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La semana pasada los dos debates presidenciales en Antioquia y en el Caribe marcaron el arranque de una nueva fase de la campaña hacia la Casa de Nariño. Era la primera vez que los cinco primeros candidatos en las encuestas se enfrentaban cara a cara después de las elecciones parlamentarias y de la ronda de encuestas posteriores a esa jornada. Las cargas no estaban tan equilibradas como antes del 11 del marzo: Iván Duque se disparó hasta el 40 por ciento, Gustavo Petro lo seguía alrededor del 26 por ciento mientras que Sergio Fajardo y Germán Vargas registraban apoyos insuficientes para competir por un cupo en la segunda vuelta.

Con formatos y estructuras distintas, los dos debates generaron distintos tipos de reacciones dentro y fuera del escenario. Mientras en el encuentro en Medellín auspiciado por TeleAntioquia y la revista Semana los cuatro aspirantes –Humberto De la Calle no llegó– le apostaron a la cautela, en el de El Heraldo y la Universidad del Norte la confrontación subió de nivel. Hay diferentes formas de analizar estos debates: como un ring de boxeo, como un momento estratégico de campaña o como un espacio para cambiar la dinámica de la contienda.

¡Pelea!

En Colombia el debate político lleva calentado hace tiempo. La confrontación alrededor del proceso de paz con las Farc –que tuvo sus momentos electorales más álgidos en la campaña presidencial de 2014 y en el plebiscito de 2016– ha sido la constante en años recientes y ahora ha mutado a un pulso alrededor del populismo de izquierda y el regreso del uribismo al poder. El Debate Caribe de El Heraldo fue un escenario que reflejó esas divisiones entre los dos extremos ideológicos de la campaña (Duque y Petro) matizados por el papel de dos aspirantes en la administración Santos (Vargas y De la Calle) y la apuesta a una tercería, Fajardo.

Más allá de la jugosa recolección de 'vainazos' y rifirrafes –tradicionales en todos los análisis posdebate–, los cara a cara de la semana pasada sirvieron a los candidatos para marcar sus diferencias entre ellos. Y aunque eso suene obvio, los debates ayudan a que los militantes y votantes ya convencidos reafirmen sus convicciones. Los petristas y los uribistas encuentran en las intervenciones de Petro y Duque los puntos comunes que los hacen un bloque. En el caso de Vargas Lleras y Fajardo sus mensajes alrededor de la infraestructura y la educación alimentan a quienes hoy los siguen ya que son sus respectivos sellos. Para los delacallistas, último dentro de este lote, la sola presencia del candidato en la cita de El Heraldo y su intercambio con Duque envío importantes señales de vida luego del fiasco del café y de la alianza con Fajardo.

Lo más difícil de los debates como cuadriláteros es que un candidato convenza a indecisos, a quienes quieren votar en blanco y a los inclinados débilmente a otros candidatos a votar por él. Los ataques alientan las barras propias pero dificultan que el mensaje llegue a nuevos prospectos.

Libretos y estrategia

Otro aspecto a analizar es cómo se desarrolla cada debate dentro del momento estratégico de la carrera presidencial. La última foto de la contienda mostró a Duque solitario en la punta, seguido de Petro, sólido en el segundo lugar. Fajardo, Vargas y De la Calle, lejos de cualquier cupo para la segunda vuelta. Los debates –al igual que los demás componentes de una campaña presidencial como la publicidad, las comunicaciones y los anuncios– hacen parte de la estrategia de cada candidato para sostener, mejorar o transformar la dinámica de la competencia.

La distancia que lleva Duque a los demás es tanta y se dio tan rápido que su principal meta debería ser sostenerla en las siete semanas que quedan hasta la primera vuelta. Para la carta uribista el desafío en los debates es doble: aguantar el Todos Contra Duque, propio de ser el puntero, y no cometer errores. Y es clave diferenciar aquí entre decir algo que los opositores ya rechazan y cometer en realidad un error de campaña. Por ejemplo, en 2010, Antanas Mockus afirmó que extraditaría al entonces presidente Álvaro Uribe a Ecuador y Juan Manuel Santos ripostó que no reconocería la jurisdicción de un juez del vecino país. Mockus tuvo que echar para atrás.

La cabeza de las encuestas le ha costado a Duque mayor espontaneidad, ajustar más la disciplina de su mensaje y atender otros frentes de ataque más allá del uribismo como su experiencia y su juventud. La próxima ronda de sondeos de intención de vota mostrará si la reacción del aspirante uribista le ha permitido aferrarse a la punta o si sus contenedores lograron hacerle mella. Similar reflexión aplica a Vargas Lleras, quien ha dado un giro hacia el continuismo y La U para reanimar sus números en aras tratar de alcanzar a Petro y arrebatarle un cupo a segundo vuelta. Los caminos de Petro y Fajardo coinciden en este etapa: redoblar sus respectivos mensajes al electorado de centro donde aspiran crecer. La diferencia está en que mientras Petro busca ser el anti-Uribe por contraposición ideológica de izquierda y derecha, Fajardo lo hace por una opción de tercería más enfocado en la corrupción.

Cambio de decisión

Muchos estudios politológicos han demostrado que el impacto real de los debates en la intención de voto presidencial es, en el mejor casos, limitado e importa más en contiendas apretadas. Uno de los más citados es el de Robert Erikson y Cristopher Wlezien que recoge más de dos mil encuestas en las elecciones estadounidenses entre 1958 y 2012. Los debates animan la carrera presidencial, proveen información adicional al público y, tras el cubrimiento de los medios, ayudan a poner nuevos temas en la agenda de la campaña. Pero, al final de cuentas, el objetivo principal no sólo de los debates sino de toda la actividad de la campaña es transformar apoyos en votos efectivos. La próxima ronda de encuestas nos ayudará a medir si la fotos de la carrera presidencial cambió.

pachomiranda@hotmail.com