Cuando el reloj marcaba las 8:55 p.m. de un día ordinario, la dinámica en el vecindario de la carrera 49C, entre calles 79 y 80, del barrio Alto Prado, en el norte de Barranquilla, parecía que se apagaba acorde con el avance de la noche.
Esporádicamente, uno que otro vehículo pasaba por la desolada calle, la cual era dominaba por el silencio y la oscuridad. Era como si el tiempo se hubiese detenido y solo se reactivaría con el amanecer del día siguiente cuando el ruidoso tráfico de primera hora invada las calles y se llenen de trabajadores apresurados en llegar cuanto antes a sus oficinas.
No hubo necesidad de esperar dicho amanecer. El sonido de la bocina anunció a lo lejos la llegada de Ender Hurtado por la pendiente de la carrera 49C, mientras conducía un triciclo con una plataforma en la delantera que cargaba una olla grande con peto en su interior.
El utensilio no estaba lleno, pues de los 60 vasos de plástico, equivalentes al 100% de la capacidad de la olla, este joven oriundo de Magangué (Bolívar) solo había vendido la mitad desde las 4 p.m. cuando salió de Rebolo, donde preparan el peto.
El peso de la olla no era impedimento para pedalear sin desgastarse, sonaba la bocina de color café y la hacía repetir de una manera singular, hasta tal punto que al fondo se escuchó a María Rodríguez decir '¡Ahí viene el peto!', solo por identificar el sonido de ese aparato tradicional de los peteros.
A pesar de que el producto alimenticio ya llevaba cuatro horas de recorrido, del interior de la olla aun brotaba una espesa nube de humo que indicaba que el líquido estaba caliente. 'El fogón de leña nunca se apaga', dijo el hombre de 23 años, mientras señala el sistema de fuego que funciona en la misma plataforma del triciclo y que conserva caliente el peto.
La clienta sacó los $1.000, pagó el peto, recibió el vaso plástico con precaución para evitar quemarse y regresó a su apartamento. Asimismo, Hurtado volvió a tapar la olla, reforzó la cubierta con un neumático y continuó su camino, no sin antes hacer sonar dos veces la bocina.
'Vender peto en la noche no garantiza que las ganancias vayan a ser altas o bajas en comparación con el resto del día. Simplemente es una jornada más, en la que algunos ciudadanos aprovechan la bebida caliente para disminuir la brisa fría de la noche o para calmar el hambre mientras llegan a la casa', sostuvo el hombre, que se gana $30.000 en un promedio diario, sin incluir los $30.000 con los que compra el líquido preparado.
La ruta
Explicó que su ruta inicia a las 4:00 p.m., cuando sale de la carrera 25 con calle 12, en Rebolo, sube por la carrera 25 hasta salir a la calle 30. Toma por esta hasta la carrera 50, donde empieza a ofrecer peto a clientes fijos. Sube por toda la carrera 50 hasta la calle 80, donde gira hacia la izquierda para buscar la carrera 49C, punto en el que empieza a bajar de regreso a casa. 'Es el recorrido que acostumbro a hacer desde enero, cuando empecé con esto', aseguró.
Sin embargo, agregó que antes de regresar a casa se reúne en una esquina frente a un centro de salud, en la calle 70 con carrera 48, con otros colegas que recorrieron otros puntos del norte de Barranquilla, para descargar los implementos de trabajo en una bodega de Rebolo.
'Lo mejor que nos puede pasar a todos es que nos llueva, porque así aumenta el frío y la gente nos va a buscar más rápido para comprarnos peto caliente', aseguró el bolivarense, quien explicó que el mejor peto se hace con maíz blanco, leche, azúcar, canela, sal y agua.
Al finalizar la jornada, a las 10:00 de la noche, un cuarto de la olla con peto no es señal de ganancia y se nota en el rostro de Hurtado, quien cuenta el menudo. Pero guarda la ilusión de que al día siguiente 'el sol vuelva a salir' para él.