No importaba que la habitación fuera el rincón de un edificio orinado y cayéndose a pedazos. Daba lo mismo que tocara en una pieza de hostal barato, nido de criminales, feudo de prostitutas y guarida de los drogadictos.
Era lo de menos que hubiera que improvisar en un callejón oscuro donde el mero pavimento se convertía en una base de cama y una decena de cucarachas aplastadas con un par de telas viejas se transformaban en colchón.
Las personas que no tienen hogar, aquellos rechazados, olvidados y hundidos en su desgracias, por más hostil, tóxico, agreste y peligroso que fuera todo lo anterior, ya se habían acostumbrado a que jamás –por más que lo intentarán, por más que lo desearan, por más que les hiciera falta– iban a encontrar a Morfeo.
Se habían concientizado que no volverían a tener paz ni descanso. La calle les había ganado y no había marcha atrás.
Sin techo ni hogar, lo que aflora para los habitantes de calle cuando cae la noche son miedos, lágrimas, maldiciones, sustos y tormentos. Se retuercen como pueden para encontrar acomodo. Se apilan sobre sus carretillas. Se encorvan fetalmente en alguna escalera.
Pero al final todo es más lejano de lo que buscan: dormir. No hay sueños con los angelitos. Cierran los ojos, pero abren más que nunca sus sentidos.
Parecen descansar, pero están más despiertos. Porque les toca así. Porque para ellos no hay otra forma de sobrevivir. De lo contrario, se expondrían a una agresión, a un robo o a una violación de alguno de los que está en sus mismas condiciones.
El desolador panorama para aquellos que no tienen nada rara vez cambia, pero de una semana para acá, en el corazón de San Roque, se inauguró una obra que les ha dado ‘luz’ en medio de la noche: un Centro de Acogida donde pueden gozan de una cama acogedora, con ventilación constante y con la seguridad que necesitan para que –¡por fin!– puedan descansar un rato.