a la hora de pasar factura.

Las cifras de todo lo que está en riesgo por cuenta de los devaneos de Petro con China son demoledoras: Estados Unidos nos compró el año pasado más de 14.300 millones de dólares en distintos productos, mientras que las exportaciones a China apenas llegaron a 2.377 millones. Y en lo que va de este año, hemos vendido a Estados Unidos 3.580 millones de dólares, mientras China apenas nos ha comprado 505 millones de dólares.

Los números no pelean con nadie. Y ellos indican que lo que exportamos a Estados Unidos es siete veces lo que vendemos a China. Mientras al primero vendemos cerca de 15.000 millones de dólares al año, al segundo apenas 2.400 millones.

Así las cosas, la pregunta es: ¿tiene sentido arriesgar lo que tenemos en nuestras manos, que genera miles de empleos y miles de millones de dólares, por ponernos a cazar pajaritos pintados en el aire? ¿Qué es lo que pretende Petro al abrazar a Xi Jinping en momentos en que Trump mide fuerzas con China?

Comprar carros eléctricos y paneles solares a China para venderle cebollas y aguacates. ¿Buen negocio?

Sumarse a la llamada Ruta de la Seda –estrategia comercial expansiva de China– como acaba de hacer Colombia, al firmar un plan de cooperación con Pekín, podría verse como una apuesta muy atractiva, pero también muy riesgosa. Es apenas obvio que no se trata –como sostuvo Petro– de una negociación de “tú a tú”. No existe la menor posibilidad de una igualdad de condiciones en esta negociación, en caso de que llegue a consolidarse.

Mientras ellos –como primer productor industrial del mundo– piensan vendernos vehículos con nuevas energías, paneles solares, motocicletas, infraestructura de última generación, todo ello basado en una economía digital eficiente, así como en inteligencia artificial ultramoderna, nosotros estamos pensando en venderles cebolla –¡al primer exportador de cebolla del mundo!– limón, banano, quínoa y aguacate. Ello explica –entre otras cosas– la balanza comercial tan deficitaria del país con respecto a China: 13.500 millones de dólares a favor del gigante asiático. Y creciendo. De hecho, según el Dane, este año Colombia le ha comprado a China diez veces lo que le ha vendido. Mientras les hacemos ojitos a los chinos, Trump toma atenta nota.

¡Cuidado! Estados Unidos vetará bancos que financien proyectos chinos en Colombia

Estados Unidos, obviamente, responderá de forma implacable y con firmeza los coqueteos de Petro con China. De hecho, Washington hizo saber que vetará a la banca multilateral que financie proyectos chinos en Colombia. Estados Unidos es el dueño del 30 por ciento de las acciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), al tiempo que es el mayor accionista del Banco Mundial, dos de los grandes financiadores de proyectos de infraestructura en Colombia.

En otras palabras, Estados Unidos puede bloquear cualquier iniciativa en el país que tenga a China como protagonista. Uno de los proyectos que se podría ver afectado seriamente es el Metro de Bogotá, cuya segunda línea aún no está asegurada financieramente. Aunque hay quienes prefieren hablar de un “bloqueo operativo”, lo cierto es que lo que Estados Unidos haría no sería nada distinto a un veto, cuyas consecuencias para el país serían impredecibles. ¿Qué tal el BID suspendiendo todos los proyectos futuros para Colombia? ¿O el Banco Mundial haciendo lo propio?

Sin empresarios colombianos, la Ruta de la Seda fracasa

En su afán por dejarse abrazar de China, alejándose de Estados Unidos, Petro ha cometido un grave error: se olvidó del sector productivo. Los empresarios del país no han sido tenidos en cuenta. Son los grandes olvidados del paseo, entre otras cosas porque Petro los detesta. Si quienes producen en el país son apartados, ¿qué les vamos a vender a los chinos? ¿Humo? Cada vez que los empresarios colombianos alzan la mano para opinar, el Gobierno se encarga de bajársela de inmediato.

Así las cosas, lo único que podrá hacer Colombia es comprarles productos a los chinos, pues es evidente que el Estado no produce. Lo único que el Estado produce –mucho más en tiempos de Petro– es gasto. Punto. ¿Qué les piensa vender Cielo Rusinque a los chinos? ¿Empanadas de Cucaita? ¿Carlos Carrillo –flamante director de la Ungrd– exportará cuchillas de afeitar? Es probable que Laura Sarabia –si no la dejan olvidada en Shanghái– monte un emprendimiento para venderles a los chinos keratina para “domesticar” el cabello. Conclusión: sin empresarios, la Ruta de la Seda no pasará de ser otra utopía más de Petro. Otro “pescadito de oro” para la colección del “último Aureliano”.

Venezuela, empeñada hasta los tuétanos con China

Si Estados Unidos ha sido hasta ahora el malo de la película, en lo que tiene que ver con sus relaciones comerciales con Colombia, China podría ser peor. Como villano, China es más cruel que Estados Unidos. Que lo diga Venezuela que le debe más de 60.000 millones de dólares y no sabe cómo pagárselos. El país de Maduro está empeñado hasta los tuétanos con el gigante asiático. El petróleo ya no le alcanza para pagar todo lo que le debe. Desde el 2005 la deuda no ha parado de crecer y ha creado una dependencia financiera del régimen chavista, hasta el punto de que es Pekín quien define el plan de inversiones del vecino país. La mitad del total de la deuda que tiene América Latina con China corresponde a Venezuela. Los intereses y las condiciones impuestas por el gigante asiático son peores que las que fija Estados Unidos a los demás países latinoamericanos. Esa es la realidad de la que Petro prefiere no hablar y es el espejo en el que no quiere mirarse. Pelear con Trump para caer en brazos de Xi Jinping es –sin duda– un mal negocio, a no ser que se negocie de “tú a tu”, como sueña Petro, algo que –obviamente– no sucederá.