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Fundación, Magdalena. En Fundación, desde que murieron 33 niños en el incendio de una buseta, un decreto de ley seca y toque de queda no ha tenido su primer infractor. 'Después de lo que pasó ese domingo 18 de mayo, este pueblo no ha vuelto a ser igual', dice José Zapata, un vendedor de comida estacionaria.

Para él, tendrá que pasar mucho tiempo antes de que los alegres fundanenses superen lo sucedido. Durante las noches, la calma y el silencio de las calles oscuras y sin pavimentar del municipio, comparten estadía con el sonido de las cigarras. Y la que antecedió al entierro de las 33 víctimas mortales del siniestro, no fue la excepción.

Dieciocho horas antes de los actos fúnebres, el sitio donde la buseta explotó con los menores a bordo, tenía por único visitante a un hombre de contextura delgada y piel morena. A él se le sumaron un par de jóvenes, que llegaron en motocicleta a observar las velas que seguían encendidas en el lugar. El tema de la conversación entre ellos giraba en torno a lo duro que sería enfrentar, en pocas horas, el sepelio colectivo de los fallecidos.

El hombre que inicialmente estaba en el sitio comentaba que entre los niños estaba un primo suyo, Mauricio José Valle. 'Desde que ocurrió eso, yo vengo aquí todas las noches. Además sufro de insomnio y me gusta estar solo frente a este lugar'.

Por la carretera que conduce a Valledupar, una tractomula que circula por la vía se detiene frente al punto de la tragedia. Su conductor no baja el vidrio ni abre la puerta. Permanece estacionado cerca de tres minutos, pita y luego se marcha. 'En la noche llegan pocos a este lugar, pero los camioneros casi siempre se detienen. Seguramente orarán un rato', cuenta el hombre delgado que responde al nombre de Alexander Carrillo.

Los hombres que siguen a bordo de las motocicletas le interrogan sobre el por qué siempre está allí en la madrugada. Alexánder cuenta que prefiere llegar cuando no hay nadie, para pensar, reflexionar y ser una especie de vigilante. Luego guarda silencio y afirma: 'yo soy esquizofrénico'. Sus comensales guardan silencio y Carrillo se marcha a paso rápido.

UNA CALMA TENSA. Ayer, las esteras de los negocios permanecieron abajo y los colegios no abrieron sus portones para recibir a los alumnos. Los habitantes del pueblo se volcaron hacia sus calles, vestidos de blanco y con banderas del mismo color en sus manos. Todos avanzaron en una caminata espontánea hacia el cementerio Ángeles de la luz, donde los 28 cuerpos fueron sepultados.

En los barrios Altamira, Villa Hermosa y Alfonso Mujica, donde vivían los niños que fallecieron, una caravana salió desde las 10 y media de la mañana, en buses que dispuso la Alcaldía municipal, hacia el peaje de la vía Tucurinca con los familiares de los infantes para llevarlos a recibir los cuerpos de los niños a la entrada del municipio.

Apoyada al tronco de un árbol, Maryobis Castro, mamá de Manuel Johan y Thailín Hernández, observa el grupo de personas que transitan por la zona con sus ropajes blancos. 'Murieron mis hijos. Este es el momento que ninguna madre quiere enfrentar', dice ella con su mirada fija en el suelo.

Breisner Rocha, padre de Lucas y Breiner, dos de las víctimas mortales de la tragedia ocurrida el 18 de mayo, cuenta que toda su familia se desplazó hasta el municipio para apoyarlo. 'Son más de 40 personas las que están conmigo'.

Sin embargo, no todos pudieron entrar junto a él para dar el último adiós a los fallecidos. Debido al poco espacio con el que cuenta el parque cementerio Ángeles de luz, la Alcaldía entregó 15 manillas por cada niño fallecido. Solo quien la portaba podrá entrar al lugar, el resto debía observar todo desde afuera.

'La verdad es que en esta situación uno ni tiene cabeza para pensar en eso. Lo importante es que esto termine rápido y ya', dice Nelson Tapias, quien perdió a dos sobrinas en el incendio.

Pero Ana Hernández, una mujer que pasa los 60 años de edad, cuenta que perdió a tres nietos y cuatro sobrinos en el incidente, que de su familia pocos pudieron ingresar al cementerio y que aquello era mayor indignación para los suyos. 'Somos 150 en total los afectados en mi familia, pero aquí no respetan el dolor de uno. Esto parece un espectáculo'.

A pocas horas del inicio del entierro, los vecinos de la calle 19 de Fundación ubicaron carteles con las fotografías de cada una de las víctimas, cuyo pendón iba de lado a lado de la vía. Unos metros más adelante, fue ubicado un altar del Niño Jesús con las fotos de los menores. En las puertas de las viviendas del sector había flores y lazos negros. 'Es que esta será la última calle de fundación que recorrerán esos niños, pues es la que conecta al pueblo con el cementerio', cuenta una de las vecinas del sector.

Sin embargo, los familiares de los niños fallecidos expresaron su indignación por la manera en la que fue organizado el sepelio. 'El cementerio queda lejos e impidieron el acceso de vehículos, por lo que nos tocó caminar a mediodía por una trocha de casi un kilómetro y después no pudimos entrar a la sala donde estuvieron los cuerpos en cámara ardiente', expresó en tono molesto María Fontalvo, una mujer que perdió a tres sobrinos en el incendio. La lluvia calmó los ánimos de las familias que se debatían entre el dolor y la frustración por no poder acercarse a sus seres queridos.