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Cuando era niña, Lindantonella Solano Mendoza (7 de enero de 1975, 49 años) se la pasaba trepada en el árbol de guayaba de su casa, mecida por el vaivén de la brisa que llegaba desde las costas caribeñas de su natal Süchiimma, que en la lengua de la Nación Wayuu quiere decir ‘Tierra de los Ríos’ y que para nosotros no es otra diferente que Riohacha, en La Guajira.

Ahí, en el marco dorado que le imponía la “península del resplandor”, como ella misma la recuerda, fue acunando una mística mezcla de cosmovisiones, alimentada por la oralidad de su nación wayuu y las letras de los autores universales.

“La kataao’u (el vivir) fue un constante narrar, tejida de muchas palabras. Escuchando a las abuelas, a las tías, a los viejos. Pero como toda cultura, los niños no pueden hablar, pero sí escuchaba y eso iba creando mi sentir”, explicó.

Hoy en día, se desempeña como docente orientadora de la institución educativa Isabel María Cuesta González, en Riohacha. Es psicóloga graduada de la universidad Antonio Nariño, tiene especialización en desarrollo humano en la Universidad Javeriana de Bogotá y es magister en orientación escolar de la Universidad del Zulia, en Venezuela.

De ella nació Sebastián Andrés Solano Mendoza, su hijo de 10 años. También ha parido tres libros y sus poemas la han hecho famosa más allá de las fronteras naturales del gran desierto guajiro, a tal punto, que parte de su obra está contenida en la antología de relatos ‘Sings’ (Cantos) publicada por la Universidad de Boston.

Tejiendo las letras

La ancestral tradición de la Nación Wayuu describe que todo lo existente, el mar y el desierto, el viento y el cielo, las estrellas y la luna, la gente y los clanes; fueron creados por el gran dios Mareiwa. Ese relato fundamental es lo primero que se enseña a los niños, pero ella lo fue aprendiendo de maneras diferentes.

“Lo primero que hay que decir, es que yo no nací en una ranchería, mi abuela sí. Por ella llevo la sangre de la gran Nación Wayuu y pertenezco al clan de los Epiayú. Yo vengo siendo la mezcla de un gran tejido de diferentes cosas, mi otra abuela era negra, también tenía un abuelo músico que tocaba el clarinete, mi madre era bailarina de las piloneras y mi papá, educador rural”, se describe.

Son muchas las fibras que componen el tejido de sí misma y, que al mismo tiempo, van en concordancia con el relato antiguo que les enseñan a los niños, a través de la oralitura, que es la colección de mitos y leyendas de su cultura.

Pilar Paulina Carillo Epiayu fue la abuela indígena y Carmen Cuadrado, la matrona afrocolombiana, que la fueron nutriendo de las poesías que años después iban a nacer en ella. Sus padres, que se conocieron en “enamoramiento bailable”, como ella misma dijo, son Magola Cecilia Mendoza Cuadrado y Alonso Solano Carrillo.

“Mi sentir fue despertado a través de las clases de castellano, pero también cuando veía a la abuela negra frente al fogón haciendo el café, cuando íbamos a la ranchería a compartir en un velorio o alguna fiesta o invitadas por unas primas”.

Además fue fundamental la guía de una monja, su profesora en el colegio.

“Empecé a escribir diarios, desde niña. Me montaba en el palo de guayaba a leer, a escribir. Mi mamá compraba las colecciones del Círculo de Lectores. También mi profesora, la hermana Josefina Zúñiga, me indicó muchas lecturas. Hoy la biblioteca departamental tiene su nombre. Yo me iba caminando para allá y ahí leía mi oralitura, a los autores del Caribe, los colombianos, los autores universales. En fin, de todo”, rememoró.

Así fue que por sus manos pasaron nombres variopintos como Pablo Neruda, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Jorge Isaacs, Rafael Pombo, William Faulkner, Franz Kafka, José Saramago y Eduardo Galeano, dentro de un largo rosario.

Las obras de estos ahora la acompañan, más cerca que nunca. Literalmente, las carga en sus espaldas.

La kapoterra literaria

Wale’kerü el espíritu mítico que, desde la cosmovisión Wayuu, enseñó a tejer a mujeres y hombres. De ella aprendieron a hacer los chinchorros, las mantas, los trajes, entre otras cosas.

“Todo el que nace en una ranchería, nace en un chinchorro, comienza a aprender sobre lo tierra, sobre Wale’kerü. Sobre el tejido que somos, cómo estamos entrelazados”.

