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De un lado de la bocina alguien solicita ayuda para enterrar a sus muertos; de otra, alguien busca consejos en una voz desconocida para intentar que sus problemas mentales no lo hagan tomar una decisión fatal. Suena un teléfono, suenan dos, suenan tres. Y empieza la avalancha.

En cuestión de nada, 400 correos electrónicos están a la espera de respuestas. Las peticiones varían, pero –por lo general en esta época– contienen informaciones casi idénticas: se necesita –urgente– una cama de cuidados intensivos covid o se requiere la remisión de un paciente a otro centro asistencial. Falta una ambulancia por aquí. Se urgen de un médico por allá. Falta una sábana. Se dañó un ventilador.

La compleja y titánica situación pica y se extiende. Hay que afiliar a los colombianos que carecen de servicios de salud. Hay que buscar soluciones a los migrantes que están enfermos. Nadie se queda por fuera. A todos hay que brindarle la atención. Lo importante es resolver.

Como casi todos en estos tiempos, los casos son de vida o muerte y no hay mayor margen de espera. El tiempo apremia, el represamiento –muchas veces evitable– frustra y la presión es una carga que a veces acaba con las fuerzas. Para colmo de males, un monitor gigante ‘escupe’ un estruendoso y, con el pasar del tiempo, horroroso pitido cada vez que se reporta un caso grave en la ciudad, un sonido peculiar que en estos días se ha disparado y le ha quitado el sueño hasta el médico con el dormir más profundo. Pero –por más duro que sea la desbordante labor anterior– no hay espacio para cansancio o lamento en el Centro Regulador de Urgencias y Emergencias del Distrito de Barranquilla (CRUE), una unidad con personal capacitado para atender y dar respuesta a las situaciones de riesgo.

En este centro, los turnos de trabajo son de 12 horas, la atención es 24/7 y se labora los 365 días del año. Antes de la pandemia, el CRUE era un pequeño cuarto con solo cuatro funcionarios, pero de un tiempo para acá, obligados por el reto sanitario, esta sala de crisis aumentó su personal a más de 50 funcionarios. Ellos, que laboran de sol a sol, son los encargados de que la red hospitalaria de la ciudad no colapse del todo, de que una persona pueda encontrar el equipo médico capacitado para vivir y de que la ciudad pueda salir adelante de la pesadilla que generó la covid. Están cansados, duermen mal y han llorado, pero se mantienen firmes en su intención de luchar por la salud de quien lo necesite.

'El Centro Regulador de Urgencias pasó de ser una unidad de soporte a una unidad estratégica. Aquí se cuenta con el personal idóneo para afrontar una crisis como la actual y hacer una tarea en conjunto con las EPS para dar solución a cada caso. Se trabaja con el objetivo de sacar adelante a la ciudad en esta pandemia', explicó Humberto Mendoza, secretario de Salud Distrital.