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Esteban se despertó temprano. Era viernes, por lo que normalmente tendría que haber ido al colegio. Aquel día no, esa mañana era diferente. Aunque tuviera el uniforme tendido a un lado de su cama, no iría a clases, iría a la Casa de Justicia del barrio La Paz. Tenía que asistir a una conciliación.

Esteban tiene 20 años, delatados por su barba poblada que le cubre la parte inferior de su rostro. A pesar de su edad, cursa grado 11, por lo que debería graduarse este año. Su colegio, ubicado en el norte de Barranquilla, es una de esas instituciones en donde los alumnos validan los años restantes –y finales– de su bachillerato.

Se vistió con su camiseta tipo polo blanca con el escudo al lado izquierdo, el pantalón azul oscuro y los zapatos negros de todos los días. Su uniforme, perfectamente planchado, lucía impecable, perfecto para la ocasión. Ya vestido, Esteban se peinó y se arregló la barba, quizás para dar una buena impresión. Su tía, con quien vive y a la que su mamá nombró como apoderada, lo esperaba para salir rumbo a la audiencia.

Cuando la madre de Esteban conoció al padre de su hijo este ya tenía familia, por lo que, según contó la tía, nunca se hizo responsable del menor, que curiosamente lleva su mismo nombre y hace algunos años, luego de una disputa jurídica, su apellido.

De eso hace ya 20 años, en los que la madre de Esteban cubrió todos los gastos de su hijo, un muchacho tímido, callado y menudo. El joven, a pesar de estar en el colegio, tiene apariencia de ser mayor, como de esos compañeros de clase que se ven más grandes que el resto de los integrantes del salón.

La mamá estaba ocupada con el trabajo y le resultó imposible asistir, según contó la tía Margarita, quien desde que Esteban es un bebé ha sido la apoderada del joven. La progenitora, madre soltera, había delegado a su hermana.

La madre de Esteban, por cuestiones de trabajo, vive hace varios años en Santander, así que su tía Margarita es la encargada de llevar todo el proceso, en el que ya han citado al padre en varias ocasiones.

Según contó la mujer, el padre nunca se presentó a las conciliaciones en los juzgados de familia, ni accedió a la prueba de ADN aun cuando las pruebas de semejanza física hablaron por sí mismas.

Cuando ya todo estuvo listo, Margarita y su sobrino salieron de su residencia, con destino a otra cita de conciliación.

Camino a la Casa de Justicia agarraron un taxi, en donde ultimaron todos los detalles antes de la audiencia. La mujer, de blusa color rosa y cabello castaño, había pedido también la citación del padre a la conciliación, programada a las 9:00 de la mañana.