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Los ojos no mienten. La transformación de Barranquilla en los últimos diez años tiene asombrado al país, y en el exterior el nombre de la capital del Atlántico empieza a cobrar fuerza como destino de eventos de diversa índole, desde comerciales, empresariales científicos, hasta deportivos.

Una urbe modernizada, que ha dejado el lastre de la desidia oficial y de los malos manejos administrativos, es la que ha convertido a los habitantes de esta ciudad, catalogados tradicionalmente como los más alegres de Colombia, en ciudadanos convencidos de que 'las cosas van por buen camino' y de que el futuro traerá beneficios repartidos para toda la sociedad.

La ‘Puerta de Oro de Colombia’ vive un resurgir en áreas como el comercio y la construcción, que han jalonado su crecimiento en la última década, lo cual es atribuido a la relación de mutuo beneficio que existe ahora entre los sectores público y privado, que por años se mantuvieron distancia.

El sector de la construcción es clave, pues el crecimiento en metros cuadrados ha sido muy dinámico: primero en vivienda de estratos altos y oficinas y, luego??, se ha pasado a viviendas tipo VIS y VIP, así como a locales y bodegas comerciales.

Este posicionamiento a nivel nacional obedece, según los expertos, a que se han dado los elementos para una ‘tormenta perfecta’: buena gestión pública local, importante inversión pública del Gobierno Nacional acompañando al Distrital, expectativas favorables del TLC con Estados Unidos y otros países, lo cual llevó al traslado de muchas empresas a la ciudad.

Además, la apuesta es por altos estándares de calidad en las obras de infraestructura, para que las familias puedan disfrutar de buenos servicios en la educación, vías, salud y recreación, con proyectos como los que hoy se están desarrollando.

Los parques, el malecón del río, el Centro de Eventos del Caribe, para nadie es un secreto, le han cambiado la cara a la ciudad en todos los estratos sociales, y la canalización de los principales arroyos pronto convertirá esta problemática histórica en un mal recuerdo.

Pero Barranquilla no es solo cemento. Su transformación puede verse con más claridad en las caras de los niños que ahora llenan los parques, en los resultados de su apuesta por la educación en todos los niveles y en un sistema de salud que, a pesar de fallas estructurales del orden nacional, se ha convertido en modelo para el país.

Todos estos años han sido el conteo regresivo para el despegue final, que debe darse en 2018 con la realización de los Juegos Centroamericanos y del Caribe como motor de ese desarrollo.

Son trece escenarios los que le dejarán estas justas deportivas a Barranquilla, que se espera tengan el mismo significado urbanístico, social y cultural que transformó para siempre a Barcelona después de las Olimpiadas del 92.