Vendedores de dulces y agua en los semáforos, peluquerías y tratamientos de belleza en los andenes, restaurantes en triciclos que recorren las calles, cafeterías ambulantes y toda clase de cacharros apostados a lado y lado de las aceras constituyen el panorama que se observa en un recorrido por la ciudad de Barranquilla, en especial por la zona céntrica.
Estas escenas, que se hacen más frecuentes semana tras semana, evidencian el fenómeno de la informalidad que se presenta en Barranquilla y se convierte en una preocupación para varios sectores, especialmente para el comercio formal que pide a la administración distrital que asuma los correctivos a que haya lugar.
Omar Zuluaga, quien atiende una venta de útiles escolares y papelería en general, dice que la informalidad ha proliferado enormemente en la plaza San Nicolás y sus alrededores. Asegura que si bien el Distrito está haciendo cosas por organizarlos, siempre hay algo más que hacer.
'El Centro ya está saturado, pero yo creo que a ellos se les debe dar un trato digno porque tienen derecho al trabajo', sostuvo.
A pocos metros del negocio de Zuluaga, una joven mujer de piel tostada por el sol, sudorosa y agobiada por el inclemente calor del mediodía, jala un carrito en el que vende agua y bebidas energéticas. Ella hace parte de esos vendedores informales que recorren las calles del Centro y, de vez en cuando, se estaciona en una de las aceras para ofrecer sus productos. Se llama Maylin, ella y su esposo, quien vende aguacates en una ponchera, salen a buscar el dinero para la comida y el arriendo que deben pagar a diario.
Mientras comentan su situación, un bicitaxi se estaciona a un lado esperando espacio para avanzar. Como él son decenas los hombres que a punta de pedal recorren el Centro y otros sectores de la ciudad en medio del rebusque para el sustento de sus familias.