El señor Casiano Fragoso sale campante de su casa cuando el reloj marca las 10 en punto. Despacio, a sus 89 años, camina tranquilo hacia su destino. A pesar del brillo del sol en su rostro es un día triste, una mañana sin júbilo. Ya son cuatro años desde la muerte de Eugenia, su querida esposa y compañera de vida.
El recorrido es de unas pocas cuadras, una cuestión de minutos. Entre los colores de las trinitarias y la brisa fresca de marzo el camino se hace ameno, pero la sensación amarga no se pierde ni se olvida con los pasos.
Desde la ventana su hija Elina le dice algo, seguramente pidiéndole que tenga cuidado. A los casi 90 años, cuando todo se vuelve un riesgo, caminar unas cuantas cuadras es una misión extrema. El eco agudo de las advertencias se pierde entre los sonidos del barrio Paraíso, que acogió a Casiano y a su familia hace más de 30 años.
El reloj marca las 10:15 y Casiano llega al lugar, la sucursal de una empresa de envíos en Villa Carolina, donde ya lo conocen. La cajera, como todos los meses, lo recibe con una sonrisa, aquella que le dedica a los viejos clientes. Despacio, el anciano le muestra el único billete que extrae de su bolsillo derecho: 50.000 pesos, la cuota para la funeraria.
En 2012, cuando su Eugenia tenía 76 años, se afiliaron a un plan exequial, que cubría los gastos en el caso de que alguno de los dos falleciera. Junto a sus dos hijas, quienes querían estar preparadas ante cualquier eventualidad, la pareja tomó esta decisión, sin saber quién sería el primero en partir.
El seguro lo cubrió todo, incluida la eucaristía luego del funeral. Según lo estipulado en el contrato, el cuerpo de Eugenia debía permanecer cuatro años en el Parque Cementerio de la Funeraria Los Olivos, ubicado al norte, en la frontera entre Barranquilla y Puerto Colombia. Juicioso, durante todo ese tiempo, Casiano abonó todos los meses, sin falta, la cuota del que sería el nuevo hogar de su esposa.
Elina, su hija, espera en casa el regreso de su padre. Tiene 59 años, y es la encargada, junto a su esposo, de velar por la salud del señor Casiano. Distraída, mira la pantalla del teléfono celular a través de sus gafas, que vibra por la llegada de un nuevo mensaje.
Le escribe la funeraria Los Olivos para hablar de su mamá.
Rápidamente, Elina se acomoda en la silla y, con atención, se acerca la pantalla del dispositivo a los ojos.
'Muy buenos días', empieza el mensaje. 'Le escribimos desde la funeraria para recordarle que se cumplen cuatro años del deceso de Doña Eugenia Barraza de Fragoso. Como se pactó en el contrato, ya es momento de programar la exhumación. Quedamos atentos'.
—Perfecto —tecleó rápidamente Elina—. Eso lo cubre el plan exequial que hemos venido pagando, ¿cierto?
—En el sistema me aparece que su contrato fue suspendido —leyó en el mensaje—. Debido a que no registran los pagos de marzo y abril de 2018. —Lo sentimos, señora Elina, van a tener que pagar el millón cien mil que cuesta el servicio para clientes particulares—.