Como especie de memorias de los navegantes de la corona, los primeros años de la exploración y colonización de América estuvieron sesgados por la voraz ambición de la conquista de territorios y el hurto masivo de recursos que proveía la madre tierra a los nativos.
Sin embargo, aunque la historia recuerda hechos cargados de violencia, violaciones e incluso masacres, no todas las formas en la que los foráneos se acercaron fueron bélicas.
Ante el desconocimiento de los procesos industriales, objetos tan simples para la contemporaneidad como un espejo sirvieron de instrumento para deslumbrar a los líderes indígenas, quienes al final fueron engañados.
Quinientos años más tarde, la protección y reparación de las victimas indígenas aún continúa siendo un tema de gran debate nacional. No obstante, los símbolos han cambiado y el espejo ya no es más un representativo del fraude, sino una herramienta de reconocimiento y cuidado.
Ana Bailarín Domicó es una de las pocas mujeres indígenas de la comunidad Emberá en Córdoba, tiene poco más de cincuenta años y es abuela. Toda su vida ha transcurrido en un caserío en el corregimiento Manantiales, del municipio de Tierralta, a dos horas de Montería, la capital cordobesa.
Allí no hay señal telefónica y estos aparatos de la modernidad parecen no haber sido descubiertos aún por muchos de los habitantes. Debido a lo alejado de la zona y a las complicaciones evidentes del transporte, los indígenas Emberá están expuestos al desconocimiento.