Gabriel Fernando Gil yace en un charco de sangre. La llovizna típica de la madrugada capitalina cae sobre un agonizante que convulsiona. Es la 1 de la mañana del primero de febrero de 2014 y, en un andén, un hombre se debate con la muerte después de ser apuñalado 25 veces en medio de una soledad abrumadora.
25 agujeros. Confusión y estupor. Mucha sangre y suspiros de muerte. En la escena hay sevicia y violencia por parte de unos atacantes anónimos e implacables. Gabriel y sus verdugos son protagonistas de una realidad: la insegura noche bogotana.
Entre calles húmedas y esquinas gélidas, en Bogotá por la noche se mata gente con impunidad y frialdad. Atracos, riñas e intolerancia son las principales causas. Gabriel Gil estuvo a minutos de formar parte de la cruenta estadística de 1344 homicidios, registrados en 2014 en la capital. Un pocillo de tinto que hervía entre el frio silencio de la noche convirtió a un vigilante en un ángel de la guarda.
Seis años después, de ese ángel poco se conoce. En medio de la reanimación, lo que le contó a los paramédicos y estos replicaron, a modo anecdótico en el hospital, hoy sabe a cuento o a rumor. 72 meses después, el teléfono roto narra una de esas coincidencias especiales de la vida, en las que una alteración de la rutina influye o altera de manera crucial la realidad o el universo. Una suerte de aleteo de mariposa que provoca un terremoto al otro lado del mundo.
Los doctores del hospital Simón Bolívar de Bogotá expresaron reiteradas veces que la intervención puntual del vigilante fue crucial para que Gabriel sobreviviera. 3 a 5 minutos de retraso y Gabriel se hubiese convertido en un cadáver: el despojo proyectado por sus atacantes que, después de 5, 12, 20 puñaladas, solo buscaban una cosa: asesinarlo en cuestión de minutos.
El efecto mariposa consistió en una decisión tan arbitraria como celestial. El guarda de seguridad contó que, minutos antes del ataque fulminante, se sirvió una taza de café tan caliente que le quemó los labios. Con rabia y molestia, decidió que era conveniente esperar. En medio del silencio sepulcral, pensó que la prorroga era más dinámica si la hacía recorriendo las dos cuadras residenciales que le tocaba custodiar. Salió de su garita.
Ese acto de albedrío fue decisivo para que las puñaladas no acabaran con la vida de Gabriel. A media cuadra de distancia del pocillo ardiente, el vigilante divisó un hombre estremeciendose entre la sanguaza y la desazón de la única testigo de la agonía: la solitaria autopista norte de Bogotá.
'Si el guachimán se queda tomándose el tinto, se rinde ante un microsueño o enamorando a una mucamita por citófono, Gabriel se muere' le dijo un médico a Carolina*, la que era la esposa de Gabriel en el año que fue apuñalado en 25 oportunidades.
Ese día comenzaba un nuevo mes. Al ser una jornada electoral, había mucha agitación y emoción desde tempranas horas de la mañana. Gabriel era parte del equipo de campaña política de un candidato a la Junta Administradora de La Candelaria en Bogotá. Los cálculos, recuerda, siempre fueron esperanzadores y positivos, debido al gran despliegue en los anteriores meses por todos los rincones, callejones y recovecos de la localidad.
En el anochecer, el aspirante ya era edil electo. De las urnas el grupo se trasladó al apartamento de la novia del político, todos estaban contentos, incluso Gabriel. Los tragos de whisky y las viandas fueron el atavío de la velada. La celebración era el augurio de un horizonte prometedor para todos los asistentes, incluso para Gabriel.
A la medianoche, seguían los vallenatos, las carcajadas y las anécdotas bulliciosas de todo encuentro amistoso. Sin embargo, Gabriel sintió el llamado de la responsabilidad y el compromiso, ya que en pocas horas tenía que trabajar. Con la aflicción que precede a todo lunes y el afán de llegar a casa y descansar un poco, desde una aplicación en su celular solicitó un taxi.
Con un gesto similar al del futbolista que se disculpa por errar un pase o un gol, anunció su retiro de la celebración. El edil y el comité de aplausos intentaron convencerlo de lo contrario. Ofertas tentadoras para que se quedara. Vasos con un whisky con más años que la edad legal para votar en Colombia, la propuesta de un sofacama acogedor y hasta el intento infructuoso de una amiga de sacarlo a bailar, no surtieron efecto. Gabriel se despidió y se encontró con la noche bogotana.
Era la 1 de la mañana, no había ningún vehículo o transeúnte sobre la calle 170 con autopista norte. Solo asfalto mojado y grisáceo.
