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En una amplia bodega del barrio Pasadena, suroriente de Barranquilla, se podía sentir la alta temperatura –que oscilaba en los 38 grados–, el olor a químicos y el ensordecedor sonido del trabajo que realizaban operarios para darle la disposición final a un electrodoméstico que, aunque pareciera inofensivo, podría liberar gases altamente tóxicos para la capa de ozono.