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Ni el más pesimista, ni mucho menos el más uribista, ni muchísimo menos el más duquista, llegó a imaginarse que apenas 15 meses después de haber iniciado su mandato, Iván Duque tendría el 69 por ciento de desaprobación, 'vergonzoso honor' que ninguno de sus antecesores había logrado. Y en esa lista hay ex presidentes que tuvieron -sin duda- comienzos de mandatos muy tormentosos y turbulentos. ¡Qué tal Ernesto Samper con su proceso 8.000! ¡O Andrés Pastrana con su silla vacía esperando a Tirofijo! Pero ninguno de ellos llegó a ser tan malquerido por los colombianos como el joven y simpático Duque. ¿Qué pasó?

A diferencia de Álvaro Uribe, que llegó con una hoja de ruta debajo del brazo, cuyo fin último era el ejercicio de la autoridad y la lucha frontal contra las Farc; o del propio Juan Manuel Santos, que le apostó a la negociación con ese grupo guerrillero como fórmula para alcanzar honores personales o para ocupar un lugar en la historia nacional, Duque llegó a la Casa de Nariño con una agenda en la que el asunto que más se destacaba era el de la 'Economía naranja', algo que ni los 'cerebros' de la idea han podido explicar con claridad. Hoy -la verdad sea dicha- la Economía naranja más parece un asunto de fe que de resultados concretos.

Una vez en la Casa de Nariño a Duque sus amigos y allegados le recomendaron hacer un corte de cuentas demoledor y crudo con su antecesor, en el que quedara registrado el verdadero estado en el que había encontrado al país. O mejor: el estado en el que se lo entregó Santos. Duque optó por hacer un corte de cuentas a medias y con muy poco calado, quizás por no herir susceptibilidades en círculos muy cercanos a ambos.

Donde Duque fue más crítico y más vehemente en los cuestionamientos fue en el tema de la paz con las Farc, en especial en lo relacionado con los verdaderos alcances que tendrían los acuerdos firmados. Hoy sus críticos lo que más le cuestionan es su supuesta indefinición o tibieza a la hora de pisar el acelerador para que el llamado 'postconflicto' transcurra sin mayores traumatismos, mientras que sus amigos y copartidarios lo que más le cuestionan es su indefinición o tibieza, pero para meterle freno de mano al desarrollo de lo pactado en La Habana. Unos y otros le reprochan lo mismo, pero por diferentes razones.

Y ahí radica uno de los serios problemas que ha tenido que afrontar Duque en estos primeros 15 meses de gobierno y que -curiosamente- no depende de terceros, sino de él mismo: asumir el riesgo de tomar sus propias decisiones. Un gobernante no puede pretender quedar bien con todo el mundo al mismo tiempo. En algún momento debe romper amarras para trazar su propio rumbo.