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A Rafa se le riega la música por las piernas. El bailarín que no puede oírla no necesita otra cosa más que sentirla. Son las ondas sonoras, las vibraciones de ese tambor que toca la puya, lo que marcan los pasos de un coreógrafo que bailó diez años antes de que aprendiera lectura y escritura.

Rafael Sandoval fue diagnosticado de hipoacusia (pérdida auditiva) cuando apenas tenía dos años. En ese entonces solo podía balbucear la palabra mamá, una señal de que 'algo' ocurría en su desarrollo lingüístico. A esa edad los niños, por lo general, ya consiguen hablar.

'Yo estaba muy preocupada porque él no hablaba, intentaba decirme cosas pero le costaba mucho. Apenas podía hacer algunos sonidos y entonces lo llevamos al médico. Después de muchos exámenes el niño fue diagnosticado. Desde ahí decidimos que lo apoyaríamos en todo', cuenta su madre, Lidia Castillo.

El moreno de cabello rizado fue matriculado en un centro de educación especial de Barranquilla, donde pudo estudiar hasta los ocho años, cuando lo retiraron porque él quería pintar. Rafa pasaba horas dibujando garabatos y muñecos en las paredes del colegio, por lo que la directora de la institución, en un acto de coraje y consideración, sugirió a sus padres que lo llevaran a otro lugar. A uno donde van los futuros artistas.