Una vez más las Farc -o mejor, la posibilidad de negociar la paz con ellas- serán determinantes en unas elecciones presidenciales. En efecto, tal como ocurrió en 1998 con el triunfo de Andrés Pastrana Arango y en 2002 y 2006 con los de Álvaro Uribe Vélez, ese grupo guerrillero terminará definiendo la suerte del próximo Presidente de Colombia.
En el caso de Pastrana, el país recuerda que ganó la Presidencia enarbolando la bandera de la negociación de la paz con las Farc y también tiene muy presente la forma como terminó todo, con un mandatario desprestigiado y una guerrilla despreciada por más del 90 por ciento de los colombianos. Y en el caso de Uribe, su triunfo se debió a una oferta electoral diametralmente distinta a la de Pastrana en su momento, pero también ligada a las Farc: la posibilidad de derrotarlas militarmente o, incluso, de aniquilarlas. Ambos fracasaron en su intento. Ni Pastrana hizo la paz ni Uribe desapareció a las Farc. No obstante, lo que ambos deben reconocer es que ese grupo guerrillero les definió su agenda política y marcó sus mandatos. Ahora el presidente Juan Manuel Santos acaba de abrir un nuevo capítulo en esa novela que por décadas han escrito los presidentes de Colombia y las Farc. Santos, como Pastrana, también decidió apostarle a la salida negociada y se embarcó -y embarcó al país- en las procelosas aguas de un proceso de paz con las Farc. En plata blanca ello significa que Santos decidió amarrar su suerte política a la negociación con ese grupo insurgente. De su éxito o su fracaso dependerá también el éxito o el fracaso no solo de Santos como Presidente, sino de Santos como candidato presidencial en 2014, pues la paz será el gran issue de la campaña de 2014. Y en la otra orilla estarán quienes se oponen a la propuesta del Gobierno, como el procurador Alejandro Ordóñez, entre otros. Las Farc, pues, una vez más, definirán la suerte del próximo Presidente de Colombia.
Fracaso tras fracaso: desde B. Betancur hasta A. Pastrana
Quienes sostienen que el actual es el mejor momento para iniciar un proceso de negociación con las Farc tienen toda la razón. No solo porque es evidente que el grupo guerrillero se encuentra en su peor época en términos militares y políticos, sino porque es indudable que las Fuerzas Militares del país están hoy mucho más fortalecidas que hace varios años, cuando otros gobiernos, incluyendo a Belisario Betancur, César Gaviria y Andrés Pastrana, decidieron apostarle a un proceso de paz con ese grupo guerrillero. En tiempos de Belisario,por ejemplo, las Farc tenían no solo a sus máximos jefes vivos -Jacobo Arenas y Manuel Marulanda-, sino que contaba con cuadros que habían formado para seguir en la lucha armada -como Alfonso Cano, Raúl Reyes, el Mono Jojoy, Iván Márquez, Pablo Catatumbo y hasta el propio Timoleón Jiménez alias Timochenko, quien es hoy su máximo comandante-. Muertos cuatro de sus mayores referentes, tanto políticos como militares, las Farc entraron en una etapa de reacomodamiento interno que aún no termina y cuyos resultados podrían, incluso, comprometer la suerte misma del plan que apenas se vislumbra entre el gobierno de Santos y las Farc. César Gaviria, por su parte, también se embarcó en un proyecto de paz con las Farc, pero antes había ordenado el ataque militar a Casa Verde -sede de los comandantes del grupo guerrillero- quienes aprovecharon las mesas de conversaciones de Caracas y Tlaxcala para pasarle cuenta de cobro al Gobierno por el “atrevimiento” que tuvo de bombardear su “santuario”. De hecho, las Farc se levantaron de la mesa de Tlaxcala con el firme propósito de fortalecerse militarmente para iniciar la ofensiva y tomarse el poder. “Volveremos a hablar después de otros 500 mil muertos”, fue la frase que le escuché en Tlaxcala a Alfonso Cano, entonces negociador de las Farc, antes de regresar a las selvas colombianas. Durante el gobierno de Ernesto Samper las Farc propinaron duros golpes al Ejército, hasta el punto que atacaron bases militares como Patascoy, lo que les permitió llegar ‘fortalecidas’ militarmente al Caguán.
