La elección de la mujer sobre cómo vestirse es, en algunos casos, un grito de rebeldía que dice: 'Yo establezco mis propias reglas'.
En contraste, un combate de cabellos que llegan a la cintura, de pestañas y uñas postizas, de posturas sugestivas y bailes sexualizados, entra en liza por views y likes, siendo las redes sociales la lona donde se despliega este complejo pugilato por la belleza, muy parecido, según los colectivos feministas, a un mercado de carne por la exhibición desenfadada de las formas y los cuerpos.
En esta contienda —enteramente femenina—la moda sexy genera aplausos y desaprobaciones.
Las transparencias, minifaldas, escotes pronunciados y mucha piel a la vista están en las calles y hacen parte de las cuentas de influencers —y de otras que aspiran a serlo—.
La moda no es solo consumismo. Es también un elemento empoderador y reivindicativo que desde el trasegar del feminismo defiende las libertades de las mujeres y el derecho que tienen de decidir sobre su propio cuerpo.
Por otra parte, la discusión de colectivos de género está relacionada con la imagen de mujer-objeto que refleja, según algunos grupos, una moda que busca vender la idea de que el cuerpo femenino es un producto de consumo.