Gabriel recuerda lo fría de esa noche. Sobre un andén le hacía el quite a la ebriedad mirando al horizonte sombrío y montañoso del oriente. El taxista que confirmó aún no se presentaba, y en ese momento hasta llegó a pensar en irse caminando hasta su casa.
Delirios de un beodo ya que eran más de 30 cuadras que la soledad de la noche hace más largas. A lo lejos, se escuchó el motor de un carro acercándose. Su color amarillo poco se dejaba entrever bajo dos luces cegadoras que iluminaban la llovizna.
La controversia es el sentimiento que recuerda de su coqueteo imprevisto con la muerte. A primer momento, no entendió el motivo de las luces altas que nublaron su visión. Pero la realidad se hizo presente dándole fin a la ofuscación, cuando dos hombres jóvenes se bajaron de manera precipitada y comenzaron a apuñalarlo sin mediar palabras.
En los primeros minutos, Gabriel intentó defenderse con sus manos como únicas armas, pero los cuchillos eran más potentes. No tardó en resignarse. El dolor de cada punzada le quitaba aliento y vida. Los agresores no paraban. Los recuerda como robots programados para matar sin ninguna misericordia. Como un gesto de rendición, se entregó a la contemplación de la lluvia y las tenues luces del alumbrado público. Un hecho captó su escasa atención: dos camisetas ázules de Millonarios FC.
Gabriel lo único que evoca de sus verdugos es el equipo del que eran hinchas. Una de las certezas que hay en este país es que esa pasión no se actúa ni se improvisa. Así de certero fue el ataque. 25 puñaladas, diez agujerearon sus pulmones y una directo al corazón, tan profunda que cualquiera hubiese dado por muerto al saco de sangre, tripas y carne en el que se convirtió la víctima.
Un recuerdo vago del cuasi occiso sobre algo extraño sucedido después: los potenciales asesinos al ponerse de pie y correr al taxi, que esperaba con impavidez y paciencia, gritaron: 'Acelere y piérdase fulanito o como se llame usted cucho hijueputa'.
Esto puede confundir a cualquiera, pero a Gabriel le dio pistas de la teoría que, seis años después, considera es la causa de las 25 puñaladas.
Luego de que el vigilante llamara a la policía del cuadrante y a una ambulancia, Gabriel fue llevado al Hospital Simón Bolívar y ahí comienza otro episodio en su noche de calvario. Si el encarnizado ataque no logró acabar con su vida, el sistema de salud de los hospitales públicos colombianos se convirtió en otra batalla.
En la ambulancia lo reanimaron haciendo uso de un desfibrilador. Ya en el hospital, recuerda que en sus momentos lúcidos, escuchó a los médicos señalar que el pronóstico era pesimista y letal. Mientras muchos compañeros de parranda se enfrentaban a la resaca o a un nuevo día, Gabriel estuvo en el quirófano por 7 horas. Suturaron heridas del corazón, pulmones y del resto del cuerpo.
El celular que, curiosamente no fue hurtado, sirvió para localizar a Carolina, su compañera sentimental. Ella avisó a los familiares recalcándole a todos que debían prepararse para un desenlace fatal. La madre de Gabriel se desmayó con la llamada abierta.
Al anochecer, Gabriel gritó, pero nadie escuchó sus alaridos. Estaba entubado y a los 32 años volvía a usar pañal. Al afrontar su condición, sintió la primera bocanada de realidad post ataque: el miedo latente a quedar inválido. Sin embargo, luego de un par de desmayos logró mover sus piernas.
Al comprobar su movilidad, procedió a diagnosticar su ser. Se dejó embargar de gratitud por el personal médico de un hospital donde salvan vidas con las uñas, ya que es milagrosa su labor con tantas carencias de equipos y de insumos.
A los dos días, le quitaron la entubación traqueal, pero los pulmones seguían sin funcionar, ya que el centro hospitalario no contaba con la maquina necesaria para extraer los líquidos. En Latinoamérica, mueren más de 8 millones de personas por enfermedades o situaciones que pudieran ser perfectamente tratables por los sistemas de salud, según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo. De acuerdo al reporte, 60% de las muertes que podrían haberse tratado médicamente son consecuencia de una baja calidad de atención o falta del equipo necesario.
Los familiares de Gabriel hicieron lo posible para trasladarlo a la Clínica de la Colina, donde contaban con los elementos necesarios. Él se sintió raro. Feliz por sobrevivir, pero indignado al pensar por aquellos que no tienen los recursos para un centro privado y se mueren en pasillos diáfanos sobre baldosas frías esperando una atención que nunca llega del sistema de salud colombiano.
