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Aunque el repicar de las palas y los picos resuene fuerte hasta la 1:00 de la madrugada, en esta calle de arena nadie se queja, ni reclama. Poco importa el ruido ensordecedor y las risotadas de adultos y ancianos, que entre chanzas y cuentos sobrellevan la jornada nocturna. Bajo la luna blanca, resplandeciente y majestuosa, el grupo integrado por unos treinta hombres trabaja sin sueldo –y sin descanso– hasta nuevo aviso. Sin importar la hora, el sudor y el cansancio, nadie tira la toalla. Menos, con el olor de la comida que se acerca seductoramente hasta el playón en el que descansan.

Como si de una aldea medieval se tratase, pero sin castillos, caballeros y monjes, en esta calle destapada, llena de tierra, grava y piedras, ubicada en el barrio Carlos Meisel de Barranquilla, las labores están divididas por género, siendo los hombres los que cargan, pican y construyen, y las mujeres las que cocinan, organizan y mandan. Todo dentro de un acuerdo tácito, del que nadie revira ni se queja, en el que trabajan mancomunadamente por un objetivo. Hace dos meses que las noches en este sector dejaron de ser para el descanso, dándole paso a jornadas de limpieza y construcción. Son más de 20 años los que llevan sin pavimento, por lo que decidieron –literalmente- ponerse manos a la obra.

Después de colgar los tacones, las corbatas y los overoles, al final de sus trabajos de oficina, de obra o al cerrar sus negocios, los vecinos de la calle 73B con carrera 24 del barrio Carlos Meisel se convierten en carga-ladrillos, barrenderos y cocineros. Sin falta, cuando el reloj marca las 7:00 de la noche, el grupo de vecinos, hermanos y amigos, se reúne frente a sus casas, sobre la arena de la calle, para seguir con ese sueño que se plantearon. Cansados del abandono distrital, dijeron, y de las 'falsas promesas de políticos oportunistas' se han mancillado sus propias manos, que ya tienen laceradas y manchadas por el arduo trabajo nocturno.

Con su doble vida, como lo hacen también los superhéroes, han convivido este último tiempo, en el que han priorizado el bien común sobre sus intereses particulares. Hombres y mujeres, ancianos y niños, cada uno con su aporte y su cuota de esfuerzo, han trabajado por edificar la visión de calle pavimentada que tienen. Después de 60 días de trabajo, aun cuando el frente de sus casas luce mejor y más organizado, todavía les falta; y –según dicen- bastante.