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Unos lo definen como un avistamiento de aves, otros indican que es un hábitat, algunos describen que es un espectáculo de la naturaleza y unos cuantos temen ser alcanzados por sus excrementos. Pero todos, de algún modo, tienen que ver con las cotorras que pernoctan en la esquina de la carrera 43 con calle 72, en Barranquilla.

En este punto del barrio Colombia, el ruido causado por el tráfico de las 4:45 de la tarde se entrelaza por el canto de dos Eupsittula Pertinax, como son nombradas científicamente, que se posan en lo más alto de uno de los 10 coposos árboles de almendra y de mango que han crecido en ambas aceras sobre la carrera 43.

'No son los únicos', dice William Ríos, un cuidador de carros con más de cuatro años ubicado debajo de los dos árboles de almendra donde más aterrizan los miembros de esta especie de aves perteneciente a la familia de psitácidos (loros, guacamayas y pericos).

Advierte que a las 5:45 de la tarde, ya se pueden observar todas, pero que en esta época de lluvias 'se meten 10 minutos más temprano', sostiene el hombre de 59 años, mientras comparte la mirada con una de las dos cotorras ya asentadas, que también lo mira fijamente, como si supiera que habla de ella y de sus compañeras de aventuras aéreas.

Mientras que Alejandro Piñeres, quien hace domicilios en el área en mención, asegura que el fenómeno 'es un espectáculo, gracias a los colores de las cotorras. A veces llegan los turistas y toman fotos, quedan admirados con la cantidad de esos animales'.

Dicha descripción no es exagerada por el ciudadano, pues el 'espectáculo' al que se refiere inicia a las 5:02 de la tarde, cuando surcan entre los edificios de la carrera 41 y el cielo despejado una bandada de estas aves, conformada por cuatro cotorras, van veloces, cambian repentinamente la ruta y hacen piruetas antes de afirmar sus patas en una rama del árbol de almendra.

La última no aterriza por completo cuando otra manada más grande, de 12 cotorras, irrumpen en el horizonte, avanzan de norte a sur y, al llegar al área de la carrera 43, bajan la velocidad, aumentan su altura unos metros más, agitan sus alas y se hacen escuchar.

En medio de ese vuelo sincronizado, arman figuras en las alturas, cuyo fondo a las 5:30 de la tarde es el firmamento anaranjado por la puesta del sol y decorado por el verde olivo de las plumas de las cotorras que, con sus cuerpos de 30 a 33 centímetros desde el pico hasta la cola, asestan unas pinceladas en forma de espiral, para luego posesionarse en sus tronos de descanso: tres hileras de cables de energía de media tensión, con 13.200 voltios, que no representan peligro para estas aves al no tener contacto con polo a tierra.

'¡Hora de cotorras!'

A esas alturas del atardecer, el sonido que producen las cotorras supera el ruido de los automotores que suben por la carrera 43. Incluso, el vendedor de patillas que lleva las frutas en una carretilla debe esforzar más su voz para que los vecinos escuchen, desde el primer hasta el cuarto piso, la promoción del día: '¡Patilla, patilla! Pilas que sí hay', grita hasta enrojecer su rostro.

Desde el apartamento de Mabel Fernández, estas aves suenan como un centenar de cascabeles reproducidos en un amplificador de audio. Pero a ella, asomada por la ventana que da hacia la calle, en el segundo piso, no le molesta, según cuenta.

'Hacen las veces de mi despertador a las 5:30 de la mañana. Pero no me incomodan, porque me gustan los animales', dice la arquitecta de 59 años, quien confiesa que recientemente ubicó en el exterior de la ventana dos plantas ornamentales para que las aves se acerquen y así poder grabarlas de cerca.

Aunque ese sonido cascabelero se escucha hasta las 6:20 de la tarde, pues a partir de ahí solo se percibe una que otra cotorra inquieta y el ruido de los carros recupera su posición en el ambiente.

Mabel recuerda que, hace cuatro meses, por poco pierde su ‘despertador’, cuando un individuo intentó podar sin autorización los dos árboles de almendra para 'evitar que las cotorras ensuciaran los carros que se parquean al frente de la heladería. Ese día, chillaron hasta las 11 de la noche por no encontrar dónde dormir', expresa.

Para José Charris, quien se desempeña en logística de seguridad, ese es el defecto que le encuentra a este fenómeno, que ya supera los cuatro años de presentarse en esta esquina. 'El canto es lindo, pero no se puede parquear un vehículo, porque se mancha con el excremento de estos animales', manifiesta.

Ante este caso, el cuidador de carros, William Ríos, siempre advierte a los conductores que llegan a parquear allí: '¡hora de cotorras! Y ya ellos entienden a qué me refiero', dice entre risas.