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Por más de cincuenta años, las redes y el trasmallo han sido los 'fieles' acompañantes de Jorge Torres durante muchas faenas. A diario, sobre un pequeño bote, este hombre de piel curtida se adentra en las aguas del río Magdalena a ejercer el oficio que mejor sabe hacer: pescar.

'Yo aprendí este arte desde muy niño, cuando venía a traerle el almuerzo a mi papá, quien también era pescador. Ha sido un oficio tan productivo que hasta dejé de lado los estudios para dedicarme de lleno a la pesca', sostuvo Torres, quien también es presidente de una cooperativa de pescadores.

Semanas atrás, Torres y sus compañeros recibieron una serie de insumos por parte de la Corporación Autónoma Regional del Río Grande de la Magdalena (Cormagdalena), los cuales –según contó– le han permitido mejorar sus faenas de pesca: 'Son mis herramientas de trabajo, algo que aprecio mucho. Me acompañan a diario en busca de jurel, sábalo, chivo, pargo o langostas, el pescado o marisco que podamos encontrar'.

Para Edilsa Ebratt, el río Magdalena es sinónimo de vida. En uno de sus recorridos habituales por la zona ribereña, a la altura del barrio Las Flores, observó una gran cantidad de troncos y otros elementos que eran arrastrados por el agua. Ese fue el punto de partida para poner en marcha un emprendimiento que, desde 2009, ha brindado beneficios a su comunidad.

'Muchas personas nos decían que esa madera no nos servía para nada. Al ver las necesidades que muchos habitantes de la zona viven por la falta de un empleo digno, nos hemos dado a la tarea de innovar, logrando transformar eso que muchos consideran desechos en arte', dice la mujer, quien lidera la Fundación Bocas de Ceniza.