Negociar con las Farc en medio del ‘fuego amigo’
Cuando Andrés Pastrana inició el proceso de paz con las Farc, el país acababa de respaldar con más de 7 millones de sufragios el llamado Voto Ciudadano por la Paz; es decir Pastrana dio cumplimiento a un mandato popular que lo facultaba para negociar con los grupos guerrilleros, concretamente con las Farc. Santos, en cambio, tendrá que sacar adelante una negociación en medio del ‘fuego amigo’ que significa ser el blanco de todas las críticas por parte no solo del expresidente Álvaro Uribe, hoy por hoy su más grande contradictor político, sino también por parte de connotados protagonistas de la vida nacional, como el procurador Alejandro Ordóñez, quien se declaró enemigo de la negociación y que muy seguramente será reelegido, lo que significa que Santos pondrá en la mira del jefe del Ministerio Público a sus más cercanos colaboradores, especialmente a quienes lideren las negociaciones. Santos contará, eso sí, con el acompañamiento de la comunidad internacional y con buena parte de los integrantes de la Unidad Nacional.
Los diálogos deben ser secretos, pero la agenda que se negocia debe ser pública
Ni siquiera en Oslo podrán tanto el Gobierno como las Farc iniciar un proceso de paz bajo la absoluta confidencialidad. Y ello es así sencillamente porque los primeros que querrán contar su versión de lo que se está negociando serán las partes, pues es evidente que quien tenga el control de la información sobre el proceso de negociación tendrán también el control sobre la agenda. La única solución que tiene ese asunto, sin duda delicado, es que los diálogos que se desarrollen en la mesa de negociación sean privados pero la agenda que se negocie sea pública. Ello significa que los colombianos deben saber exactamente qué se está negociando, sea en Oslo, La Habana o cualquier otro lugar del planeta. No hacerlo es darle la razón a quienes sostienen que el Gobierno y la guerrilla negocian de espaldas al país. Lo que sí tienen que hacer las partes es evitar los protagonismos de quienes fungen de negociadores o hacen parte de los equipos que están al frente de las conversaciones, como ocurrió en el Caguán, donde todos, especialmente los voceros de las Farc, eran tratados como ‘vedettes’ por parte de los medios de comunicación. El pecado consiste en volver protagonistas a negociadores y pretender ocultar la agenda.
Juan Manuel Santos deberá convencer a las tropas de que sí es cierto aquello de que “la paz es la victoria”
Las Fuerzas Militares de Colombia han dado muestras históricamente de absoluto acatamiento a las órdenes emitidas por el Presidente de la República, así muchas de ellas no sean compartidas por los altos mandos. Ocurrió con Belisario, Gaviria y Pastrana. En todos esos procesos, los altos mandos militares expresaron a los mandatarios sus observaciones sobre las consecuencias que tendría para las tropas y para el país una negociación con los grupos guerrilleros. En algunas ocasiones, como sucedió con Pastrana, el llamado ‘ruido de sables’ termina con el llamado a calificar servicios de los oficiales más rebeldes con las decisiones del Ejecutivo. En esta oportunidad las cosas no serán diferentes, entre otras razones porque quien estará al frente de la negociación no solo es el propio Presidente, sino un ex ministro de Defensa quien conoce cómo es que se mueven los hilos en los cuarteles. En lo que sí tendrá que aplicarse a fondo el presidente Santos es en convencer a la tropa -la misma que le pone el pecho a la guerra todos los días- de que la “paz es la victoria”, como pregona desde hace algunas semanas. Es decir, convencer a los uniformados de que la desmoralización de las tropas proviene del desgaste que produce la eternización de un conflicto y no en la terminación del mismo por la negociación política. En otras palabras, que negociar la paz no significa una claudicación. Pero Santos deberá, además, blindar a las Fuerzas Militares de la llamada ‘guerra jurídica’, que es el fantasma que las ronda.
Por Óscar Montes
@Leydelmontes