Doña Magaly Fernández tiene una preocupación que no la deja dormir. Aunque podrían ser las deudas, que se acumulan cada mes, o la enfermedad de su hijo mayor, lo que realmente la atormenta es un miedo profundo, una pesadilla que vive despierta y que -aunque quisiera- no ha podido quitarse de encima. El techo de su casa, una vivienda humilde, endeble y al borde de la destrucción, está a punto de caerse, al igual que las paredes, y el mismo suelo. Todo, desde las vigas de madera que sostienen la estructura hasta las ventanas cubiertas de plástico, puede derrumbarse con el próximo aguacero, o al menos eso es lo que cuenta entre lágrimas, lamentando su propia suerte.
Ella es una mujer de 68 años, próxima a cumplir 69. A su hija -y quizás esta sea una de las razones que potencia su temor- se le vino abajo su casa debido a las fuertes lluvias que caen en esta temporada en Barranquilla. Desde el Siete de Abril, zona de alto riesgo de derrumbes según los mapas de la oficina de Gestión del Riesgo del Distrito, y donde está ubicada la antigua vivienda de su hija, hasta el barrio Santo Domingo, lugar de residencia de Magaly, la anciana se traslada todos los días pensando en qué será de su casa, que con cada aguacero pareciera moverse más, según comentó.
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Como último recurso, amparada en su fe católica, Magaly pintó varios salmos de la biblia en las paredes exteriores e interiores de la vivienda. 'Si estoy con Dios, quién contra mí', reza uno de los proverbios trazados con una pintura verde fosforescente, que contrasta de manera chillona con el azul cielo raído que cubre la anatomía de su casa. Pero lo que realmente sostiene la estructura son dos vigas de madera, deterioradas por la humedad, instaladas de forma vertical y horizontal, para así sostener el techo en ambas direcciones.
En la casa viven 10 personas, que duermen en dos habitaciones. En una vive su hijo junto a su esposa, sus nietos y bisnietos, y en la otra, que solo tiene un colchón húmedo y lleno de huecos, ella. Si quiere encender la luz, para poder leer la biblia o los recibos de la luz, el agua y el gas que se han acumulado en los últimos meses, tiene que agarrar un cable oxidado y unirlo contra el punto de contacto de un pequeño bombillo, que apenas alcanza para rodearla con una pequeña aura de luz amarilla.
'En el techo, para que no me moje en las noches o cuando llueva, mi hijo me ayudó a instalar estas bolsas de plástico. Él también fue el que puso las vigas de madera en la sala. Si no, esta casa se hubiera caído hace rato', agregó.
Con una sonrisa, una de esas que esconden las lágrimas, reconoció que lo único que le importa en estos momentos es volver a vivir tranquila, 'sin el miedo de que, cualquier noche, el techo se le caiga'. 'Ya después miraré cómo pagar los recibos, pero mi casa... me da mucha angustia que se me pueda caer', concluyó.