No todos los venezolanos somos cómo nos pintan, ni tampoco lo son los colombianos. Se trata de conocernos mejor'. Esa premisa la tiene bien clara Rosibeth Rodríguez, una caraqueña, de 26 años, que desde hace cuatro años reside en Barranquilla en compañía de su familia.
La mujer, quien vive en el barrio Simón Bolívar, llegó a la capital del Atlántico luego de que su esposo consiguiera la 'estabilidad' que le proporcionó un empleo informal. 'Apenas llegué a Colombia fui víctima de xenofobia por parte de la persona que nos arrendó una habitación. De allí tuvimos que salir', dice la mujer, quien en la actualidad es estudiante becada de un programa de 'Mercadeo y Ventas'.
'Fueron muchos momentos difíciles a pesar de ser migrante regular con pasaporte sellado por Migración Colombia. En los trabajos que tuve me pagaron por debajo de lo que les pagan a colombianos, en jornadas laborales de cerca de 12 horas', señaló Rodríguez, quien hoy es madre de un bebé de dos años y se gana la vida vendiendo minutos, actividad que alterna con las prácticas profesionales que realiza en un concesionario en la Circunvalar; mientras que su esposo maneja un bicicoche.
'No fue difícil lograr que las personas, que hoy me rodean, pudiesen cambiar su percepción que tenían hacia mí por ser venezolana. Solo necesitaban sacar un espacio para poder entablar una conversación y listo. Hoy siento que he podido ir encajando con más facilidad en los diferentes escenarios en los que me desenvuelvo', destacó Rodríguez.
Precisamente facilitar los espacios de encuentros es la tarea que varias organizaciones y fundaciones han impulsado en los últimos años, de la mano con los migrantes, no solo para ocupar espacios laborales, sino también para generar oportunidades que estimulen la confianza entre comunidades, empresas y venezolanos.