Los médicos le informaron que debía pasar un tiempo mínimo de 60 días en cuidados intensivos, ya que la cirugía a corazón abierto lo tenía, constantemente, al borde de un paro cardiaco, y los pulmones seguían maltrechos. Gabriel fundó en ese momento un nuevo capítulo: el de la resiliencia y la voluntad irrefragable.
'Así como el abogado de la Estrategia del caracol, me puse de pie, jueputa, me paré y solo'. A los 45 días, Gabriel salió de UCI y de recuperación. Regresó a su apartamento. Encorvado por la cirugía, en silla de ruedas y con el cabello cenizo colmado de canas que no tenía dos meses atrás.
El primer desafío de su nueva realidad fue subir los 4 pisos de escaleras. 32 peldaños con 4 descansos de baldosas ocres y grises que antes subía en menos de minuto y medio. Esa vez le tomó treinta minutos con igual número de suspiros.
Al mes, regresó al quirófano por una cirugía que le ayudara a la movilidad y normalidad de su brazo izquierdo. Aquel que fue su escudo y en donde recibió la mayor cantidad de puñaladas. Sin embargo, el post operatorio lo hizo en 3 centros.
Donde lo intervinieron, no había convenio de su EPS con el ala de fisioterapia y en el segundo, donde le hicieron las terapias, no había una inyección que consiguieron en un tercero. Problemas estructurales bastante graves tiene la salud colombiana. La falta de una cobertura integral por parte de las EPS es un tema de vida o muerte.
En Bogotá, El 2014 fue uno de los peores periodos en materia de inseguridad. Según la Secretaría de Gobierno distrital los asesinatos aumentaron un 6 por ciento, y delitos como el hurto y las agresiones tuvieron un alza con respecto a 2013. El informe refleja que los hurtos a personas aumentaron 3,1 por ciento, al pasar de 26.912 casos reportados en el 2013 a 27.753 el año pasado, es decir, 841 atracos más.
En una ciudad acostumbrada al flagelo de la inseguridad, las víctimas se convierten en estadísticas. Los móviles del ataque a Gabriel generaron de manera automática una percepción en las autoridades de que se trató de un hurto. Pero a Gabriel no le quitaron su celular de alta gama ni la cadena de oro, y su billetera con dinero y tarjetas llegó intacta al hospital Simón Bolívar.
Gabriel siempre ha propuesto una teoría a la Fiscalía de que lo sucedido esa noche fue un ataque de odio por parte de unos atacantes que no se conocían con el taxista. Pero han tomado sus motivos como conspirativos y delirantes. En seis años ha colisionado con fiscales e investigadores más enfocados en demostrar teorías incongruentes como una pelea aislada de borrachos, pero ¿Dónde queda la brutalidad sistemática y organizada de esa noche por parte de unos agresores que nunca vio antes ni recuerda?
Actualmente, Gabriel sigue afirmando que el ataque fue una respuesta violenta a su activismo en contra del gremio. Hace más de 8 años, luego de ser víctima de un paseo millonario al transportarse en un taxi, siempre ha usado sus redes sociales y espacios de interacción comunitaria para lanzar críticas y denuncias sobre delitos y agresiones realizadas por los carros amarillos.
En Bogotá, los medios de comunicación han informado de múltiples ataques organizados por taxistas sobre ciudadanos o conductores de aplicaciones móviles como Uber. Sin embargo, seis años después, Gabriel sigue luchando contra lo que llama 'la ineptitud de la fiscalía'.
La recuperación física fue lenta pero segura. Sin embargo, la convalecencia generó que perdiera su empleo y luego de un par de años desempleado, perdió recursos económicos y el apartamento que pagaba a cuotas. Su esposa se marchó huyéndole al estrés post traumático y al desasosiego de las deudas. 'Entiendo que algunos van contigo siempre y otros solo te acompañan una parte del camino', reflexiona mientras acaricia su perra pitbull de color marrón oscuro.
Sigue luchando con la falta de resultados. En más de 6 años las autoridades no han logrado identificar ni apresar a nadie. Evita al extremo salir de noche. Se ha desmayado varias veces cuando alguien le da una palmada en la espalda. No coge taxis y evita hasta mirarlos. Si ve a hinchas del equipo azul, se cambia de acera. Sus traumas persisten, pero está convencido que todo mejorará.
En Colombia se asesinan 30 personas por día según registros de la Policía Nacional. No importa si es de día o si es de noche. Si llueve o hace sol. Con motivos y sin ellos. Las entrañas sociales arden y las tensiones están a flor de piel. Gente como Gabriel sigue esperando respuestas institucionales al flagelo de la violencia que domina las calles y dispara la percepción de inseguridad.
La situación preocupa y, tal vez, mientras lee esto, otro como Gabriel está siendo convertido en un colador.