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Mario Lustgarten, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz, quien residía en Barranquilla, falleció ayer a la edad de 90 años.

Apreciado y estimado no solo por su familia y comunidad, sino por toda la ciudad, este hombre, al que los años no pudieron borrarle de la memoria los horrores que vivió en la Polonia nazi que habitó durante su adolescencia, falleció llevándose consigo el legado de un episodio inenarrable de la atrocidad humana.

El año pasado, al conmemorar los 72 años de la liberación de miles de sobrevivientes del campo de exterminio de Auschwitz, fue objeto de diversos homenajes. Fue exaltado por la Asamblea del Atlántico durante un tributo póstumo a las víctimas del holocausto o Shoah de la Segunda Guerra Mundial, en un evento que fue organizado por la Embajada Mundial de Activistas por la Paz (Emap).

Es recordado como una persona amable, alegre y siempre dispuesta a responder cualquier pregunta sobre su vida.

Amante de los deportes y el Carnaval, en un reportaje concedido a EL HERALDO hace tres años, recordó que a la edad de 13 años el Ejército alemán invadió su ciudad natal Starachowice, Polonia, en 1939, y que luego, en 1942, los llevaron a los campos de concentración que idearon Hitler y sus seguidores, en los que ejecutaron el más horrendo genocidio que recuerde la humanidad.

Lustgarten fue uno de los pocos que sobrevivieron a la barbarie de esos campos de exterminio, de los que sin duda Auschwitz sería el más icónico por la crueldad con la que allí fueron masacradas más de un millón de personas solo por tener una raza y un credo diferentes.

De la mente de Lustgarten jamás se borrarían los recuerdos de los tiempos que pasó en ese lugar junto a su hermano Ariel. Ellos, siendo apenas unos adolescentes, fueron separados de sus padres por oficiales de la Gestapo.

Su llegada a Auschwitz se produjo luego de un intento de fuga masivo, durante el que su hermano huyó, pero él fue capturado. Fue embarcado en un tren carbonero que lo llevó a este destino. Se calcula que solo unas 200.000 personas pudieron sobrevivir a las cámaras de gas y a los otros métodos de exterminio de Auschwitz, entre ellos Mario.

A quienes llegaban a Auschwitz les rasuraban la cabeza, los desnudaban y los rociaban con insecticida y los tatuaban con un número consecutivo en el brazo izquierdo, el cual Mario conservó hasta su último suspiro.

Según recordaba, el 27 de enero de 1945, 'llegaron los rusos al campo y sacaron a todas las personas que aún tenían fuerzas para caminar'. Luego, fueron montados en un ferrocarril y los llevaron a otro campo en Checoslovaquia. Allí duraron hasta abril.

Después de viajar por gran parte de Europa, logró llegar a Londres donde vivió tres años. Allí supo que su hermano estaba vivo y que vivía en Israel, y también que tenía un tío en Colombia.

Mario salió en barco desde Londres en 1948 y llegó a Panamá, posteriormente tomó un avión con destino a Barranquilla, donde vivió y desarrolló actividades comerciales con su hermano Ariel, quien falleció hace unos años.

A lo largo de los años, Mario se convirtió en un barranquillero por adopción, hasta este domingo, cuando se apagó su vida ejemplar, plagada de enseñanzas y mucha historia, que contó cientos de veces.

El legado de Mario Lustgarten no será fácil de borrar de la memoria barranquillera y por más que en estos días la ciudad esté en pleno Carnaval, la partida de este ser humano excepcional supone un buen momento para reflexionar una vez más sobre lo frágil que puede llegar a ser la vida humana.