En la cancha del CAI de Coolechera el olor de la lluvia se mezclaba con el del sancocho. Un terreno húmedo, con pequeños pozos, había sido la sede de un torneo de fútbol que unió a toda una comunidad. Sin importarles el mal clima, las fronteras invisibles y el odio irracional entre barrios, cerca de 100 jóvenes se dieron cita para disputar -en paz- un trofeo.
Un caldero de más de un metro se levantaba sobre una pila de leña y carbón. El aroma de la costilla, la papa, ahuyama y el cilantro se esparcía por toda la zona, deleitando a jugadores, curiosos y aficionados. A pesar de la lluvia torrencial que había caído unas pocas horas antes, el picó seguía encendido, reproduciendo grandes éxitos de salsa, champeta y reguetón.
Ayer domingo, cuando un centenar de jóvenes de Rebolo, La Chinita, Las Nieves y La Luz se encontraron en esta cancha del sur de Barranquilla no se escucharon gritos de alarma sino de emoción. Las armas se transformaron en goles y los heridos en abrazos de fraternidad. Hubo unión, condimentada por el deporte, la sopa y el sabor.
Al son de la música y con el ritmo frenético de un clásico del fútbol callejero, este proyecto guiado por varios líderes de la localidad Suroriente llegó ayer a su fin, luego de varios meses de encuentros pacíficos amenizados por un objetivo claro: enseñarle a los jóvenes de este sector que hay un camino más allá de la delincuencia.