Mirna Rodríguez cuida con esmero el muñeco que se utiliza en Quinamayó en las centenarias Adoraciones al Niño Dios. Para las comunidades negras del departamento del Valle del Cauca febrero es Navidad.
La figura oscura, con su ajuar, es protagonista de los festejos, que se celebran cada tercer sábado de febrero, con casi dos meses de retraso con respecto al 24 de diciembre por una vergonzosa herencia de la esclavitud.
En esa época los blancos impedían a sus esclavos -inmersos en los menesteres de las haciendas- celebrar la natividad junto a ellos, según cuentan los pobladores.
Rodríguez es una matrona de 55 años que asumió 'una responsabilidad muy grande' tras el fallecimiento de su madre hace ocho años: conservar el muñeco en perfectas condiciones.
Durante el año el Niño Dios, empacado en varias bolsas, reposa sobre la parte alta del armario.
Este festejo que combina música, teatralidad, fuegos artificiales y disfraces, gira en torno a un imaginario: el Niño Dios ha desparecido.
Resistencia
De modo que todo el pueblo sale a buscarlo y va de casa en casa en romería, cantando y bailando, hasta encontrarlo, escoltarlo y depositarlo en el pesebre.
Las distintas estaciones son animadas por recitaciones conocidas como loas, y durante toda la noche los lugareños cantan, bailan y beben.
'Los niños desde que están pequeños los utilizamos en el evento. Los ángeles, los soldados, las madrinas, los padrinos, todos son niños, entonces yo creo que nunca se va a acabar la tradición', expresa Rodríguez a la AFP.
Este año, las intensas lluvias sobre este pueblo de unos 5.000 habitantes en el departamento del Valle del Cauca obligaron a posponer las celebraciones de sábado a domingo.
Para Balmores Viáfara, un profesor de 53 años, el 24 de diciembre es 'un día cualquiera', mientras que las Adoraciones, que se conmemoran desde hace 138 años, son 'una fiesta' que 'los negros celebramos adorando a nuestro Dios, a nuestra manera'.
Son festejos 'de resistencia', subraya.
Música de fuga
La fiesta se anima con ritmos heredados de tiempos de los esclavos, traídos de África en la época de la colonia española.
Entre ellos la tradicional 'fuga', que se baila 'con pies arrastrados (...) debido a que las cadenas que amarraban sus pies no les permitían hacer otros pasos', explica Olmes Larrahondo, un coreógrafo de 25 años.
Quinamayó, al igual que otras comunidades negras cerca de los límites de los departamentos de Cauca y Valle del Cauca que celebran las Adoraciones, surgió tras la abolición de la esclavitud en 1852 en los márgenes de antiguas haciendas.
Como en otras regiones de pasado esclavista, la exclusión y la pobreza han dejado su huella en estos departamentos que conectan con el Pacífico.
En Colombia los negros (hasta 20% de la población según cálculos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe) han sufrido con especial rigor el conflicto armado, la pobreza y la desigualdad.
Desde la década de 1960, cuando Cuba dejó de ser el gran proveedor de azúcar para Estados Unidos tras la revolución, llegaron las grandes plantaciones de caña, y los posteriores conflictos entre negros, indígenas y agroindustrias.
'Crecientemente para algunas comunidades (las Adoraciones) son un elemento de resistencia' ante las tensiones de los litigios por tierras, remarca Manuel Sevilla, doctor en antropología y experto en esta tradición de la Universidad Javeriana de Cali.
Larga vida
Las Adoraciones del Niño Dios son ante todo una puesta en escena que aglutina a varias generaciones.
El acompañamiento musical varía, dependiendo de los recursos, entre una tambora y gente que canta hasta grupos de violín o bandas de vientos.
Justamente entre los lugareños también hay la versión de que sus antepasados terminaron celebrando Navidad en febrero, porque solo hasta ese mes les llegaba el pago por las cosechas.
Cada una de esas explicaciones 'tiene componentes de veracidad', apunta Sevilla.
Las Adoraciones -agrega- 'combinan las creencias católicas, fruto de la evangelización, con las formas de expresión y de ritualidad que habían traído de África'.
Este sonoro rito cuenta desde hace una década con la vitrina del festival de música del Pacífico Petronio Álvarez, quizá el más importante de su tipo en Colombia.
Además han llegado a públicos jóvenes que pueden ayudar a cumplir el presagio de doña Mirna de que las Adoraciones no morirán.
'No son solamente una celebración espiritual sino además una especie de estandarte cultural, que cada vez toma más fuerza', corrobora el profesor Sevilla.