Uno de esos elementos tejidos es la kapoterra, una suerte de mochila tejida. Hace más de una década, Lindantonella agarró una, la llenó de libros y comenzó a caminar por las comunidades y decidió enseñar a leer a esos niños que, alejados en la ranchería, no tienen acceso a esta parte de la cultura.

“Mi labor siempre ha sido mediar y promocionar la lectura. Cuando llegaron los primeros migrantes, que se asentaron en un parque, acá en Riohacha, me acerqué con la kapoterra llena de libros para enseñarles a leer, para lograr que a través de la lectura pudieran salir de ese momento”, expresó.

Los primeros desplazados que llegaron a la región fueron de diversas comunidades. Ella creó su propia fundación con el fin de poder difundir la educación entre esos desplazados.

“Llegaron del Carmen de Bolívar, del Magdalena medio, de Sucre, Santander y hasta Bogotá. Con la corporación Pezcarte, para pescar el talento humano, hemos ido acercándonos a las comunidades. Ese ha sido mi trabajo, llevar las lecturas, los poemas, los cuentos a las rancherías. Mi propósito vital ha sido caminar con esa kapoterra de libros y, por supuesto, trabajar por la paz”,

Muchos niños se han visto beneficiados, no solo wayuu, sino de otras etnias, desde Puerto Estrella, hasta La Jagua.

“Hay que utilizar mucho la oralidad, acercarlos. Hay niños que a los 14 años no han empezado su proceso de escolaridad y sus primeros aprendizajes son sobre la madre tierra. Ellos nacen en una ranchería, en un chinchorro, y sus primeros aprendizajes son sobre Mareiwa. Poco a poco hay que irlos poniendo al nivel de otros niños de sus edad”, comentó.

Uno de los proyectos que está manejando es el Putchipu, el cual se basa integralmente en la oralidad y la oralitura, buscando desde el enfoque que ella le da, desenmarañar y desarmar palabras, especialmente en esas situaciones que están vinculadas a conflictos.

“El Putchipu es patrimonio oral e inmaterial de la humanidad de la Unesco desde el 2010 y lo que hacemos a través de él es educar a los jóvenes de las comunidades y evitar que entren en los conflictos”, detalló.

Autora premiada
Lindantonella sostiene el premio ‘Selma Lagerlof’.

Lindantonella no solo ha sido reconocida por instituciones como el Banco de la República, gracias a sus trabajos como poetisa, ha podido estar en diferentes partes del mundo, llevando sus letras y mostrando sus poesías escritas en el lenguaje antiguo de sus ancestros.

“Estuve en la Universidad Central de México el año pasado. He ido a París, Madrid, fui a Nicaragua y Cuba”, rememora, además de tres invitaciones a Estados Unidos a las que no ha podido asistir “porque todavía no tengo visa”.

Sin embargo, en el 2019 recibió el premio que más le llena de orgullo, de parte de una asociación sueca, que le entregó la distinción ‘Selma Lagerlof’, en el II Festival de Poesía en Jonkoping, Estocolmo, Suecia, por su libro ‘Acantilados del Tiempo’, un recopilatorio de alrededor de 40 poemas de su autoría.

“Bueno, ellos son una asociación sueca, Selma era de una familia bastante acomodada, era profesora como yo. Fue la primera mujer de su país en ganar el Nobel de Literatura, fui a recibir el premio, yo siempre soñé en ir allá”, recordó con emoción.

A Lindantonella le gustaría pensar que todo esto es obra de Wale’kerü, tejiendo los destinos del tiempo y de la vida. Que todo podría ser capricho del dios creador Mareiwa, pues en ese 2019 se cumplían exactamente 110 años desde cuando Selma ganó su Nobel.

“Yo sueño con ganarme un Nobel como ella, pero para eso tendría que encerrarme tres años a escribir como lo hizo García Márquez, y a mí me toca ganarme el pan (dice entre risas), sin embargo quiera Mareiwa que esto sea una señal”, reseñó con humor.

Finalmente, en su rol de mujer empoderada en su etnia y como lideresa en los papeles de transformación wayuu, le pide sabiduría a cada uno de sus ancestros y se la pasa rebuscando inspiración en cada grano del desierto guajiro, en cada caricia de esa brisa que la mecía desde niña, para seguir con su propósito, hasta alcanzar su meta.

“Como lideresa quiero que las mujeres sigan leyéndoles a los niños. Que eso les sirva desde la educación para emprender y que puedan seguir salvaguardando la vida y el apushi (familia), que es lo principal para los wayuu. Buscamos cómo las entidades privadas y públicas, para esta Navidad, puedan apoyar espacios lúdicos y educativos para la promoción de la paz, con la corporación Pezcarte en esta península”, cerró.