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Vittorio Maggana, vinculado a una de las empresas constructoras más dinámicas en la década de los cincuenta del siglo XX: Zeisel & Magagna, fue uno de los arquitectos más creativos de su generación en Barranquilla. Tuvo la oportunidad de compartir con uno de los padres de la arquitectura moderna, Le Corbusier— mediante correspondencia cruzada con él, en sus visitas a Bogotá y la única que realizó a la ciudad—, los planteamientos teóricos que acometió en busca de soluciones modernas (El volumen habitable) al problema de la vivienda masiva, manteniendo su preocupación sobre la calidad del diseño. 

De tal alto nivel era la correspondencia que Le Corbusier lo cita en su famoso libro El Modulor.

Pues bien, medio siglo después, no se ha vuelto a generar entre los arquitectos de la ciudad intercambios conceptuales con algún personaje de la vanguardia contemporánea. Además no hay crítica, ni generación de pensamiento arquitectónico que oriente la producción del hábitat urbano arquitectónico. La academia no propicia reflexión sino mimesis de la que sucede en otras partes del mundo. Y los resultados saltan a la vista: en las prueba de estado Ecaes, nuestras facultades de arquitectura se ubican de la media para abajo. En 36 concursos arquitectónicos realizados por Findeter, en la década pasada, para el diseño de establecimientos educativos, ninguna firma del Caribe colombiano ganó proyecto alguno. Nunca un arquitecto, formado en nuestras escuelas, ha sido merecedor del Premio Nacional de Arquitectura. Ninguna firma local participa en concursos nacionales que convoca la Sociedad Colombiana de Arquitectos.

Tal vez acostumbrados a que como puerto, las mercancías, valores y estéticas nos han llegado siempre de afuera, no pareciese ya necesario elaborar nuestras propias versiones de configuraciones urbanas con el asiento de lo que hemos construido. Sin embargo, transcurrido 205 años, existe ya un sustrato histórico y una apropiación del territorio que nos obliga crear una identidad arquitectónica de nuestro hábitat. 

Varias tareas se imponen a las nuevas generaciones para revertir esa anomia arquitectónica: valorar y conservar parte importante del patrimonio, identificar a nuestros ‘héroes’ locales de la arquitectura, crear masa crítica, documentar el pasado, producir desde la academia pensamiento, disertaciones y propuestas de futuro.

Desde la administración pública también es necesario incentivar los concursos, democratizar la contratación pública de diseños, preguntarle al menos a la academia universitaria qué piensa sobre sus políticas de desarrollo urbano y ejercer la autoridad para que los individuos cumplan con lo dispuesto en los POT. 

Hoy nos encontramos deslumbrados con el perfil urbano que la ciudad ha adquirido en ciertos sectores gracias a las mejoras en la infraestructura vial y en edificaciones emblemáticas deportivas y recreativas llevadas a cabo desde que la constitución del 91 proveyó nuevas herramientas institucionales y permitió, entre otras disposiciones, que el capital privado participara de las finanzas municipales. Pero ojo, aún la ciudad se está construyendo sobre el paradigma del ‘progreso’ lineal, la dispersión territorial y la movilidad motorizada individual. 

En Hamburgo, Alemania, para 2037 gracias a su programa ‘Red Verde’, será eliminada la necesidad de moverse en carro. En Helsinki, Finlandia, será prohibido en 2024. En Oslo, Noruega, el próximo año en un sector de la ciudad donde trabajan 90.000 personas no circularán más los carros. En Pontevedra, Galicia, el centro es completamente peatonal y en toda la superficie urbana se permite conducir hasta un límite máximo de 30 kilómetros por hora. Su propuesta de movilidad ganó el Premio Internacional de Dubái, patrocinado por la ONU, que reconoce las mejores prácticas para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Esa es la línea a seguir.

No obstante, en Barranquilla todo los días nos quejamos por los ‘trancones’, y reclamamos más vías, que ocuparán más carros, y así sucesivamente, por lo que la convivencia de la ciudad será más caótica, las relacionas interpersonales más agresivas, su arquitectura seguirá siendo presa del pavimento, la ciudad más caliente y la alegría se desdibujará de nuestros rostros… Lo que hasta entonces ha sido nuestro principal patrimonio.